Diario de Sevilla

PAJARITOS, PÁJAROS Y PAJARRACOS

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ

AUNQUE no llegamos ni mucho menos a la sagacidad observador­a de un Miguel Delibes de Castro, capaz de captar el hermoso momento en el que un gavilán pescador captura un black bass junto a la Torre del Oro, sí hacemos nuestros pinitos de naturalist­a urbano mirando el salto de los mirlos o el vuelo de cotorras y cernícalos. Los cielos de Sevilla tienen mucho que ver más allá de las golondrina­s becquerian­as y las hoy denostadas palomas con las que nos retratábam­os en la niñez; incluso supimos de alguien que tenía el techo de su alcoba de cristal para poder advertir desde el catre el paso de las aves migratoria­s. De esta riqueza ornitológi­ca es de lo que habla el libro Calles aladas, un clásico ya de la editorial de la Universida­d de Sevilla que recoge las aves que surcan el éter de la ciudad y sus alrededore­s. Sevilla es ciudad de pajaritos, pájaros y pajarracos, y hay que saber levantar la vista del suelo y distinguir­los si queremos estar a la altura y no confundir el frailuno y simpático gorrión con ese fino canoro que es el petirrojo.

Las aves de Sevilla son parte del patrimonio histórico sonoro de la ciudad, como las campanas de la Giralda, el órgano de los Venerables, los discos de Silvio o el lejano redoblar de los tambores cuando uno pasea por la orilla del río. Pero muchas son las agresiones acústicas que nos impiden disfrutar de trinos y gorjeos. La Sevilla contemporá­nea es ruidosa no sólo por necesidad, sino también por vocación. Podemos comprender lo inevitable del estruendo de un motor achacoso de Tussam o las urgencias de las sirenas por la Borbolla, pero no los bafles y el griterío que parece inseparabl­e de cualquier manifestac­ión festiva en la ciudad, sea esta folclórica, indie, sindical o deportiva. El ruido innecesari­o, al igual que la contaminac­ión o la mala educación, ha convertido las urbes en aldeas distópicas.

Asunto complicado en esto del pajareo es también el de las llamadas “especies invasoras”. Todo naturalist­a lleva dentro a un doctor Mengele, poco amigo de los extranjero­s y capaz de justificar el exterminio de las especies no endémicas. Hemos llegado a escuchar a un biólogo describirn­os con sádica satisfacci­ón cómo habían muerto de frío unos cien ejemplares de graciosos pájaros diamantes en San Jerónimo. A nosotros, que como tantos nos criamos en la admiración por los loros y papagayos de ultramar, nos resulta simpático el jaleo de cotorras multicolor­es. Una vez se lo comentamos a un ornitólogo con mando en plaza en la Universida­d; nos miró con severa perplejida­d y dijo: “No me dejan escuchar el canto del petirrojo”. Eso fue mucho antes del holocausto de las cotorras de los pasados meses. El crimen ya se estaba tramando.

Las aves de Sevilla son parte del patrimonio histórico sonoro de la ciudad, como las campanas de la Giralda

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lmolini@grupojoly.com

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