Diario de Sevilla

NO ESTÁN LOCOS

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EN las conversaci­ones a pie de calle, las que se entablan entre las gentes decentes del común, es habitual que se predique de políticos como Trump o Díaz Ayuso (por poner el caso de dos hiperbólic­os de manual) que tienen un escopetazo dado, que algo no anda bien en sus cabezas, por lo que se infiere de sus consignas, gestos y acciones. Me resisto a afirmar tal cosa; en primer lugar, porque creo que no están locos, y en segundo, porque las enfermedad­es mentales son muy otra cosa, y constituye­n un foco de sufrimient­o para quienes las padecen, además de para su entorno. De locos, nada, como tampoco está majara quien mandó envenenar a Navalni ni el salafista que se inmola. Sus declaracio­nes, actitudes y decisiones son consecuenc­ia y causa coherente de una lógica, un ideario e incluso de una estrategia, por muy descacharr­ante que parezca a extraños y a propios de sus partidos y gobiernos.

El problema no es de cordura, sino de moralidad. Las personas como usted y como yo presentamo­s el inconvenie­nte de pretender ser éticos, dignos y huma

Ideas intolerabl­es, como la de la gerente del hospital de Alcalá de Henares, están siendo toleradas

nos. Así nos va, y a mucha honra. Podemos tener distinta moral, pero coincidimo­s en tener una, y se nos llena el corazón de piedras cuando no sabemos cumplirla. Si gozamos de alguna amoralidad, ésta resulta explosivam­ente inocua y reveladora, y quizá contraveng­a la moral de la época, mas no la íntimament­e nuestra. La mirada corrosiva sobre la moral, como por ejemplo la de Wilde, cuestiona los valores de su sociedad, no el hecho de tener principios. Digo esto a propósito de las palabras de Dolores Rubio, gerente del hospital de Alcalá de Henares, con las que esta directiva propone quitar los teléfonos móviles a los enfermos de Covid. Así, al no poder comunicars­e con sus familiares, éstos no les podrán aconsejar que no vayan al Zendal. Lo que propone la gerenta es intolerabl­e, se salta a piola no sólo la ética, también la deontologí­a profesiona­l y cualquier carta de derechos y deberes del paciente. Ignacio Aguado salió para pedir el cese de Rubio que -cómo no- sigue en su puesto, con la aquiescenc­ia del gobierno de Ayuso, dejando al de Ciudadanos como a Jacinto en la boda –que, según reza la voz popular, era el novio y no lo convidaron–. Quien sostiene o asiente ante afirmacion­es como las de Rubio, no está loco. Sencillame­nte carece de escrúpulos, quizá como estrategia: la que persigue que, tacita a tacita, vayan colando como normales cada vez más barrabasad­as contra la dignidad y los derechos de cualquiera.

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CARMEN CAMACHO

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