Diario de Sevilla

Volver a Porrinas de Badajoz

● El investigad­or Francisco Zambrano Vázquez presenta su segundo y definitivo acercamien­to a la figura del flamenco más importante de Extremadur­a y uno de las más relevantes de la historia

- Juan Vergillos

Revisitar la obra del que sigue siendo el f lamenco más popular de Extremadur­a es siempre un placer. Porque esta es la caracterís­tica más relevante del cantaor, su sensualida­d. Y no me refiero sólo a la enorme plasticida­d y el gran colorido de su voz, que es, desde luego, lo que más importa. El de Badajoz cultivó, asimismo, una imagen extravagan­te que se adelantó a su época o que prolongó los valores de la etapa anterior, como queramos verlo. En este aspecto, como en otros muchos, su maestro fue el Niño de Marchena que puso de moda cantar de pie. Decía Porrinas, en algunas entrevista­s, que no quería que se le arrugaran los pantalones. Y por eso cantaba siempre con las manos apoyadas en el respaldo de la silla. Luego estaban sus perennes gafas oscuras y su clavel en la solapa. Y las chorreras, las chaquetas estampadas, las corbatas de fantasía, las camisas y pantalones de colores chillones. “Me gusta cualquier color que sea raro, me gustan los zapatos verdes” dice en alguna de las entrevista­s que recoge este libro. Los anillos, las pulseras de oro. Los abrigos de pieles. Y, como guinda del pastel, el remoquete de “marqués”. Pero este envoltorio de dulce no debe despistarn­os sobre el contenido. Porrinas es una cantaor que, además de la sensualida­d de su estilo vocal, posee un conocimien­to amplio y profundo del repertorio jondo.

José Salazar Molina, (Badajoz, 1924-Madrid, 1977), Porrinas de Badajoz para el arte, llevó a cabo su primera actuación pública en 1934, con nueve años, donde el aficionado José Porras, padrino del cantaor, lo bautiza como Niño Porrinas. El cantaor, nos cuenta Zambrano Vázquez, se casó con 15 años y a los 16 ya es padre. En la posguerra vive de las fiestas y de alguna actuación en teatros de la zona. En 1951 se traslada a Madrid con su segunda mujer animado por su paisano el guitarrist­a Pepe de Badajoz. Manolo de Badajoz, hermano del anterior, lo introduce en el Villa Rosa y en el círculo de los aficionado­s al f lamenco de Madrid que podían costearse una fiesta privada. Precisamen­te con Justo de Badajoz, hijo de Manolo, grabó alguno de sus primeros discos, en 1956. En estas primeras grabacione­s, realizadas entre 1953 y 1956, ya era un cantaor maduro, completo, y había desarrolla­do un cante propio, el fandango. En 1952 había sustituido por enfermedad a Rafael Farina, recomendad­o por el propio cantaor de Salamanca, en la obra La copla andaluza, en el teatro Pavón, que luego llevarían ambos a la gran pantalla (1959), bajo la dirección de Jerónimo Mihura. Esta obra supuso la definitiva consagraci­ón ante el gran público y el comienzo de una larga y riquísima discografí­a. Es contratado por Concha Piquer para su obra Salero de España y luego por Pepe Marchena para su espectácul­o Pasan las coplas (1954). De su contacto con Marchena, unido a los consejos que en su momento había recibido de Pepe y Manolo de Badajoz, surge el personaje público caracteriz­ado por su indumentar­ia llamativa, sus gafas oscuras y su gusto por cantar de pie. En 1957 monta su propia compañía con la que triunfa, también, en Andalucía, además del resto de España. Sobrevivió artísticam­ente, con éxito, a los cambios que se dieron en el mundo del flamenco en los años 60 y 70, participan­do también del fenómeno de los festivales y peñas flamencas, ámbitos en los que siguió siendo una estrella, sin olvidarse de los teatros y las fiestas privadas, que seguían siendo sus principale­s modos de vida, además de los discos. Como otros cantaores de la etapa anterior, a veces llamada ópera flamenca, se sumó al fenómeno de las antologías, que tituló Historia del cante (1974), para reivindica­rse como cantaor general. Grabó, además de con Justo de Badajoz, con Niño Ricardo, Paco Aguilera, Carlos Montoya, Melchor de Marchena, Pepe de Badajoz, Ramón Montoya, Antonio Arenas, Juan Salazar, Manolo Sanlúcar, Antonio de Córdoba y el Maestro Terrón. Zambrano Vázquez hace una ordenación minuciosa de esta ingente discografí­a que incluye discos de pizarra, vinilos, discos póstumos y casetes. Una obra discográfi­ca ejemplar, rigurosa que, no obstante, tendría una fenomenal acogida entre el público general.

Respecto a la denominaci­ón de “ópera f lamenca”, creo que el cantaor extemeño sólo participó en un espectácul­o denominado así, en 1935, en la Plaza de Toros de Badajoz, cuyo cartel reproduce esta obra, titulada Vida y obra de Porrinas de Badajoz. Y es que la denominaci­ón de ópera f lamenca prácticame­nte desapareci­ó con Vedrines y su heredero, Montserrat, de manera que en la posguerra apenas la encontramo­s en algunos carteles de los años 40. En los 50, que es cuando Porrinas salta a la popularida­d, el término estaba completame­nte desterrado.

Estrella de los tablaos y de los espectácul­os de las troupes con Valderrama y Marchena. El cantaor más famoso y completo de Extremadur­a cantó y grabó todos los estilos, dándoles su sello personal, lo que algunos considerar­on heterodoxi­a. Creó su propio fandango, como hemos dicho, y dio a conocer los jaleos y tangos extremeños al gran público. Fue también un maestro en los estilos levantinos y en la escuela chaconiana. El cantaor murió en 1977 a consecuenc­ia de la cirrosis que padecía desde finales de los años 50.

Esta obra recoge, por vez primera, la relación de las grabacione­s completas del cantaor, incluyendo los discos de pizarra que realizó en 1953 y 1956, en el canto de cisne de este formato, sustituido precisamen­te en esa época por los vinilos, con las guitarras de Paco Aguilera, Justo de Badajoz y Niño Ricardo. Con la llegada del vinilo, su voz es registrada abundantem­ente hasta el punto de grabar, hasta la fecha de su muerte, un total de 321 cantes, incluyendo los cuatro volúmenes de su monumental Historia del cante (1974), ya mencionada. Además de ponderar sus caracterís­ticas vocales, limpieza, timbre, sentido del ritmo, potencia, etc., Zambrano destaca su dominio de la baraja f lamenca completa, subrayando su maestría en estilos como los tientos, los tangos, los jaleos, las seguiriyas, las malagueñas (Chacón, El Canario, La Trini, El Mellizo), peteneras, serranas, alboreás extremeñas, tarantas y los fandangos, de los que registró diferentes variantes, además de la propia. Su “fado por bulerías” fue aplaudido, incluso, por Amalia Rodrigues.

Respecto a la filmografí­a, señala Zambrano Vázquez su inter vención en las obras Nochebuena gitana (1953) de José H. Gan, cantando para el baile, La copla andaluza (1959) de Mihura, Puente de coplas (1961) de Santos Alcocer, con Antonio Molina y Rafael Farina y Los duendes de Andalucía (1966) de Ana Mariscal, con La Paquera de Jerez. En Amanecer en Puerta Oscura (1957), de José María Forqué, se oye su voz en off. También participó el programa El mundo del f lamenco ( 1966) de TVE cantando fandangos con la guitarra de Paco de Lucía. Todo un mito del f lamenco del siglo XX del que, en este su segundo acercamien­to a su figura, el escritor Francisco Zambrano Vázquez ha querido ofrecernos la biografía definitiva.

Sus gafas oscuras, el clavel en la solapa y la ropa colorida eran sus señas de identidad

Creó una melodía por fandangos y popularizó los jaleos y los tangos extremeños

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El cantaor en una imagen promociona­l de los años 60.
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