LA VIDA SOCIAL DE LOS ÁRBOLES
AL caminar por un bosque o un vetusto parque urbano se extiende bajo el suelo que pisamos una tupida red simbiótica conformada por raíces y micelios de hongos entrelazados –micorrizas–, la cual une árboles y sirve de enlace entre ellos. Nutrientes, señales eléctricas o bioquímicas se transfieren a través de estas conexiones entre especímenes de una zona, lo cual puede considerarse como un indicio de comunicación real, un sistema de “conversación arbórea”. Al igual que en otras comunidades de seres vivos, existen plantas asociativas que intentan establecer vínculos con las cercanas a través de los canales subterráneos y otras, en menor medida, que prefieren aislarse –como el nogal– y expelen por sus raíces sustancias que inhiben el desarrollo de vida en sus alrededores.
“Los árboles-madre reconocen y nutren a sus hijos, les envían señales de alerta ante una catástrofe que se avecina, les hablan... Los árboles son seres muy sociales y se ayudan unos a otros; su bienestar depende de la vida en comunidad” (Suzanne Simard, Universidad British Columbia, Vancouver).
Un árbol puede estar en contacto con centenares de amigos para compartir información y nutrientes, mientras los excedentes proporcionados por los “árboles-madre” se distribuyen entre los jóvenes, con preferencia a los de su misma especie. Los pueblos primitivos intuían ya esta interrelación secreta y la respetaban, a pesar de sus constantes luchas por sobrevivir en un medio hostil. Hoy en día, se recurre de inmediato a talar y replantar, como si fuera fácil reponer esa malla invisible que necesita centurias para establecerse, consolidarse y servir de armazón, de protección mutua ante los embates naturales y la mano acechante del ser humano. Si se arrancan árboles, el entramado conectivo primario sufre un cortocircuito y los nuevos plantones de sustitución se encontrarán aislados e indefensos hasta que sea restablecida la conjunción del grupo, el cual intenta mantenerse fuerte y unido ante los impredecibles tiempos venideros.
En el Parque de María Luisa existen unas ciento cincuenta especies vegetales y más de dos mil ejemplares, siendo buena parte de ellos añosos árboles acreedores a la conservación de sus vidas y de sus contactos sociales. Resulta sencillo solucionar cualquier incomodidad arbórea con talas drásticas y reposiciones, pero éstas rompen la urdimbre de sinapsis subyacente en el subsuelo, cuya restauración es complicada una vez que es destruida. Lo que se aprecia en la superficie de bosques y parques históricos no es lo único sustancial, también lo es el cerebro director común, el sostén individual y colectivo que corre inadvertido bajo nuestros pies...
“Cuando se conozcan las capacidades de los árboles, y se reconozcan sus vidas emocionales y necesidades, entonces cambiará la forma en que los tratamos... Hasta entonces, en tu próximo paseo por el bosque, deja rienda suelta a tu imaginación” ( La vida oculta de los árboles, Peter Wohlleben, silvicultor).
Un árbol puede estar en contacto con centenares de amigos para compartir información y nutrientes