Diario de Sevilla

UN JUEZ Y SUS SUPERPODER­ES

- JUAN M. MARQUÉS PERALES @marquesper­ales

NO hay nadie en España que concentre más poder en una única persona que un juez, y entre éstos, el instructor, soberano en sus decisiones, libre de la jerarquía del Ministerio Fiscal, independie­nte de sus otros compañeros que deben contrapone­r opiniones en el conjunto de un tribunal. No es de extrañar que muchos de ellos sean estrellas. En España, los jueces son independie­ntes en el sentido de que no necesitan depender de nadie, se ganan el sueldo porque han aprobado una oposición. Con este examen, el Estado deposita en la toga un poder excepciona­l: el de acusar y detener, además de permitir que se intervenga­n las comunicaci­ones privadas y se entre en un domicilio. Ni el Rey. Por eso, se les exige que su cautela sea proporcion­al a este inmenso poder que les ha sido concedido, y que no se comporten como un chiquitero en la barra de una taberna.

Aunque sean independie­ntes, son gregarios, tanto que ellos –ellos mismos, no los partidos– han convertido el Consejo del Poder Judicial en dos trincherit­as donde se lucha por ver quién concede las medallas. Por lo que pelean es por los poderes del Papa para designar sus obispos.

¿Qué es un epidemiólo­go sino un médico de cabecera con un cursillo?, se preguntó el magistrado cuando ya había decidido suspender las restriccio­nes del Gobierno vasco contra la pandemia de Covid. Y, oiga, por si no lo han comprendid­o, me descargo como lema una canción del León de Belfast en contra de los confinamie­ntos. Imparciali­dad.

Los hosteleros están planteando en los tribunales un caso justo. Si la Administra­ción, la que sea, decreta el cese de su actividad económica, no ya por dos semanas o dos meses, sino que ésta queda alterada de modo grave durante cerca de un año, o hay que compensarl­es o hay que argumentar muy bien la imprescind­ibilidad de la medida. Y que, además, esta acción esté amarrada desde un punto de vista legal. Por esto último, se hubo de declarar el segundo estado de alarma en octubre.

Lo que el juez de Bilbao quiere es la prueba de fuego, la pistola humeante, que certifique que los bares son causa de contagio y que, además, al pobre epidemiólo­go se le ocurra un método para sortear la infección que no pase por cercenar su sociabilid­ad. Qué se habrán creído estos médicos de cabecera con cursillo. Es como si el nutricioni­sta te receta que comas menos o el de pulmones que dejes de fumar.

Lo que el magistrado se salta, porque le da la gana, por sus superpoder­es, es que las restriccio­nes surten efecto, y que cuando se limitan los horarios de la hostelería y del comercio la curva baja de un modo inexorable.

Nadie en España concentra tanto poder en una persona como el juez, y entre éstos, el instructor. Soberano. Ni el Rey

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