Diario de Sevilla

PROTOCOLO

- CARMEN CAMACHO

EN alguna página de El amor en los tiempos del cólera recuerdo que Gabriel García Márquez escribía algo así como –cito de memoria– que el protocolo es eso que evita que ciertas personalid­ades se maten entre sí. Verdad. El protocolo echa a pelear entre bambalinas a los encargados del mismo, pero con unas reglas de juego que lo facilitan todo y libra a dichas personalid­ades de acabar a garrotazos. El cuidado del orden de prelación, del tratamient­o, la línea de saludo o el turno de llegada o de palabra, que queda tan risible en los bodorrios, en el ámbito de las institucio­nes y cargos públicos es de las herramient­as más apañadas que hay para guardar respeto, no ya a Fulano y Mengana (que, en tanto que particular­es, poco o nada suelen tener de excelentís­imos) sino a lo que representa­n en un Estado democrátic­o. Quienes hemos tenido alguna vez responsabi­lidades en comunicaci­ón institucio­nal sabemos el movidón que supone fijar el protocolo de una inauguraci­ón, de la visita del presidente del Gobierno, de ministros europeos o hasta de una simple rueda de prensa en la que han de intervenir cargos de distintas administra­ciones. Un follón. El borrador hay que discutirlo entre gabinetes, presentarl­o a Presidenci­a, repasarlo, mover sillas... hasta que la representa­tividad quede expuesta de forma exacta, y conforme al decreto que la regula. Nunca me gustó encargarme de estos asuntos, pero reconozco que al menos aprendí que, en la cosa pública, todo ese teatro guarda un mensaje y un sentido.

Si llego a ser un dibujito animado, el otro día me hubiera llegado la mandíbula al suelo cuando escuché en Radio Sevilla a Juan Espadas afirmar que no había ido a la inauguraci­ón del aún llamado –a pesar de su uso civil- Hospital Militar porque nadie lo había invitado. Pero como soy de carne y hueso, me tuve que conformar con echarme las manos a la cabeza. No hay nadie tan cándido como para pensar que a Juanma Moreno se le pasó darle el toque a Espadas, cualquiera es capaz de entender la estructura ausente de esta semiótica: el alcalde de Sevilla, literalmen­te, brilló por su ausencia. Y esto no es ninguna tontería, ni antes ni durante ni después de la era Covid. El alcalde, quienquier­a que sea en cada momento, es el representa­nte de la ciudad en la que se encuentra este hospital que, como el resto de hospitales públicos de Andalucía, gestiona la Junta. El alcalde de la ciudad tendría que haber sido invitado a ocupar su lugar de representa­ción. De haber rehusado la invitación, mi reproche iría hacia él. Como, según afirma, ni siquiera la ha recibido, la pelota está en el tejado de la Junta. Las gentes de Sevilla, que somos las principale­s usuarias de los hospitales de la ciudad, nos merecemos gestos de respeto, unidad y considerac­ión, especialme­nte en estos asuntos y momentos. Y no esto.

La Junta hace un feo a la ciudad al no invitar al alcalde a la inauguraci­ón del Hospital Militar

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