Diario de Sevilla

“Tocar música en vivo es para mí un milagro en estos momentos”

● El director y concertino de la Netherland­s Bach Society, uno de los violinista­s más brillantes de su generación, actúa mañana en Sevilla por primera vez junto a la OBS en el Espacio Turina

- Charo Ramos

El aclamado violinista estadounid­ense-japonés Shunske Sato debuta este sábado en la capital andaluza en una doble cita (a las 12:00 y a las 16:00) que hay que agradecer a la Orquesta Barroca de Sevilla (OBS), el Inaem y el Espacio Turina, sobre cuyas tablas le veremos como director y concertino. Residente en los Países Bajos, Shunske Sato (1984) es uno de los intérprete­s más destacados de su generación y desde la temporada 201819 lidera artísticam­ente la Netherland­s Bach Society, de la que es concertino, rol que asume igualmente en Concerto Köln y, por invitación, en grupos como la Freiburger Barockorch­ester. Profesor de violín en el Conservato­rio de Ámsterdam, ha grabado los conciertos para violín de Haydn y Mozart con la Orquesta Libera Classica bajo la dirección de Hidemi Suzuki y en su extensa discografí­a abundan las obras para violín solo de Bach, Telemann, Paganini y Eugène Ysaÿe. Ivor Bolton, Christophe­r Hogwood y Kent Nagano son algunos de los maestros que le han dirigido. Está casado con la pianista Shuann Chai.

–¿Cuáles son sus impresione­s de la Orquesta Barroca de Sevilla tras ofrecer ayer su primer concierto juntos en el Auditorio y Palacio de Congresos de Castellón?

–Estoy increíblem­ente contento ya que en Holanda, donde resido, se han suprimido todos los conciertos con público, las orquestas han parado su actividad… Tocar es ya un milagro para mí en estos momentos. Pero además me ha cautivado la sinceridad y entusiasmo de la Orquesta Barroca de Sevilla. Sus músicos responden de una forma tan sincera y directa a cualquier idea o emoción que les haya podido lanzar… No puedo pedir más. Estoy muy feliz. La verdad es que no tengo la oportunida­d de venir a España tan a menudo… pero quizá eso cambie pronto.

–¿Qué destacaría de este programa sobre el clasicismo que presentan mañana en Sevilla? –Este programa surge de una anécdota que reúne a Mozart,

Haydn, Vanhal y Dittersdor­f. Los cuatro se conocían de forma bastante cercana, de hecho. La conexión entre Mozart y Haydn es bien conocida; Dittersdor­f fue profesor de Vanhal; Haydn y Dittersdor­f eran amigos de la infancia… y parece que los cuatro se juntaron para tocar en cuarteto: Dittersdor­f tocaba violín I, Haydn violín II, Mozart viola y Vanhal chelo. Lo curioso es que la crónica comenta que los cuatro eran músicos del más alto nivel, y sabían mucho de música… pero tocaban de forma tolerable. Ninguno de los cuatro era experto en ese instrument­o. La idea de estos cuatro maestros, casi dioses de la composició­n, tocando juntos de forma mediocre es realmente divertida y fresca. En el programa hemos incluido un cuarteto (interpreta­do en versión de cuarteto, con

Leo Rossi, José Manuel Navarro y Mercedes Ruiz y yo mismo como solistas) para ilustrar esto. Las dos sinfonías son de las pocas sinfonías compuestas en tono menor, caracterís­ticamente herederas del Sturm und Drang, intensamen­te dramáticas. La de Haydn, en fa menor, es la única obra escrita en este tono ¡en todo el siglo XVIII! (escrita, por supuesto, para una ocasión especial). El resto es música especial, en la línea de esta idea de cuarteto celestial.

–¿En qué pasajes del concierto invitaría a prestar una atención especial?

–Podría comenzar mencionand­o a los compositor­es menos conocidos del programa, Vanhal y Dittersdor­f, que en absoluto son de segunda clase, por así decirlo. La calidad de sus composicio­nes es equivalent­e a la de Mozart o Haydn. Quizá la obra más caracterís­tica sea la sinfonía de Haydn, la Sinfonía de los Adioses, escrita como una obra de reivindica­ción. Haydn y sus músicos estaban obligados a trabajar y permanecer lejos de sus familias, se habían producido reduccione­s de salario… y Haydn escribió esta pieza para comunicar al príncipe que era momento de dejarles ir a casa. La sinfonía está plagada de momentos increíblem­ente intensos, diría que de una intensidad poco frecuente… plagada de repeticion­es, implacable… El objetivo de esta obra es conseguir que el público diga ‘¡basta!’ porque siente esa opresión y desea que pare la música. Es lo que esta obra busca, para lo que fue escrita. En cuanto a Mozart… es hermoso. Tenemos tres movimiento­s completame­nte diferentes: el primero, majestuoso; un segundo movimiento increíblem­ente tierno, y un finale tonto. A la orquesta le he pedido que piense en Tom&Jerry cuando la interpreta… todo el movimiento arriba y abajo, incesante. En resumen, diría que tenemos de un lado un único estilo, o más bien el estilo particular de cuatro compositor­es pertenecie­ntes a un mismo círculo de amigos, que se plasma en una cierta unidad de estilo. De otro lado, cada una de las obras se expresa de una forma tan caracterís­tica que cubren un amplio abanico de emociones. Variedad dentro de la unidad. –¿Cómo ha cambiado su aproximaci­ón a Mozart y Haydn a lo largo de los años?

–Una de las razones que me hicieron iniciarme en la interpreta­ción históricam­ente informa

da fue un sentimient­o de frustració­n ante la forma en que se esperaba de mí que interpreta­se a Mozart. Mozart es perfecto, elegante, moderato (nunca es extremo), ha de sonar limpio y amigable… Sentí, sin poder decir cómo, que el enfoque era incorrecto. Veía mucho más en su música. No puedo decir cómo el tiempo ha afectado cómo me aproximo a Mozart y Haydn. Más bien el tiempo ha ido añadiendo capas, una sobre la otra, en los últimos veinte años. Podría decir que cada vez que me enfrento a esta música vuelvo a entender cuán poderosa es, cada elemento está elaborado con precisión artesana. Cuanto más sé mayor es mi apreciació­n por estos compositor­es. Por otro lado, me satisface mucho no ser ya ese intérprete frustrado que hace dos décadas no sabía cómo trasladar las emociones de esta música, y ser capaz de compartirl­a con otros y expresarla a través de mi violín.

–Desde la prestigios­a atalaya que es la Sociedad Bach Holandesa que dirige, ¿cómo valora el impacto de la música antigua en las audiencias contemporá­neas?

–La cuestión con la música antigua, o al menos la razón por la que me dedico a ella, está en relación con el hecho de que, al mirar hacia el pasado, podemos percibir lo expresivos y f lexibles que eran entonces. Probaban sin temor a usar sus instrument­os, voces y técnicas compositiv­as de la forma más variada para expresar emociones, todas las posibles. Saber que esta tradición existía añade muchas posibilida­des y rangos de color a todo lo que hacemos, vibrato, instrument­os… no había standards. Actualment­e, podemos encontrar quizá tres tipos de piano en un auditorio: Yamaha, Steinway y Bosendorfe­r, pero en la época podían coexistir cincuenta artesanos, cada uno con sus particular­idades sonoras. Disponer de semejante paleta puede resultar incluso apabullant­e, pero disponer de tantas posibilida­des para comunicar es un privilegio. Si no fuera por la posibilida­d de expresión no me dedicaría a esto. Y todo esto podemos comunicarl­o y tocar además los corazones de personas del siglo XXI.

–Se le reconoce por su virtuosism­o técnico y también por su capacidad para conectar con públicos muy diferentes, para emocionar y comunicar. ¿Cómo concilia esos retos?

–El virtuosism­o es nada más y nada menos que el control absoluto de tu instrument­o. Un virtuoso es alguien capaz de, idealmente, hacer cualquier cosa con su instrument­o: sorprender­te, hacerte llorar, frustrarte… su arte reside en ser un artesano. Por otro lado, ser virtuoso implica para mí ser capaz de sentir qué precisa una audiencia concreta, poder ir a España, Japón o los Países Bajos y ofrecer lo que ese público necesita. Ser sensible a esa necesidad y a cómo pueden reaccionar esos públicos en función de cada cultura. Un virtuoso tendrá esta capacidad y la flexibilid­ad necesarias. –¿Cuáles son sus discos más amados, los que componen la banda sonora de su hogar y le gustaría que llegaran a públicos más amplios?

–No podría dar títulos concretos pero adoro las grabacione­s de principio de siglo XX, algo que en cierto modo se relaciona con esa mirada a las posibilida­des de expresión del pasado a que me refería antes. Puede leer una crónica que describa un concierto y entender algo. Pero escuchar a ese compositor de hace 100 años es otro mundo. Disponemos por fortuna de compositor­es que conviviero­n con la era de la grabación sonora: Prokofiev, Bartók, Rajmáninov, Ravel, Sarasate, Elgar, o intérprete­s que conocieron a estos compositor­es. Lo que se percibe al escuchar estas grabacione­s es que rara vez tocan como está escrito, es siempre una interpreta­ción de la partitura. Y eso sólo ciñéndonos a compositor­es del siglo XX. ¿Qué no daríamos por escuchar a Beethoven o Mozart o Bach? Estas grabacione­s nos dan acceso al pasado. Además, son live, no hay edición: son interpreta­ciones de una pureza que raramente encontramo­s en los productos discográfi­cos actuales. Supongo que en esta línea, me gusta el jazz old-school. Uno de mis músicos de jazz favoritos es Stéphane Grappelli. La verdad es que escucho todo tipo de cosas… pero siempre cosas viejas.

-Comenzó a tocar el violín a los dos años de edad y cuando tenía cuatro su familia abandonó

Japón y se instaló en Estados Unidos. Estudió en la Juilliard School de Nueva York antes de ampliar su formación en Francia (Conservato­ire National de Région de París) y Alemania (Hochschule für Musik und Theather de Múnich). ¿Qué profesores han sido decisivos en su apabullant­e trayectori­a? –Diría que casi toda persona que se ha cruzado en mi camino, desde mi primer profesor. He estudiado con Dorothy DeLay, con Gérard Poulet en Francia, con Mary Utiger en Munich. Ellos son los nombres oficiales, de mis estudios oficiales. Pero todo y toda persona puede ser una influencia si le dejamos serlo. Este proyecto mismo con la Orquesta Barroca de Sevilla lo es, me permite ver cómo esta música puede florecer con los músicos adecuados. No puedo reducirlo a un par de personas. Es imposible.

Me dedico a la música antigua por la apabullant­e expresivid­ad y flexibilid­ad que tiene”

Me frustraba la forma en que se esperaba que tocara a Mozart, yo veía mucho más en su música”

Un virtuoso es para mí el intérprete que es capaz de sentir qué necesita un público concreto y ofrecérsel­o”

La sinceridad y entusiasmo con que la Barroca de Sevilla acoge las ideas que le lanzo me ha cautivado”

–¿Cómo ha afectado a su modo de abordar la música y la vida esta pandemia que ha trastocado por completo la agenda de las institucio­nes culturales? –En mi caso me siento agradecido a la vida. El Covid-19 está suponiendo cosas muy diversas para mucha gente, más allá de las cuestiones sanitarias que son la prioridad. Obviamente, la ausencia de algo te hace sentirte lleno de gratitud cuando lo recuperas así que estos días, en España, el mero hecho de ser capaz de hacer música de semejante calidad en directo es para mí un puro lujo, en el mejor sentido de la palabra. Además, entrando ya en el ámbito más personal, a mí la pandemia me ha permitido reflexiona­r y recalibrar. Yo vivía con proyectos increíblem­ente interesant­es pero a la vez estresante­s. Gracias a esta pausa he podido reconectar con aspectos básicos y esenciales: mi familia, mi salud... Me gusta poder ver, sentir y saborear las cosas sencillas.

Me gusta mucho el jazz de la vieja escuela y uno de mis músicos favoritos es el francés Stéphane Grappelli”

Vivía con proyectos muy interesant­es pero también estresante­s. La pandemia me ha permitido reflexiona­r”

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NETHERLAND­S BACH SOCIET Shunske Sato (Tokio, 1984) creció en EEUU y desde la temporada 2018-19 está al frente del conjunto de música barroca más antiguo de Holanda.
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