CUARESDEMIA
SOY un negado para encontrar un nazareno. Esas tardes de buscar a un amigo entre las filas, teniendo que escrutar sus ojos, manos, o un gesto, para mí es un imposible. Siempre he admirado la habilidad de quienes saben hacerlo. “Por ahí viene, ¡pero si se nota perfectamente!”. Esa pericia la asocio a uno de los superpoderes que tienen nuestras madres para encontrar a sus hijos, aun con antifaz, y llevarle el bocadillo, el agua, o simplemente interesarse si van bien. Nunca he tenido que hacer tales labores, ventajas de salir en una cofradía de ruan.
Esto viene porque ayer no comenzó la cuaresma. Bueno, litúrgicamente, si quieren sí, pero esta vez el tiempo litúrgico es el que debe adaptarse a la vida que llevamos, y no al revés, como es normal. Además de un año trágico para muchas familias, llevamos viviendo
Nuestra vida se ha convertido en buscar nazarenos por la calle e intentar reconocerlos
una especie de cuaresdemia continua desde hace un año, llena de privaciones, molestias, sinsabores, amargura y sacrificio. Y para colmo, por la calle tengo que saludar, adivinando, porque soy incapaz de reconocer a nadie con mascarilla. Esto merece formar parte de las “pesadillas del cofrade”.
Nuestra vida se ha convertido en ir buscando nazarenos por la calle e intentar reconocerlos en la luz de sus miradas. No ves más que mascarillas y, de pronto unos ojos, apagados, serios y graves se iluminan y te saludan. Y tienes que adivinar quién es. Llevamos un año largo... y lo que queda. Nos sentimos como ahora los niños ante un parque infantil. Lo encontramos precintado. No podemos entrar y vivir plenamente días de gozo e ilusión. Nos han precintado la vida. ¿Y qué se espera de nosotros? Llega nuestro momento fuerte y todos tienen sus ojos fijos en nosotros, en la respuesta que demos a este reto que tenemos delante: celebrar como sabemos, aun con limitaciones, lo que somos y lo que creemos. Nunca fue fácil. No tiene por qué serlo ahora. A lo mejor hasta ahora íbamos a favor de corriente. Toca remar…