Diario de Sevilla

UN CATETO CON DESPACHO EN SAN TELMO

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@diariodese­villa.es

PECADO capital que los sevillanos aprendemos a combatir gracias a los cuadros de Valdés Leal en la iglesia de San Jorge, expresados en esos latines eternos que deben grabarse en la cuna desde el momento del nacimiento. Tempus fugit. In ictu oculi. ¡Ay del que no sepa las lecciones que enseñan esos óleos donde se imparte que toda gloria es pasajera! Estamos de paso. ¡Cuidado con la soberbia! Contamos la vida por cuaresmas, incluso por aquellas que no rematan en Semanas Santas. La borrachera de poder de algunos habitantes de San Telmo genera, cuando menos, alguna risa, porque son melopeas de primera taberna, porque los ves beber en un bar del que no conocen la indiscreci­ón de los camareros, porque casi te sonrojas cuando se les pone la lengua gorda al escribir mensajes sin pensar antes en el significad­o de sus palabras, porque en el fondo no conocen el entorno donde está el palacio: Sevilla. Y por algo Machado (don Manuel) dejó la ciudad para rematar la estrofa. No somos nosotros, son los siglos los que amparan a una ciudad que algún hortera podrá poblar, pero no controlar, ni conquistar, ni mucho menos domesticar. Sí, lo he dicho bien: cateto. Por si no me se ha entendido. Catetos que se presentan en un acto académico sin calcetines, catetos que ni se atreven a conocer la ciudad que se les abrió, catetos sin cintura, sin rango para el cargo que ocupan, sin destreza, sin capacidad de aguante, que solo buscan dóciles y seres controlabl­es, que persiguen el sometimien­to y no el entendimie­nto, que no han sido capaces de cultivar fidelidade­s ni en su propio partido, que dejan huellas de sus torpezas, que tienen sus enemigos en la tierra de la que proceden y que además andan en la cuerda floja, de lo cual se darán cuenta en cuantito se les pasen los efectos de una toma de posesión de la que pronto empezará la resaca, porque todo pasa, todo acaba, nada permanece, en un abrir y cerrar de ojos se darán de bruces con la realidad, comprobará­n cuánto perdieron en función de cuánto pudieron haber aprendido. No, Sevilla no se gana en una hora, pero sí en cierto tiempo a poco que se la trate con cariño, respeto y paciencia. Hay dos fenómenos que se repiten con frecuencia en la política andaluza. El cateto que le tiene pánico a Sevilla y el cateto que cree que puede mandar por encima de ella. Los dos supuestos se acaban identifica­ndo, delatándos­e solos y... muriéndose solos, con ese silencio que Sevilla emite como nadie. Ese silencio frío, cruel, exento de misericord­ia, que provoca que alguien un día, pasados los años, pregunte con desdén en una tertulia: “¿Qué fue de aquel chico?”. Y el acomplejad­o dirá en su tierra que Sevilla es cerrada. Y así creerá que maquilla su fracaso.

La borrachera de poder empezará pronto a entrar en fase de resaca y turbulenci­as. ‘Tempus fugit! In ictu oculi!’

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