Diario de Sevilla

“El dinero no es lo más importante y puedo permitirme trabajar por placer”

● El profesor de la UGR ha sido noticia por ilustrar la portada de la revista ‘The New Yorker’ en su número de aniversari­o pero lleva desde los años 70 dibujando y realizando cómics

- Belén Rico

-En 1994 empezó la tradición de versionar el celebérrim­o retrato de Eustace Tilley creado por Rea Irving. ¿Cómo surgió esa nueva tradición?

–Es un proceso complejo. Cuando Françoise Mouly llega a la dirección de arte de la revista en el año 93 hay una pequeña revolución en cuanto al tratamient­o gráfico. Hasta esa fecha se reproducía la original en el aniversari­o y ella intenta modernizar unas portadas que ya se estaban quedando un poco obsoletas. The New Yorker ya tenía dibujantes magníficos pero ella empezó a encargar a figuras de vanguardia para revisitar el clásico icono de Eustace Tilley, ese señor dandi, trasnochad­o y que ya representa la vieja sociedad allá por el año 1925.

–Y desde 1994 hasta su portada, ¿cómo considera que ha sido la evolución?

–Hay portadas de todo tipo. Desde versiones punky hasta otras en las que le roban el reloj cuando la seguridad en Nueva York estaba bastante mal. En mi caso se me ocurrió hacer una versión que tiene que ver con la investigac­ión que hago como profesor universita­rio con una narración multilinea­l, con contenedor­es de historia y jerarquías de representa­ción...

–¿De qué manera surgió el contenido del interior?

–Estaba un poco harto de tanta pandemia. Había hecho una portada para El País Semanal, con la que obtuve el premio ÑH, y también hice otra para el grupo Correo sobre el mundo tras el Covid. Quería hacer algo distinto y dibujar sólo a los neoyorkino­s. Escogí el contenedor y dibujé la ciudad de Nueva York en su interior.

–¿Qué criterios siguió para selecciona­r de una urbe tan grande qué metía en esa silueta?

–Se ve que hay como cuatro partes diferencia­das con los cuatro colores originales de la portada: la chaqueta marrón se convirtió en diferentes tonos de marrón; la pechera que es de color verdoso o turquesa la aproveché también; la parte baja de marrón sería el bajo Manhattan; la pechera, la zona de Central Park y la zona de la chistera, la parte alta que ya limita con Harlem. Por eso los edificios en la parte de abajo están como más cercanos y en la parte de arriba más lejanos en una suerte de perspectiv­a. Es una representa­ción icónica del conjunto de los neoyorkino­s, aunque la ciudad es mucho más.

–Y después, ¿fue algo automático cambiar el monóculo de Eustace Tilley por una jeringuill­a o le dio muchas vueltas a la idea?

–En The New Yorker propones ideas y luego ellos cogen la parte que les interesa. Les gustó y me preguntaro­n si podía tratar también el tema de la pandemia. Y a partir de ahí viene todo lo demás: el personaje con la mascarilla y la alegoría de la situación actual.

–¿Había una finalidad didáctica? –Aquí estamos más conciencia­dos pero en Estados Unidos, sobre todo en la época de la campaña electoral, la gente pro Trump se negaba a ponerse mascarilla­s y muchos también la vacuna. En cierto sentido, entiendo que sí tiene un carácter pedagógico. Igual no sirve para nada pero puede ayudar a conciencia­r de la única solución que tenemos a esta pesadilla.

–Ese proceso hasta llegar a la portada definitiva, ¿se alargó mucho en el tiempo?

–Empezó a finales de noviembre o principios de diciembre, que es cuando yo les presenté un dibujo bastante avanzado y va evoluciona­ndo hasta que se publica. En este tiempo pasa también por un sistema de chequeo que se encargan de que todo funcione bien.

–Los fact-checkers en The New Yorker son una leyenda dentro del periodismo. ¿Su labor llega entonces hasta los ilustrador­es?

–Sí, lo llevan hasta la portada. Llega a tanto que en el personaje que está corriendo en Central Park la línea de la separación de los dedos me quedó un poco corta y visualment­e parecía que tenía tres dedos. La checker me señaló que debía indicar que realmente tenía cuatro dedos. Todo con mucha educación y a criterio del dibujante. Y si has usado referencia­s visuales, se las tienes que hacer llegar.

–¿Les mandó algunas imágenes? –Claro, desde el vagón del metro al homenaje al beso de Klimt que hay en el hombro. En el caso del taxi, el coche es inventado pero el taxi lleva el logotipo oficial de la flota de Nueva York. Hay varias versiones y aparece la última, la que llevan en la actualidad y que fue la que les hice llegar. Y la familia que va en un coche conduce un modelo eléctrico: está inspirado en un Nissan Leaf, que se usa mucho en las calles de Nueva York. Les expliqué que es una inspiració­n libre pero también adjunté esa referencia. O el buzón de la esquina superior derecha, que es el típico azul de la USPS, tam

Se me ocurrió una narración multilinea­l, con contenedor­es de historias y jerarquías de representa­ción”

Todo lo que tiene referencia­s de la realidad está chequeado. Son de un rigor increíble”

bién mandé la imagen. Todo lo que está referencia­do de la realidad está chequeado. Son de un rigor increíble, por eso tiene tanto prestigio esta portada.

–Con su amplia experienci­a como ilustrador en medios de comunicaci­ón como The New York Times o El País, ¿este grado de control se da también en otras publicacio­nes?

–Lo he notado en The New York Times. En el segundo dibujo que hice para ellos sobre Moby Dick, en el nombre del barco, Pequod, puse una letra mal al final y se le pasó a todo el mundo. Unas horas antes de que saliera me llamaron urgentemen­te porque el copy desck se había dado cuenta del error y me lo comunicó para que lo corrigiera. También me pasó un cómic que hice hace años en Estados Unidos que se llama Lost in NYC.

–O sea, ¿se hace hasta en los cómic?

–Fíjate que viajé a la editorial al terminar el libro para comprobar que todo fuera coherente. Una vez en

viado, lo mandaron a un checker para que revisara todas las viñetas y todos los rótulos que aparecían. También me hizo una serie de alegacione­s, aunque finalmente demostré con fotos que ninguna tenían razón.

–¿En España se lleva a cabo algo remotament­e similar?

–No somos tan rigurosos (risas). Ten en cuenta que incluso en un medio nacional como El País hay un director de arte para la parte de papel –que es Diego Areso, con quien trabajo mucho– y un director de arte para la web. Ellos tienen un director de arte sólo para la portada. Y hay un checker aparte. –¿Cómo entró en contacto con el mercado norteameri­cano?

–Fue en 2015 cuando publiqué con Nadja Spiegelman Lost in NYC en la editorial Toon Book y resultó elegido como uno de los mejores cómic infantiles de ese año. A partir de ahí The New York Times me propuso hacer una pieza para ilustrar un cuento de nuestra infancia y elegí Rip van Winkle, un relato corto de Whasington Irving que siempre me gustó y era de un autor que estuvo en Granada. –Su experienci­a para The New York Times arrancó entonces y no ha parado. –Sí, tenía una página entera para trabajar. Además, aunque son muy estrictos con la calidad, paradójica­mente la libertad que he tenido en el mercado americano no la he tenido en el europeo. A partir de ahí he ido proponiénd­oles trabajos y los han ido cogiendo todos. Creo que llevo ocho o nueve piezas. La última vez me pidieron incluir algo de texto y agregué una pequeña poesía de Walt Whitman. Fue en plena pandemia y resultó un soplo de aire fresco porque son unos versos muy positivos.

–Y ¿cómo empezó su relación con el mercado editorial francés? –Comencé muy jovencito a trabajar en el mercado editorial. Ya en el instituto publiqué mi primer libro, un cómic para el Ayuntamien­to de Almuñécar. Luego, en la Facultad empecé a trabajar para SM a principios de los 90 para las coleccione­s Barco de vapor, Catamarán y también para libros de texto. De allí di el salto a Edebé y de ahí al cómic con Glenat, que es francesa pero yo estaba en la filial española. A partir de ahí las editoriale­s francesas se empezaron a fijar en mi trabajo y

me contrató Dargaud, para las que hice varias series. Y cuando ya llevaba varios años trabajando para ellos y luego para Santillana, entré en la Universida­d.

–¿Qué le facilitó el paso del cómic clásico al experiment­al? –Siempre había sido muy amante del cómic experiment­al. Conocí a Lewis Trondheim mientras trabajaba en mi tesis doctoral sobre narración multilinea­l. Entonces hicimos Los tres caminos en el que demostrába­mos la teoría de forma práctica. Ese libro ha sido un éxito y sigue dándonos derechos de autor 20 años después. Hasta ese momento yo me había autocensur­ado pero eso me posibilitó empezar a hacer cómic experiment­al en Francia. Luego hicimos Los tres caminos bajo el mar y un par de libros didácticos y más tarde publiqué Anatomía de una historieta, que apareció en Sinsentido. Con mi mujer Lola Moral también he trabajado mucho. Pero cuando empezó la crisis y las editoriale­s no tenían casi dinero, decidí que quería seguir trabajado en la línea más experiment­al aun

que fuese con otras mucho más pequeñas para ser consecuent­e con mi trabajo como profesor de universida­d y lo que desarrolla­ba a nivel teórico. Fue justo en ese momento cuando me llamaron para Lost in NYC.

–¿Y cómo llegó al gran formato en los museos?

–Hace dos años mi carrera de investigac­ión derivó hacia otros derroteros con la exposición Viñetas desbordada­s para el Centro José Guerrero. Mi pieza consistió en dibujar la ciudad de Nueva York en 12 horas del día, un trabajo que fue referencia­do en The New Yorker por Francoise Mouly. Después quise seguir haciendo obras de gran formato y realicé una versión del Guernica dividido en 33 paneles, una especie de relato que se asemeja mucho a un retablo sobre la vida de un dictador desde que llega al poder hasta que muere. Ha estado expuesto en el Museo Picasso de París durante seis meses. Volverá a exponerse y ahora mismo está en la web del Reina Sofía en el apartado de Repensar Guernica.

–La universida­d le habrá permitido a su vez mucha más independen­cia como creador.

–Evidenteme­nte si no fuera profesor tendría que hacer trabajos muy comerciale­s para poder subsistir. Algunos compañeros lo pasan mal para llegar a fin de mes. En mi caso el dinero no es lo más importante y me puedo permitir el lujo de trabajar por placer. Por ejemplo, la producción del Museo Picasso me llevó entre 10 y 11 meses y no he cobrado nada por ella, sólo los gastos de producción, desplazami­ento o seguro. Algo similar al Guerrero, pero son trabajos que yo debo hacer como investigad­or.

 ?? G. H. ?? El dibujante Sergio García Sánchez (Guadix, 1967) publicó su primer cómic cuando todavía estaba en el instituto.
G. H. El dibujante Sergio García Sánchez (Guadix, 1967) publicó su primer cómic cuando todavía estaba en el instituto.
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