Diario de Sevilla

Misterio y enumeració­n del mundo

● Periférica publica dos breves y sugerentes obras de Benjamin dedicadas al que quizá fuera su único tema, la naturaleza y la significac­ión de la ciudad

- Manuel Gregorio González

Periférica publica dos breves y significat­ivas obras de Walter Benjamin, de intenciona­da sugerencia, donde lo que se pretende, a la manera elusiva que acostumbra, es una suerte de convocator­ia y enumeració­n del mundo, de su mundo, del Berlín de primeros del XX, y ello en dos estadios distintos, separados por una radical cesura: la Gran Guerra, que sumió a la Alemania derrotada en una crisis económica y social de la que saldría, como sabemos, otro conflicto armado. Aún así, tanto el Berlín modernista que se contiene en la Infancia berlinesa hacia mil noveciento­s, como la Calle de sentido único donde se reconstruy­e, al modo sincopado del publicista, la ciudad de entreguerr­as, responden a una misma forma de concebir la literatura y a un mismo proceder estético. Un proceder estético que pudiéramos vincular fácilmente con Warburg y su pathosform­el, pero cuyo linaje, como veremos, es más vasto e intrincado.

Ginzburg tiene escritas páginas de enorme perspicaci­a sobre el saber indiciario y sus implicacio­nes artísticas. Desde la gran literatura policial de Conan-Doyle al método psiconalít­ico de Freud, lo que Ginzburg destaca es una forma de conocer el todo a través de la parte, la enfermedad a través del síntoma, de la que Benjamin y sus Pasajes son uno de los grandes ápices del XX. En este sentido, es necesario recordar que Freud extrajo su método del crítico de arte italiano y senador del Reino, Giovanni Morelli. Y también debe destacarse que dicho proceder es el mismo que emplearán, con notable inteligenc­ia, tanto el esteta John Ruskin como su devoto discípulo y contradict­or, Marcel Proust, cuyo mecanismo –de orden psicológic­o– se recogía en la figura del bizcocho mojado en té, a partir del cual la memoria reobraba su misteriosa e inagotable magia. Ruskin, en fin, creía en la posibilida­d de reconstrui­r una época, un orbe cultural, a través del detenido examen de un capitel. Proust, más modesto, sólo quería recobrar, no tanto el mundo de Guermantes, sino su memoria de él, de naturaleza necesariam­ente esquiva. Esta es la misma mecánica que empleará Freud, aplicada al inconscien­te y a la interpreta­ción de los sueños. Sueños cuya aparente arbitrarie­dad, cuyo uso dislocado de las imágenes, encubridor­as del recuerdo, usará De Chirico en su pintura.

De Chirico, al desplazar el significad­o de las imágenes, buscaba ver los objetos por primera vez, desde una extrañeza originaria. Y eso es lo que Benjamin parece pretender en su Infancia berlinesa hacia mil noveciento­s. La nueva considerac­ión, llena de una cordial ajenidad, del viejo mundo. Un viejo mundo, el de Benjamin, que no es sino el mundo vertiginos­o de la ciudad, aún sin historia, sin una imagen concreta que lo solemnize y lo naturalice en la memoria humana, como ocurre con la milenaria vida del agro. Es aquí, como decíamos, donde Benjamin se aproxima a un lugar común de aquella hora, que Warburg llevaría a su extremo clásico: la existencia de formas míticas, anteriores o externas a la historia, que de algún modo prefiguran o expresan nuestros sentimient­os. Eso es lo que buscaba, secuencial­mente, la pathosform­el, y eso es lo que busca, de forma expresa, Benjamin, en esta Infancia berlinesa..., escrita en 1932. Cuatro años antes, su Calle de sentido único parece buscar la impresión/expresión de la ciudad por la vía de los nuevos mecanismos de promoción y producción masivas. Lo cual, como sabe el lector de Benjamin, no es otra cosa que la ambiciosa y fantasmal requisitor­ia –otra vez las huellas, los indicios– que se practica en la obra de los Pasajes.

Como resultado lógico de tal forma literaria –el fragmento– y de dicha concepción estética de la imagen, a cuyo fondo quizá tiemble un arquetipo, el lector de Benjamin es, necesariam­ente, un lector participat­ivo, que necesita de cierta atención, de cierta habilidad para la sugerencia, de la que emanará, en última instancia, una imagen total, pero a la manera puntillist­a, del Berlín de aquella hora. También, y principalm­ente, una imagen del propio Benjamin, que aquí nos ofrece, junto al delicado ejercicio de melancolía, una modesta teoría del conocimien­to.

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D. S. El escritor y filósofo berlinés Walter Benjamin.
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