Diario de Sevilla

POR FIN SOMOS EUROPEOS

- CARMEN CAMACHO

POR fin somos europeos!”, exclamaba Antonio Ozores en Un, dos, tres, ante la indiferenc­ia de mi abuela y mía, que lo veíamos por la tele mientras comíamos pipas. En la Nochevieja del 85, mi tío se encajó en la cena disfrazado de IVA (en su alegoría en grado de tentativa, se pintó un esqueleto sobre un esquijama negro y portaba un maletín con billetes de mentira). El 1 de enero del 1986 entramos en la Unión Europea y, con ello, espejeó la ensoñación de “hacernos europeos”, de poner la mentalidad por completo al día después de los 40 años de regresión franquista, y que se nos pegara el supuesto lustre del francés, la funcionali­dad alemana o el civismo neerlandés. Me temo que, en el afán de admirar a ciertos pueblos europeos, había quien desdeñaba la mediterran­eidad que es sumamente sabia y más vacilona. Y eso sin hablar de la puerta abierta al Atlántico que disponemos…

Pero España siguió siendo diferente, por suerte y por desgracia. En cuestión de usos, horarios y modos de vida, continuamo­s siendo estrafalar­ios a ojos extranjero­s. Este punto se advertía –pretérito muy imperfecto– bien en una ciudad turística como Sevilla: cuánto admiraba el visitante procedente del norte de Europa o de América que trasnochár­amos. ¡Y cuánto imponía, a la vez, sus horarios!: en el barrio de Santa Cruz, a las siete y media en agosto, se servían de cena paellas como soles. Nuestros horarios laborales, heredados de las hambres posbélicas, resultan ineficaces y delirantes para cualquiera que no sea español y hasta para muchos aborígenes entre los que me incluyo. También el presencial­ismo estéril, que es la otra cara de aquel otro mal llamado absentismo.

“¡Por fin somos europeos!”, dijo antier con guasa un amigo mientras nos sorprendía­mos de nuestra propia actitud al llegar a una terraza: ni juntamos dos mesas sin permiso, ni pillamos el velador aunque no estuviera limpio, ni nos apretamos en la barra, guardamos la vez… Ha tenido que venir una pandemia horrorosa para hacer girar horas y costumbres, vicios y virtudes. Admiro la sprezzatur­a con la que en Sevilla nos hemos hecho a acudir a recitales en la sobremesa, a estar en casa a las diez, a que nos cundan las horas que echamos teletrabaj­ando. En cuanto pueda ser, algunos de estos usos desaparece­rán (¡menos mal!) con el alivio de las restriccio­nes pero, por verle algo bueno a las duras circunstan­cias, no está mal que la ciudad ensaye nuevas posibilida­des horarias para la cultura y el comercio, y amplifique­mos nuestras formas de encuentro, celebració­n y disfrute de la ciudad. Por ejemplo, los conciertos y el teatro a horas vespertina­s o los mercados nocturnos, cuando pase todo esto, podrían ser de provecho para la ciudad. Si la vida que llevamos parece una broma extraña, aprovechem­os al menos para sacar de ella algunos hábitos sabios.

No está mal probar nuevos horarios y usos para la cultura, la socializac­ión y el comercio local

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