Cartel al cien por cien
● Ricardo Suárez nunca deja indiferente y demuestra otra vez tener claro el concepto de la obra que se le encarga
QUÉ alivio. El cartel que anuncia el vía crucis de las cofradías no tiene ningún viejecito, ningún sanitario, ningún fotomontaje lacrimógeno, no aparece el coronavirus, ni ninguna habitación del hospital militar que ha reabierto el presidente Moreno (“Llamadme Juanma”). Tampoco hay guiños a las vacunas de Pfizer, AstraZeneca o Moderna. El autor, como era de esperar, no nos ha castigado con ningún engendro al uso, ni con alusiones expresas a la Tercera Edad, el aborto o la eutanasia. El cartel es eso: un cartel. Un cartelazo en toda regla. Se trata de pegar un aldabonazo, el clásico grito en la pared, que nadie dude de qué se representa en ningún momento.
El Cristo de la Corona aparece pintado catorce veces, el número de las estaciones del vía crucis. La corona de espinas con los dígitos del año 2021 representa el sufrimiento del tiempo que nos tocado vivir. Hay que abrazar la cruz, precisamente lo que muchos rehúyen continuamente en una suerte de escapismo pueril.
El cartel de la Corona supone un reencuentro con el género, atrofiado ya de tanto usarlo, próximo en demasiadas ocasiones al estilo kitsch cuando no directamente al feísmo.
A usted le podrá gustar más o menos la obra de Suárez, pero nadie podrá dudar de que ha cumplido con el encargo. Un cartel valiente para una hermandad auténtica, que demuestra que se puede ser una corporación joven con un estilo ya definido, natural y sin pretensiones.
El primer lunes de cuaresma podremos revivir aquellos años en que el Señor salía en andas para el rezo del vía crucis, cuando no existía el proyecto del paso. Los jóvenes de la Corona, como eran conocidos aquellos estudiantes que fundaron la hermandad en tiempos del cura Gutiérrez Mora, han vuelto a acertar tantos años después. Han recibido el encargo de organizar el único gran acto que veremos esta cuaresma. Y lo harán bien.
El acto de presentación en la Casa de Pilatos contó con una altísima representación de autoridades. La consejera de Cultura, el delegado de Fiestas Mayores, el líder de la oposición y los portavoces de Cs y Vox en el Ayuntamiento, el adjunto al Defensor del Pueblo, el Comisionado del Polígono Sur... Gran detalle, por cierto, la asistencia del hermano mayor del Silencio, Eduardo del Rey, la primitiva cofradía que rinde culto al Dulcísimo Nazareno. Por el Consejo de Cofradías acudió Miriam Olga Frutos, gloria de delegada de las Glorias. No faltó el párroco del Sagrario, don Manuel Cotrino. Y el anfitrión, La Casa Ducal de Medinaceli, representada por Juan Manuel Albendea, estuvo perfecto.
Podrá gustar o no, que cada cuál es libre, pero hay que resaltar que la obra es fiel al concepto