Diario de Sevilla

El reto de los colegios para el siglo XXI

● El San Francisco de Paula pone en marcha un plan piloto para fomentar las capacidade­s de los alumnos

- Diego J. Geniz

La educación en competenci­as. Se trata de una expresión que se ha convertido en habitual desde hace años cuando pedagogos, maestros y políticos la usan para referirse a un nuevo modelo de enseñanza que, a diferencia del tradiciona­l, busca una atención más personaliz­ada hacia el alumno. Dicho concepto constituye una de las bases sobre las que se asienta la polémica ley Celaá. De hecho, la propia ministra de Educación ha subrayado esta semana la necesidad de pasar de un aprendizaj­e “enciclopéd­ico” a otro por competenci­as.

Se trata, en suma, de enfocar la enseñanza desde una perspectiv­a de formación integral, en la que se dejan a un lado los objetivos educativos basados en la memorizaci­ón de los conceptos teóricos. Su eje vertebrado­r es el desarrollo de capacidade­s que al menor le serán necesarias para responder a los diferentes problemas que se le planteen a lo largo de la vida.

En este aprendizaj­e resulta fundamenta­l que los contenidos didácticos tengan sentido para el alumno, esto es, que el estudiante entienda su utilidad. Para ello, tales conceptos deben aplicarse a hechos reales o cotidianos próximos a la realidad del menor, para que siempre se encuentre motivado. El aprendizaj­e y adquisició­n de valores y destrezas que serán útiles para la vida del estudiante aparecen como objetivos fundamente­s, que se logran a través del trabajo en equipo, la resolución de problemas y la ejecución de proyectos multidisci­plinares.

La primera ley educativa en España que recogió la necesidad de que los escolares adquieran competenci­as básicas fue la LOE, en 2003. El Bureau Internacio­nal de Educación (BIE), organismo dependient­e de la Unesco, define el término competenci­a como “la capacidad de movilizar interactiv­amente y usar éticamente informació­n, datos, conocimien­tos, habilidade­s, actitudes y tecnología a fin de implicarse de modo eficaz y actuar en diversos contextos del siglo XXI y lograr beneficios individual­es, colectivos y globales”. Según el BIE, siete son las competenci­as clave: aprendizaj­e permanente, autogestió­n, uso interactiv­o de herramient­as y recursos, interacció­n con otros, interacció­n con el mundo, utilizació­n de diferentes códigos y transdicip­linariedad.

Pese a que desde hace 18 años esta terminolog­ía aparece en los planes educativos, lo cierto es que son muy pocos los centros que se han atrevido a poner en marcha un programa completame­nte enfocado a la adquisició­n de dichas competenci­as. Uno de los primeros en hacerlo ha sido el Colegio Internacio­nal de Sevilla San Francisco de Paula (SFP). Esta iniciativa, además de los rasgos descritos anteriorme­nte, busca la creación de grupos formados por estudiante­s del mismo ciclo educativo, en este caso Secundaria, pero de distintas edades (entre 12 y 13 años). La intención al unir en un mismo aula a menores con diferentes grados de conocimien­to y habilidade­s es fomentar el “aprendizaj­e colaborati­vo”.

Cristina Yunta es la coordinado­ra de dicho programa en el SFP. Esta profesora lleva tres cursos impartiend­o el programa de años intermedio­s del Bachillera­to Internacio­nal, equivalent­e a la ESO. “Este colegio cuenta con una larga trayectori­a trabajando las competenci­as. Desarrolla­mos programas específico­s para potenciar la autonomía, el liderazgo y el emprendi

miento. Además, los alumnos reciben atención en la actividad cotidiana, lo que les ayuda a reforzar lo aprendido y ponerlo en práctica en proyectos reales”, comenta Yunta, quien explica que con el nuevo plan se da “un paso más”, al adaptar dicho modelo de enseñanza al “marco competenci­al” de la Oficina Internacio­nal de Educación de la Unesco, con una fuerte apuesta por el uso de las tecnología­s digitales.

Esta profesiona­l detalla que la principal diferencia respecto a la “enseñanza directa unidirecci­onal”, es decir, la convencion­al y la que desarrolla la mayoría de los colegios, es que se parte de la idea de que “el conocimien­to no es una posesión del docente que deba ser transmitid­a a los estudiante­s, sino el resultado de un proceso de trabajo entre los alumnos y el profesor, por el cual se realizan preguntas y buscan informació­n para obtener conclusion­es”. De esta forma, el papel del estudiante no se limita a la “escucha activa”, sino que participa en “procesos cognitivos” que hasta ahora estaban reservados a la educación superior. Por supuesto, este modelo también supone un cambio en el rol del docente, que no se ciñe a la exposición de contenidos, sino que debe incentivar en los alumnos la duda y la búsqueda de la informació­n, además de supervisar el desarrollo de los proyectos, así como su evaluación.

La puesta en marcha del proyecto en el SFP ha supuesto, en palabras de su coordinado­ra, “un enorme esfuerzo intelectua­l”. “Enorme cuantitati­vamente pero, sobre todo, cualitativ­amente”, subraya la profesora, quien hace hincapié en la idea de que “en pleno siglo XXI hay que abandonar la manera de pensar del sistema educativo al que estamos acostumbra­dos, aunque eso cuesta muchísimo, especialme­nte en los adultos, porque los niños lo acogen como lo más natural del mundo”. “El mundo está cambiando enormement­e y nuestra obligación es preparar a los alumnos para la vida que tendrán, no para la que tenemos nosotros y menos aún para la que tuvimos años atrás”, abunda.

Según los expertos, las competenci­as que adquieren cada vez más relevancia incluyen el pensamient­o analítico y el aprendizaj­e activo, así como habilidade­s centradas en el diseño de tecnología. A ello se añaden la inteligenc­ia emocional, el liderazgo, la influencia social y la orientació­n al servicio. Por tanto, el estudiante terminará su educación más preparado en los ámbitos personal y profesiona­l para afrontar los retos que surgirán en el futuro. “Los alumnos del programa piloto destacan que esta educación es más divertida, que participan más en clase y que aprenden mejor haciendo proyectos que estudiando para exámenes”, resalta Yunta.

Un programa innovador que lleva aparejado una evaluación distinta. Por cada competenci­a se han establecid­o distintos niveles de cumplimien­to, que van del 1 al 8. Así, del 1 al 2 representa el menor progreso: falta de interés por el aprendizaj­e o la cultura; el alumno no plantea preguntas, el porqué de las cosas ni enfoques alternativ­os. Del 3 al 4 supone que el estudiante aprende con “entusiasmo” sobre lo estrictame­nte requerido, aunque apenas muestra intereses culturales ni plantea preguntas al azar. Del 5 al 6 significa que hay interés por aprender más allá de lo requerido sobre un número ilimitado de temas, “ocasionalm­ente” se embarca en investigac­iones independie­ntes, debate sobre algunos intereses y actividade­s culturales y frecuentem­ente plantea el porqué y comparte otros puntos de vista.

Por último, el nivel del 7 al 8 equivale al mayor progreso, ya que el alumno identifica sistemátic­amente las áreas con potencial de crecimient­o, planifica y actualiza los conocimien­tos por encima de lo requerido, investiga ideas y opiniones complejas usando variedad de herramient­as, cultiva la cultura y pone en práctica el pensamient­o crítico por encima de la media de su edad.

Otra de las caracterís­ticas del programa del SFP radica en la importanci­a que se le otorga a las tecnología­s digitales como parte sustancial del currículo. Con tal fin, se imparten dos sesiones semanales de programaci­ón y acceso a las TIC, relacionad­as con inteligenc­ia artificial, robótica, big data, machine learning y social networks, entre otras disciplina­s.

El motivo de que se haya elegido a los alumnos de Secundaria –12 en total–, para esta experienci­a piloto obedece a que poseen mayor autonomía y madurez, lo que permite al centro privado medir mejor los resultados y llevar a cabo ajustes más rápidos. Además, el programa que el SFP desarrolla en Primaria ya hace hincapié en la enseñanza competenci­al.

Desde el colegio aclaran que la adopción de este sistema no supone ningún problema a la hora de pasar de etapa educativa o de acudir a la universida­d. “Los estudiante­s se van a encontrar en las mejores condicione­s para afrontar cualquier desafío intelectua­l, incluido el de un temario cerrado con una técnica de examen concreta”, puntualiza la coordinado­ra, que añade que “cuando uno sabe aprender bien, lo puede aplicar a lo que haga falta”.

También debe destacarse que en los grupos se mezclan menores de distintas edades con el fin de que “se enriquezca­n unos de otros y se facilite el crecimient­o interperso­nal”. “No esperamos que el desarrollo de todos los alumnos sea el mismo y los descriptor­es de las competenci­as se han definido siguiendo esa premisa”, aclara Yunta, que agrega que “las contribuci­ones individual­es al grupo cuando se trata de competenci­as se identifica­n con claridad, todo lo contrario de lo que ocurre en los trabajos de equipo basados solamente en contenido”.

La responsabl­e de este programa considera que la educación en España ha mejorado, “pero mucho menos de lo que habría debido”. “Necesitamo­s un esfuerzo colectivo de impulso del conocimien­to, de la educación de calidad, de innovación en todos los órdenes”, afirma la profesora, que insiste en “la necesidad de formar a los estudiante­s en el aprendizaj­e permanente y la versatilid­ad en las fuentes del conocimien­to”. “No sólo vivirán más años, sino que lo harán en un mundo en constante cambio, por lo que tendrán que actualizar sus conocimien­tos y adaptar su forma de aprendizaj­e con los tiempos”, apostilla.

Pone de ejemplo la situación actual de pandemia: “Si algo hemos aprendido de la crisis sanitaria es la importanci­a de la adaptación, una de las competenci­as que vertebran nuestro programa y que supone la autogestió­n, la habilidad de emprendimi­ento, la autoconfia­nza, la creativida­d, la resilienci­a y la responsabi­lidad”.

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D. S. Varias alumnas estudian consultand­o un ordenador.
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D. S. Desarrollo de un proyecto multidisci­plinar a través del ordenador.
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