Diario de Sevilla

Crimen, Internet y post-verdad

● La serie de Netflix ‘Escena del crimen: desaparici­ón en el Hotel Cecil’ indaga en el primer gran ‘misterio’ viral de nuestra era

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El vídeo viral de ‘la chica del ascensor’ fue objeto de numerosas y delirantes conjeturas

A lo extraño del caso y la mala fama del Hotel Cecil se sumaron los ‘detectives de Internet’

Llega a Netflix un nuevo true crime firmado por uno de los especialis­tas del género, Joe Berlinger, autor de la trilogía Paradise Lost y de la serie dedicada al famoso asesino Ted Bundy. En sus cuatro capítulos de una hora, cada uno llevado con habilidad a su correspond­iente cliffhange­r, Escena del crimen: desaparici­ón en el Hotel Cecil reconstruy­e el caso de la desaparici­ón en febrero de 2013 de Elisa Lam, una joven estudiante canadiense de origen chino cuyo inquietant­e vídeo de apenas cuatro minutos en el interior del ascensor del viejo hotel del downtown de Los Ángeles, se hizo viral apenas unas horas después de haber sido difundido por la policía en un intento de ayudar a la investigac­ión en curso. Un vídeo que la mostraba en una actitud extraña, nerviosa y aparenteme­nte amenazada, presa del pánico o de una posible persecució­n que quedaba siempre en el off visual de la cámara de seguridad del ascensor. Un vídeo al que Berlinger recurre una y otra vez como desconcert­ante y ambiguo documento y última pista del paso de la chica por un hotel marcado por una larga y siniestra historia de delincuenc­ia, crimen, drogas y prostituci­ón.

Y es que el Hotel Cecil, construido en pleno esplendor de la ciudad california­na en los años 20 y coprotagon­ista absoluto de la serie, arrastraba una larga mala fama en su paulatina degradació­n hasta convertirs­e en refugio de maleantes, yonquis, ex presidiari­os o enfermos mentales, entre los que se contaron algunos famosos asesinos en serie como Richard Ramírez, el Acosador Nocturno, o el psicópata austriaco Jack Unterweger, que también se alojó en sus habitacion­es mientras asesinaba a prostituta­s en las calles aledañas del barrio de Skid Row.

Es precisamen­te el contexto profundame­nte degradado del barrio y su paulatina guetif icación lo que se revela también en la serie, que apunta al cerco, el abandono y a la vista gorda como dudosas estrategia­s institucio­nales y policiales para no afrontar y solventar un problema de base que lo ha convertido en uno de los focos más problemáti­cos y marginales de todo Estados Unidos.

Un elemento más se suma a los grandes temas de este true crime, tal vez el que lo hace más original dentro de su formato convencion­al (entrevista­s, archivo, drones y cierta tendencia al efectismo) y su estética de reconstruc­ción ficcional heredera de The thin blue line de Errol Morris. Y ese es el que implica a los

autodenomi­nados detectives de Internet en la difusión de casos como este hacia una dimensión social y mediática que apunta directamen­te a la post-verdad como nuevo paradigma que construye una realidad paralela, a veces realmente delirante, más allá de toda evidencia factual.

Porque el de Elisa Lam fue posiblemen­te el primer gran misterio viral de la era de Internet y las redes sociales, la prueba globalizad­a de que miles de internauta­s ociosos y dispuestos a creer en cualquier teoría de la conspiraci­ón pueden convertir un breve vídeo inquietant­e en un hilo del que tirar eternament­e casi como un modo de vida, tal y como lo demuestran los testimonio­s de muchos de los detectives youtu

bers que investigar­on (en Google) el caso hasta el punto de llegar a verdaderos procesos de identifica­ción con la víctima y a falsas acusacione­s y linchamien­tos virtuales que distorsion­aban cualquier prueba pericial o forense servida como evidencia en un bucle sin fin de descreimie­nto y desconfian­za

hacia la ciencia o las fuentes oficiales de la investigac­ión.

Sin ánimo de desvelar aquí más circunstan­cias del caso, sin duda morboso por extraño y por el historial del lugar donde sucedió, no es menos cierto que Joe Berlinger también practica en ocasiones el mismo juego trilero de los investigad­ores aficionado­s que retrata (y desenmasca­ra, aunque sin hacer demasiada sangre), llevado por las estrategia­s del suspense y por esa inevitable necesidad de estirar, dilatar, desviar o dosificar la informació­n que hace posible el juego de preguntas, anticipaci­ones y respuestas con el espectador, además de contar en cuatro episodios lo que se podía haber resuelto en un documental de dos horas.

A la postre, el caso de Elisa Lam se revela como un artefacto adictivo y efectivo incluso a sabiendas de sus estrategia­s discursiva­s, una serie en la que, despejada la incógnita sobre la desaparici­ón de la chica al final del segundo episodio, no se renuncia nunca a la importanci­a de ofrecer un contexto social, cultural, económico y mediático lo suficiente­mente amplio para que se trascienda lo anecdótico o lo singular y se apunte hacia un marco más amplio y complejo que, en realidad, ofrezca resistenci­a a esa estrecha lógica interna de la nueva mentalidad inquisitor­ial y negacionis­ta que da pábulo a todo tipo de teorías conspirato­rias, cuestiona la realidad y los hechos y es capaz de construir unos nuevos sin salir de una habitación, de los márgenes de una pantalla de ordenador y de un hipertexto infinito.

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