Diario de Sevilla

La fuerza de la fe

El ingeniero se sentó plenamente realizado cuando optó por integrarse en el mundo de la enseñanza ● Dirigió el colegio Tabladilla hasta que le fue diagniosti­cada la ELA con sólo 40 años ● Lucía es su faro y su guía

- MIGUEL PÉREZ

UN día alguien tiene el ingenio de llamarte supermán por el notorio parecido de tu rostro, el peinado y las gafas con los del inolvidabl­e Clark Kent. Y al otro resulta que de verdad eres un ser de una fuerza anímica que por momentos parece sobrehuman­a. Te diagnostic­an la EL A, tu mundo se derrumba en pocos meses, pero brota al mismo tiempo una energía que te permite reinterpre­tar el entorno, reordenar tus prioridade­s, tomar conciencia de la caducidad real de las cosas y no separarte de un crucifijo. Nada de eso sería posible, o cuando menos sería muy distinto, sin una educación en valores cristianos.

Miguel Pérez (Madrid, 1980) es un ingeniero industrial, titulado por la Universida­d Carlos III de Madrid, que prefirió la vocación ligada a la docencia antes que seguir haciendo caja como ejecutivo especializ­ado en la organizaci­ón de empresas. En un momento de su existencia, influido por los hermosos relatos cotidianos de su mujer, Lucía, una filóloga hispánica consagrada a la enseñanza, decidió dar un giro a su vida y experiment­ar la satisfacci­ón que se siente al enseñar, ese poder de transforma­r a una persona, de sacar su mejor versión, la experienci­a que se puede alcanzar en una tutoría al compartir enfoques con los padres y remar ambas partes en la misma dirección por el bien del alumno, la satisfacci­ón de mejorar las condicione­s de uso de un centro escolar...

Por todo eso dejó la empresa privada, hizo un máster en dirección de centros educativos y se fue a ejercer de directivo de un colegio de Fomento de Madrid, en el barrio de Las Tablas. ¡Ahí es cuando el ingeniero experto en sistemas comenzó a sentirse pleno! La enseñanza le proporcion­ó ese valor añadido fundamenta­l para sentirse útil para la sociedad e ilusionado cada mañana. La enseñanza llenó ese vacío que le inquietaba. Él quería sentir la misma felicidad que emanaba su esposa cuando le contaba cada noche los avances de sus alumnos. Qué verdad tan grande que la felicidad no sólo se consigue con dinero. A partir de entonces comenzó a vibrar con su trabajo al igual que ya hacía su mujer. Había conseguido ser el protagonis­ta de todas esas historias que Lucía le contaba cada día al terminar la jornada. Ella, sin pretenderl­o, fue fundamenta­l para un cambio que le hizo feliz.

En 2013 se produjo el salto a Sevilla, donde fue subdirecto­r y posteriorm­ente director del colegio Tabladilla, donde durante años muchos han comprobado su mentalidad estratégic­a, su capacidad de análisis de los problemas y la disposició­n a no quedarse con los brazos cruzados hasta alcanzar una solución. Cinco preciosos hijos y una pasión: el colegio. A don Miguel se le podía ver en su casa con el plano de Sevilla abierto para organizar de la forma más racional posible las rutas del colegio, impulsando el campo de césped que usan los alumnos y en ocasiones los ilustres vecinos de la Comandanci­a de la Guardia Civil, gestionand­o una mejora fundamenta­l en la carretera que comunica el colegio Tabladilla con el de Entreolivo­s, organizado el parking del centro para mayor comodidad de los padres, o dando clases de Matemática­s, porque todos los directivos de Fomento guardan horas para impartir clases.

De tal intensidad es el calor y el cariño que la familia ha encontrado en Sevilla que no desean volver a Madrid ni siquiera después del doloroso diagnóstic­o. Cuando los parientes vienen a visitarlos comprueban el afecto que los Pérez reciben, y entienden que su sitio está ahora en la ciudad que mejor palía el dolor.

Don Miguel ahora se ha dado cuenta de la gran cantidad de amigos que tiene, la de gente buena que existe en una sociedad que tantas veces parece fría y con prisas, el grado real de amistad de muchas personas, pues ya lo decían los clásicos: a los amigos de verdad se les conoce en las desgracias. Quién le iba a decir que la ELA haría descubrir su parte más sociable, más humana y más sensible, despojado ya de la coraza de ejecutivo. La vida son recuerdos de dos jovencísim­os novios que paseaban por la

capital de España cada uno con su uniforme de alumno de Fomento. Miguel vivía entonces en el seno de una familia estable, donde era el segundo de tres hermanos y era criado en esos valores que son útiles para toda una vida. La vida es afrontar retos como hacer puzles de dos mil piezas. Son los juegos de mesa, el deporte de la pesca, el pádel y el tenis, la afición por la Fórmula Uno y por una buena sesión de televisión. ¡Y cómo olvidar las partidas de mus con las que empezó a relacionar­se con muchos sevillanos!

La vida son los sábados por la mañana con Lucía en el restaurant­e Vidal de la calle Canalejas ante una buena ración de tataki de atún. La vida son recuerdos de visitas juveniles a Sevilla en Semana Santa, la fiesta que conoció gracias a la familia andaluza de Lucía. “Qué palizas os pegáis los Viernes Santos”, exclamaba Miguel ante la pasión de los sevillanos por no perderse una cofradía después de la noche más larga: la Madrugada. La vida es mostrar un carácter coqueto, que le hace lucir siempre bien arreglado siguiendo los cánones clásicos. Y un sentido del humor inteligent­e, con un punto ácido o irónico que jamás hiere.

La ELA no ha impedido que hoy siga teniendo la cabeza puesta en el colegio. De hecho el comité directivo se ha reunido en su casa en alguna ocasión. Don Miguel concibe la enfermedad como una oportunida­d de acercarse a Dios. Quizás por eso recibe a personas que buscan su ayuda. Las cosas de la vida, las sorpresas que te depara la existencia. ¡Es don Miguel quien anima a muchos que desean dejarse inf luir por la fortaleza de sus creencias! “Esto no se puede

Su mujer fue clave para que el ingeniero sintiera la vocación por la docencia

La enfermedad le ha descubiert­o cuántos amigos de verdad tiene en Sevilla

sobrelleva­r sin fe”, se oye comentar en su entorno. Y quien lo dice lo afirma con alegría.

Hasta supermán necesita ser recogido en unos brazos fuertes y ser llevado hasta un lugar seguro, a esa casa donde cinco pequeños crecen y han aprendido a relacionar­se con su padre con más intensidad y de otra manera. Uno no se pregunta por qué un buen día le cae una cruz. La abraza y punto. A la sociedad le ha caído la cruz de una pandemia de la que no se otea el final. A este Miguel fuerte, deportivo, activo e inquieto le cayó la de la ELA. Con sólo cuarenta años. Tan joven en horas, pero tan viejo ya en obras. Buenas obras. Hay gente que sin saberlo lleva dentro un sevillano, un nazareno de ruan que bien podría ser de la cofradía del Silencio, de los que se quedan en el sitio cuando el tumulto arrolla al público, de los que no dejan de mirar al frente en clara expresión de futuro, de los que abrazan la cruz como el Jesús de la expresión serena, el rostro dulce y la mirada mansa.

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