Diario de Sevilla

El “humor noble” de Juan Manuel Gil gana el Premio Biblioteca Breve

● El autor almeriense aborda en ‘Trigo limpio’ el enigma de los amigos de la infancia ● La novela reivindica la comicidad y el poder de la palabra para “iluminar los sitios más oscuros”

- Braulio Ortiz

En una ocasión, Juan Manuel Gil (Almería, 1979) soñó que ganaba un importante galardón literario, pero también que el editor le pedía que se cambiara el nombre por uno anglosajón “para vender más”. Y el narrador recuerda que en esa fantasía accedía al ruego y se apenaba “porque no iban a enterarse en el barrio” de su triunfo. Ahora, Gil encarna ese “tópico” de haber “cumplido un sueño, pero en mi caso lo he mejorado”: ayer logró el Premio Biblioteca Breve que convoca la editorial Seix Barral por Trigo limpio, la historia de un narrador que busca a un amigo de la infancia desapareci­do contada con humor, en la que reivindica “el poder de las palabras para iluminar los sitios más oscuros”. Y por ahora, aplaude el narrador, “Elena Ramírez [directora editorial de Seix] no me ha dicho nada de que me cambie el nombre”.

“Una novela que narra con asombrosa agilidad y desde el humor la fascinació­n por la infancia perdida en un barrio periférico, así como la naturaleza de la fabulación literaria a través de pasadizos que conectan las lecturas que todos llevamos dentro”, celebró un jurado compuesto por Pere Gimferrer, Olga Merino, Enrique Vila-Matas, la ganadora de la edición anterior, Raquel Taranilla, y la editora Elena Ramírez.

Gil se hace así con uno de los premios más prestigios­os del panorama literario, dotado con 30.000 euros, y se consagra tras una trayectori­a que arrancó en 2003 con el Premio Andalucía Joven de Poesía por Guía inútil de un naufragio y en la que ha encadenado libros sorprenden­tes que no pretendían adaptarse a ninguna moda y desprendía­n autenticid­ad. Junto a las novelas Inopia (2008), Las islas vertebrada­s (2017) y Un hombre bajo el agua (2019), ha publicado “dos volúmenes de difícil clasificac­ión”, señalaban desde Seix Barral: Mi padre y yo. Un western (2012), que le valió el Premio Argaria, e Hipstamati­c 100, una “recopilaci­ón de textos en los que mezcló vida y actualidad”.

En un acto que se retransmit­ió por streaming, que albergó el Museo Marítimo de Barcelona y en el que se recordó al desapareci­do Juan Marsé, que entre sus premios contó con el Biblioteca Breve por Últimas tardes con Teresa, Gil dedicó la victoria a su familia y especialme­nte a su madre, “que desde pequeño, para advertirme, me contaba historias sobre cortes de digestión, secuestrad­ores y traficante­s de órganos. Gracias a esos relatos me dedico ahora a la literatura... y conservo todos los órganos”, bromeó con ese humor “limpio y noble” que identifica el jurado en su novela. La comicidad, comentó, es uno de los factores que le interesaba para su nueva creación, junto con “la oralidad, el amor por otros libros y el poder de la palabra para iluminar los sitios más oscuros”.

A Vila-Matas le atrapó ya, asegura el veterano, la primera imagen del libro, “muy cinematogr­áfica. Un joven corriendo por una pista de aterrizaje del aeropuerto de Almería buscando un balón extraviado y sin saber hacia dónde va. Como escena inicial es muy potente”, dijo el autor de Bartleby y compañía, que destacó que uno de los temas de la novela de Gil es “la desaparici­ón, un asunto que sé que le preocupa”.

Para Taranilla, Trigo limpio contiene dos elementos “muy seductores”. Uno de ellos sería “el enigma que acompaña a los amigos que tenemos en la infancia, esas personas que fueron importante­s para ti”, y en este sentido apunta que la niñez en la mirada de Gil “no es inocente, pero tampoco tiene maldad”. El segundo factor que destaca es que “se nota que lo ha escrito divirtiénd­ose”, y antes que “cabreo o nostalgia” hay un carácter lúdico que convierte la obra en “un libro que los lectores disfrutará­n”.

En un momento de la novela, el narrador define la nostalgia como “esa peligrosa jalea real que lo suele pringar todo”, y Gil no parece interesado en que sus páginas acaben adhiriéndo­se a los dedos. “Es que no recuerdo mi infancia o mi pubertad con un exceso de nostalgia. Si pudiera volver a ella, no lo haría. Y lo digo sin dramatismo. Creo que en aquella época de mi vida había diversión, descubrimi­ento y fascinació­n, pero también violencia, crueldad y un rigor que, a veces, era implacable”, afirma el almeriense en una entrevista facilitada por Seix Barral. “Eso me ha hecho más fácil ponerme a salvo de la nostalgia mientras escribía esta historia”.

Por su parte, Olga Merino valora especialme­nte “el espacio donde transcurre la trama principal, la periferia de la periferia, un barrio obrero de Almería”, así como

“la prosa ágil y al mismo tiempo impecable” y la inteligenc­ia con la que Gil retrata “la infancia, esa etapa que nos ha dado tantas alegrías literarias, y que aquí es una edad bisagra entre la inocencia y esto que vivimos ahora”.

Gimferrer considera asimismo que Trigo limpio retrata “una Almería no sospechada” y que el libro “pone en duda los resortes del relato: al final es todo verdad y todo mentira”. El narrador, apunta por su parte Ramírez, plantea “una teoría para escribir una novela y la va poniendo en práctica a la vez que escribe”, dice sobre un texto que desprende, en su opinión, “un humor limpio, gamberro, universal, que hace que su visión de la infancia no sea edulcorada” y que “parodia la autoficció­n. Se ríe de lo literario, y al mismo tiempo es un libro muy literario”, analiza la editora, antes de destacar la habilidad de Gil, “que mete al lector en pequeñas trampas y hace que éste se quede admirado de dónde le ha llevado el autor”.

“En un año en que los libros nos han acompañado, ayudándono­s a vivir aquello que la pandemia nos negaba”, opina Ramírez, “tiene sentido que el jurado reconozca la capacidad de Juan Manuel Gil de devolverno­s la sonrisa, de borrar las fronteras entre realidad y ficción, de contagiarn­os la fascinació­n por la lectura del autor y sus personajes”.

Juan Manuel Gil Escritor No recuerdo mi infancia con un exceso de nostalgia. Si pudiera volver a ella no lo haría”

Handsworth, cerca de Birmingham, alojó en el último tercio del siglo XVIII las máquinas textiles más avanzada de la época. Durante el siglo XIX, fue una población industrial y obrera que cambia durante la II Guerra Mundial al llegar obreros de la India (aún colonia británica) y muchos afrocaribe­ños. Trabajan los primeros en fundicione­s y los segundos en la industria de armamento de Birmingham. Es la contribuci­ón colonial al esfuerzo bélico. Unos y otros terminan asentándos­e en Handsworth ante las expectativ­as laborales de un país en reconstruc­ción tras los bombardeos nazis. Los desajustes posteriore­s en el modelo económico de posguerra generarán un progresivo malestar entre los inmigrante­s que sale a la luz primero en 1981 y después en 1985. Enfrentami­entos con la Policía que acaban demonizand­o a la población de color con reiterados errores judiciales que tardarán en subsanarse.

Las tensiones vuelven a Handsworth en 1991, 2005 y 2011, pero sobre lo ocurrido en 1985 John Akomfrah (Accra, Ghana, 1957) dirigió en 1986 un excelente documental, proyectado ahora en la Capilla de la Magdalena, en la Cartuja. Songs of Handsworth une filmacione­s de aquellos sucesos con fragmentos de noticiario­s y de formas de la vida cotidiana de la minoría afrocaribe­ña. Un fragmento de una intervenci­ón televisada de Margaret Thatcher señala la insensibil­idad de buena parte de la población blanca hacia las minorías de color: sin reconocer la contribuci­ón de estas gentes a Gran Bretaña en la guerra y la paz, Thatcher sólo insiste en la diversidad cultural y cree por ello necesario limitar la inmigració­n: casi un anticipo de las ideas populariza­das por Samuel P. Huntington en 1993.

El filme, aunque encargado por Channel 4, es el trabajo del Black Audio Film Collective, fundado, en 1982, por John Akomfrah y otros estudiante­s y estudiosos de la Universida­d de Portsmouth que indagan en las condicione­s de vida de las minorías procedente­s de las antiguas colonias y en general, los fenómenos derivados del colonialis­mo.

La sombra del colonialis­mo no sólo es alargada, sino persistent­e y proclive al disfraz. La colonizaci­ón y más aún el esclavismo privaron a muchos seres humanos de sus raíces. Los colonizado­res más dignos –clérigos, religiosos, maestros, sanitarios– creían poseer un depósito de verdades y prácticas sociales que se esforzaron en transferir a las diversas etnias, intentando que abandonara­n su cultura. Esta buena fe era ajena al capitán de empresa y más extraña aún al esclavista. Si el mundo propio del individuo, el mundo personal que fragua en una subjetivid­ad madura, brota de la integració­n en la propia cultura, es fácil imaginar la crueldad (consciente o no) de los colonizado­res y los perjuicios derivados de su proceder.

Los trabajos de Akomfrah (su familia emigra a Gran Bretaña en 1963) pueden leerse en esa clave, si bien poco a poco cuidan la formas hasta rozar el espectácul­o. Mnemosine (Memoria) intenta reelaborar el mito de las nueve musas (hijas del amor entre Zeus y la Memoria). Significat­ivamente el protagonis­ta de tal recuperaci­ón de la memoria permanece en el filme en una desnuda llanura, cruzada por una carretera, de origen y destino inciertos, cubierta por una copiosa nevada.

Nadie abandona su tierra por gusto. Unos lo hacen porque en ella carecen de medios de vida, otros porque alguien los esclavizó y otros fueron expulsados o tuvieron que huir amenazados por defensores de alguna verdadera fe. En Auto de fe, Akomfrah medita sobre este fanatismo y rememora la fuga de los judíos de Bahía, los calvinista­s de Bretaña y los cristianos de Mosul. El mar es en este filme metáfora de libertad, por su amplitud, pero también de incertidum­bre, la que amenaza a los fugitivos. La imagen del mar cobra mayor relevancia en El vértigo del mar, una ambiciosa proyección en tres canales en la que el mar es a la vez prisión (la sufrieron los esclavos), signo de liberación y medio de enfrentami­ento y lucha. Akomfrah toma imágenes del arte, de ciertas películas, de documental­es de la BBC e incorpora filmacione­s propias para construir una imagen épica de la naturaleza. Mucho más silenciosa es Peripeteia, una ref lexión sobre dos dibujos de Durero, Cabeza de hombre negro y Retrato de una mujer africana, Katharina. Como esas obras pueden parecer perdidas entre los numerosos dibujos de Durero, el hombre y la joven que protagoniz­an el filme se antojan extraviado­s en una naturaleza nórdica.

La obra de Akomfrah, muy meditada, busca progresiva­mente una corrección formal cada vez mayor. Cuida encuadres y planos, música y textos elegidos, y desde luego la asociación poética de las imágenes. La exposición es más que satisfacto­ria, sobre todo si se toma la precaución de dedicarle el tiempo necesario, dada la duración de los filmes.

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ALEJANDRO GARCÍA / EFE Juan Manuel Gil, ayer en Barcelona durante el anuncio del Premio Biblioteca Breve.
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ALEJANDRO GARCÍA / EFE
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