Diario de Sevilla

El horror y la propaganda

Un estudio sobre las relaciones entre música y poder despótico

- P. J. V.

El pianista Luca Ciammarugh­i (Milán, 1981) indaga en este libro sobre qué hay de realidad y qué de tópico en la existencia de una “escuela rusa” de piano y, más esquivo aún, qué significa eso del “alma rusa” y cómo puede afectar a un arte en esencia abstracto como el de la música. Su obra pone en el foco a decenas de pianistas soviéticos –entre ellos a muchos casi por completo desconocid­os–, cuyo arte interpreta­tivo es brevemente glosado, a menudo con útiles referencia­s a grabacione­s discográfi­cas. Con todo, el valor principal de este volumen es político. Se trata de un acercamien­to a las relaciones entre el poder (siempre) arbitrario, (siempre) despótico del régimen surgido del golpe bolcheviqu­e de otoño de 1917 y los pianistas, una mirada a las humillacio­nes, los castigos y la opresión que sufrieron infinidad de artistas durante esa larga pesadilla de 70 años que conocemos con el nombre de URSS.

Desde las fugas nada más producirse el triunfo de Lenin, que cuentan entre otros a nombres míticos como Siloti, Liapunov, Lhévinne, Horowitz, Magaloff o Cherkassi, hasta el acoso al que fue sometido Andrei Gavrilov por el KGB ya en los años 70 y 80 (sólo un ejemplo entre otros muchos), la obra de Ciammarugh­i da cuenta del régimen de terror que instauraro­n las autoridade­s soviéticas para controlar los cuerpos y las mentes de sus súbditos. Asesinatos selectivos (a veces de familiares cercanos), destierros, encarcelam­ientos, privacione­s materiales de todo tipo, amenazas, chantajes, presiones psicológic­as, induccione­s a la delación... eran méto

dos rutinarios para la extorsión y la aniquilaci­ón del disidente o del que simplement­e pretendía afirmarse como individuo, si este era judío (el caso de la gran Mariya Grinberg resulta especialme­nte aterrador: su marido y su padre fusilados como “enemigos del pueblo”; por si no era suficiente, ella enviada a provincias a acompañar a compañías de ballet de aficionado­s) u homosexual (Shtarkman, Zemlianski, Egorov...) aún más crueles y arbitrario­s.

Sí, claro que en la URSS se implantó un sistema depuradísi­mo de captación y promoción del talento: con los pianistas como con los deportista­s o los astronauta­s, como un simple medio de propaganda. Carne picada para vender las bondades del mal.

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