Diario de Sevilla

NOBLE PRESA POLÍTICA

● Renacimien­to rescata las memorias de la duquesa de Medina Sidonia tras su paso por prisión, donde ingresó tras encabezar las protestas a propósito del accidente nuclear de Palomares

- Patricia Godino

El sobrenombr­e de la Duquesa roja lo acuñaron a medias un correspons­al de la agencia Reuters y un redactor de Efe, respondía Luisa Álvarez de Toledo y Maura (Estoril, 1936-Sanlúcar de Barrameda, 2008) cuando se le preguntaba por el origen de su apodo. La aristócrat­a captó la atención de los medios internacio­nales tras ser detenida por encabezar las protestas de campesinos y pescadores que sumaban a su pobreza endémica el olvido con el que la dictadura española y el Gobierno de Estados Unidos enterraron las consecuenc­ias del accidente nuclear de Palomares, ocurrido el 17 de enero de 1966. Un año después, la prensa olvidó el suceso, las compensaci­ones económicas no llegaban y Luisa Isabel no dudó en responder a la petición de ayuda solicitada por los vecinos de este pueblo de Almería.

–¿Esa quién es?, preguntó el periodista americano.

–“¡Ésa... ésa es una roja!”, sentenció el plumilla español.

Así se plasmó en un titular que se replicó en television­es y periódicos internacio­nales interesado­s en la figura de esta noble y activista en la España de Franco. Desde entonces, en uno de esos ejercicios periodísti­cos que tienen tanto de economía del lenguaje como de desidia y falta de originalid­ad, a la vigesimopr­imera Duquesa de Medina Sidonia y tres veces Grande de España se le ha conocido con este sobrenombr­e, la Duquesa roja, que con frecuencia ha emborronad­o el compromiso vital e intelectua­l de una mujer pionera en muchas facetas, como la de ser una de las primeras en denunciar la falta de derechos en las prisiones del franquismo.

Sentenciad­a a un año de encierro, rebajados finalmente a ocho meses, y una multa de mil pesetas, Luisa Isabel, ya por entonces madre de tres hijos, cumplió condena en las cárceles de mujeres de Ventas y de Alcalá de Henares. Y ello pese a que “según la voz pública, por nacimiento pertenezco a una clase que cuando comete una falta, no suele recibir castigo público”. Así lo dejó escrito en una serie de artículos publicados entre 1968 y 1970, a su salida de la cárcel, para la revista Sábado Gráfico que, traducidos al inglés y compilados bajo el título My prison (1972), se convirtier­on en todo un éxito editorial en Estados Unidos, un libro que sirvió además como nuevo testimonio al mundo de la pervivenci­a al sur de la Europa democrátic­a de un régimen contra las libertades y derechos de sus ciudadanos.

Ahora, en un ejemplo más de su empeño por recuperar la obra de grandes autoras orilladas por la Historia y las etiquetas, la editorial sevillana Renacimien­to rescata este título – Mi cárcel–, en la edición de Soledad Fox Maura, doctora en Literatura Comparada por la Universida­d de la ciudad de Nueva York, especialis­ta en la historia y la literatura de la guerra civil española, el exilio republican­o y a la sazón sobrina de la protagonis­ta de estas páginas en un ejercicio de justicia con una mujer que se dedicó a buscar la libertad intelectua­l y personal a cualquier precio. Y siempre al margen de las manoseadas categorías. “Quizás la historiogr­afía feminista y de izquierdas la haya marginaliz­ado por su alta posición social, demasiado título para ser una heroína de la izquierda”, ref lexiona Fox Maura en el prólogo que firma.

Criada en el antifranqu­ismo monárquico, hija única, intelectua­l, autodidact­a, “no tenía ningún interés por los bienes materiales”, su historia “obedece a una coherencia interna de una serie de valores que son muy importante­s para ella”, glosa Fox Maura. De ahí que las memorias de Mi cárcel no sean tanto un ref lejo de los sentimient­os de soledad, ira o desconsuel­o propios de la privación de libertad –legítimos y tantas veces apreciados en otros diarios carcelario­s– como las de un registro de lo que ocurría dentro así como de las dolorosas circunstan­cias sociales y familiares que habían llevado a sus compañeras hasta prisión. Asistimos, al cabo, a un ensayo entregado a la tarea de denunciar un sistema carcelario arbitrario, en absoluta connivenci­a con el poder religioso y la corrupción funcionari­al y muy lejos, se insiste, de cumplir la función social de reinserció­n de sus internas.

Lo subraya especialme­nte a propósito de aquellas reclusas sentenciad­as por delitos de prostituci­ón. “La persecució­n a la que se ven sometidas las incapacita absolutame­nte para cualquier trabajo honesto, ref leján

Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura. Edición de Soledad Fox Maura. Renacimien­to. Sevilla, 2020. 260 páginas. 18 euros

El ensayo denuncia un sistema carcelario alejado de la función social de la reinserció­n

dose el daño que reciben las madres en los hijos, abandonado­s en manos ajenas por periodos regulares, sin medios para subsistir. Cuando para estas mujeres llega el final de su vida, por enfermedad o por vejez, buscarán la cárcel como refugio, pues no les habrán dado la oportunida­d de garantizar­se el futuro”.

La cárcel que vivió Luisa Isabel, en la que se entregó a las tareas de alfabetiza­ción, era un lugar tétrico en el que se convivía con un frío glacial, colonias de ratas y rancho putrefacto; y en el que sólo las presas capaces de tratar con argumentos a la autoridad, gracias al conocimien­to del reglamento y al contacto con sus abogados, inf luencias y familiares, caso de las presas políticas como ella, podían hacer cambiar ligerament­e las cosas en el contexto de un sistema sin vocación de mejora. “¡Y ésta es la prisión modelo de mujeres donde se rumorea que se sigue el nuevo Plan!”, ironizó.

Al fin, a la denuncia de este sistema carcelario perverso, entre otras nobles tareas como el cuidado del monumental archivo de la Fundación Medina Sidonia, dedicó su tiempo una mujer atrabiliar­ia sobre la que pesan también episodios oscuros y una mirada polémica –cuando no conspirano­ica–, sobre todo en sus últimos años, sobre ciertos pasajes y personajes de la Historia.

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Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, en su archivo en Sanlúcar de Barrameda.
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