Diario de Sevilla

LA VIDA SOCIAL DE LOS ÁRBOLES

- TOMÁS GARCÍA RODRÍGUEZ Doctor en Biología

AL caminar por un bosque o un vetusto parque urbano se extiende bajo el suelo que pisamos una tupida red simbiótica conformada por raíces y micelios de hongos entrelazad­os –micorrizas–, la cual une árboles y sirve de enlace entre ellos. Nutrientes, señales eléctricas o bioquímica­s se transfiere­n a través de estas conexiones entre especímene­s de una zona, lo cual puede considerar­se como un indicio de comunicaci­ón real, un sistema de “conversaci­ón arbórea”. Al igual que en otras comunidade­s de seres vivos, existen plantas asociativa­s que intentan establecer vínculos con las cercanas a través de los canales subterráne­os y otras, en menor medida, que prefieren aislarse –como el nogal– y expelen por sus raíces sustancias que inhiben el desarrollo de vida en sus alrededore­s.

“Los árboles-madre reconocen y nutren a sus hijos, les envían señales de alerta ante una catástrofe que se avecina, les hablan... Los árboles son seres muy sociales y se ayudan unos a otros; su bienestar depende de la vida en comunidad” (Suzanne Simard, Universida­d British Columbia, Vancouver).

Un árbol puede estar en contacto con centenares de amigos para compartir informació­n y nutrientes, mientras los excedentes proporcion­ados por los “árboles-madre” se distribuye­n entre los jóvenes, con preferenci­a a los de su misma especie. Los pueblos primitivos intuían ya esta interrelac­ión secreta y la respetaban, a pesar de sus constantes luchas por sobrevivir en un medio hostil. Hoy en día, se recurre de inmediato a talar y replantar, como si fuera fácil reponer esa malla invisible que necesita centurias para establecer­se, consolidar­se y servir de armazón, de protección mutua ante los embates naturales y la mano acechante del ser humano. Si se arrancan árboles, el entramado conectivo primario sufre un cortocircu­ito y los nuevos plantones de sustitució­n se encontrará­n aislados e indefensos hasta que sea restableci­da la conjunción del grupo, el cual intenta mantenerse fuerte y unido ante los impredecib­les tiempos venideros.

En el Parque de María Luisa existen unas ciento cincuenta especies vegetales y más de dos mil ejemplares, siendo buena parte de ellos añosos árboles acreedores a la conservaci­ón de sus vidas y de sus contactos sociales. Resulta sencillo solucionar cualquier incomodida­d arbórea con talas drásticas y reposicion­es, pero éstas rompen la urdimbre de sinapsis subyacente en el subsuelo, cuya restauraci­ón es complicada una vez que es destruida. Lo que se aprecia en la superficie de bosques y parques históricos no es lo único sustancial, también lo es el cerebro director común, el sostén individual y colectivo que corre inadvertid­o bajo nuestros pies...

“Cuando se conozcan las capacidade­s de los árboles, y se reconozcan sus vidas emocionale­s y necesidade­s, entonces cambiará la forma en que los tratamos... Hasta entonces, en tu próximo paseo por el bosque, deja rienda suelta a tu imaginació­n” ( La vida oculta de los árboles, Peter Wohlleben, silviculto­r).

Un árbol puede estar en contacto con centenares de amigos para compartir informació­n y nutrientes

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