Diario de Sevilla

La cara amable de la Justicia

● Se jubila Joaquín Álvarez Zamorano, responsabl­e de la Sala de Togas de los juzgados ● Asegura que se le quedó grabado el cinismo de los acusados por la muerte de la joven Marta del Castillo

- Amanda González de Aledo

Joaquín Álvarez Zamorano se acaba de jubilar tras más de una década en la Sala de Togas de los Juzgados de Sevilla, donde ha convivido a diario con miles de letrados. En este tiempo se ha convertido en la cara amable de la Justicia. –Después de 12 años atendiendo a abogados y ciudadanos en esta Sala de Togas, ¿recuerda alguna época dorada de la Justicia?

–Ninguna, la Justicia no es lo más agradable para ver. Aquí nadie quiere venir porque viene a rendir cuentas por algo. La falta de medios es total porque la Justicia no interesa a nadie, no produce beneficios ni da votos. Eso sí, va a su ritmo, es más lenta que lo deseable. Tarda, pero al final llega.

–¿Quiénes la sufren más?

– Sin duda, los abogados son los grandes sufridores de la Justicia. Los abogados de oficio son como una ONG y es una vergüenza lo que cobran por un día de guardia. Los retrasos son un mal endémico, no se pueden convocar juicios cada 15 minuto, ninguno empieza a su hora y eso es una falta de respeto al abogado. A partir de la crisis de 2007 muchos abogados dejaron su despacho y se instalaron en una habitación de su casa y ahora la situación ha vuelto a empeorar con el Covid.

–¿Ha cambiado la Justicia con el Covid?

–Al principio afrontó la pandemia con incertidum­bre, pero luego no ha cambiado mucho. Algunos juzgados toman precaucion­es excesivas y luego ves a los funcionari­os tomando cervezas en el bar. Los funcionari­os han seguido cobrando, los más perjudicad­os han sido los abogados, que tienen menos trabajo. –¿Qué recuerda de los acusados y víctimas que venían a esta Sala de Togas a preparar las declaracio­nes con sus abogados?

–Se me encogía el corazón ante casos de asesinato y las víctimas menores de edad. Recuerdo a los padres de una profesora norteameri­cana que fue asesinada y descuartiz­ada en Sevilla. Eran mayores, hicieron un viaje largo desde Estados Unidos y en esta misma sala se enteraron de cómo había sido la muerte de su hija. Curiosamen­te, el delincuent­e habitual suele venir aquí como un corderito. Pero hay otros, como los acusados de la muerte de Marta del Castillo, que venían con un aplomo y un rictus de cinismo que no se les movía de la cara. Es triste que haya gente así. –Aquí se refugiaban los imputados en casos mediáticos para esquivar a la prensa...

–Los abogados me pedían venir un poco antes o irse un poco después del cierre del edificio.

Uno de los que venía más temprano era Manuel Ruiz de Lopera cuando tenía que declarar en el juzgado de Instrucció­n 6. Un día yo tuve que salir a hacer unas gestiones y les avisé de que iba a cerrar con llave. Luego los demás abogados me decían que soy el único que había tenido encerrado a Lopera. Ruiz de Lopera era extremadam­ente atento. Sabiendo que yo soy hincha del Atlético de Madrid, me decía que era un buen equipo y cuando se quedaban a mediodía para continuar las declaracio­nes por la tarde encargaba bocadillos para ellos, para mí y para todos los que estuvieran aquí.

–Muchos destacan de usted la cordialida­d con la que trataba a los justiciabl­es...

–Yo considerab­a que era la cara de los ocho mil abogados sevillanos, que eran quienes me pagaban, y debía tratar a sus clientes como lo harían ellos mismos. Era la impresión que se iban a llevar del Colegio. Siempre he pensado que los problemas personales tienes que dejarlos en casa y los demás no tienen por qué sufrirlos, ya tienen bastante con lo que tienen.

–Le he visto solucionar todo tipo de problemas al que entraba por esa puerta

–Una vez los vigilantes de seguridad de la entrada me mandaron a una persona que preguntaba por una calle de Sevilla. –¿En estos años habrá vivido anécdotas de todos los colores?

–Un abogado me contó que le contrató una mujer para su divorcio y cuando fue a presentar los papeles descubrió que ya estaba divorciada, pero se le había olvidado porque habían seguido conviviend­o. Hay personas que ignoran que la Justicia es un ser vicio gratuito y dicen a sus letrados que “si hay que pagar algo, se paga”. Muchas veces los ciudadanos entran por la puerta preguntand­o si esta es la Sala de Trolas, no sé qué tipo de connotació­n tendrá para ellos…

–¿Qué es lo mejor que le han dicho los abogados sobre su trabajo?

–Lo mejor es lo que no te dicen y lo sientes, pero muchos decían que éste es el único sitio donde podían venir a relajarse. –¿Han cambiado las formas de hace unos años respecto a las de ahora?

–Es un problema de la sociedad en general, donde se han perdido las formas básicas. Sé que el hábito no hace al monje, pero antes los abogados venían con corbata negra y eso les daba prestancia y respeto. Al fin y al cabo, esto es un templo de la Justicia.

Los abogados de oficio son como una ONG y es una vergüenza lo que cobran por una guardia”

Los abogados me decían que soy el único que ha tenido encerrado a Manuel Ruiz de Lopera”

Muchas veces los ciudadanos entran por la puerta preguntand­o si esta es la Sala de Trolas”

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M. G. Joaquín Álvarez Zamorano, en la Sala de Togas de los Juzgados de Sevilla.

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