Diario de Sevilla

LA VIDA EN LA FLOR DE UN ALMENDRO

- TOMÁS GARCÍA RODRÍGUEZ

EN las medianías de febrero, cuando aún las nieves se ven en las cumbres y todas las aves escogen pareja según un proverbio medieval, se abren nuevos brotes florales en los almendros de zonas templadas del sur. Este arbolillo de tronco tortuoso y agrietado despliega súbitament­e sus entrañable­s f lores en las desnudas ramas, matizando con un variante blanco-rosado los grises invernales de campos incultos y tierras labradas. El almendro era una planta muy estimada en antiguas civilizaci­ones, siendo expandido por fenicios y romanos desde sus regiones naturales del este europeo, sudoeste asiático y norte de África. Su semilla, la almendra, ofrece múltiples aplicacion­es nutriciona­les, cosméticas y medicinale­s, y de ella se extrae un aceite muy apreciado; asimismo, forma parte de las tradicione­s árabe y hebrea para la confección de mazapán, turrón y otros dulces. Puede encontrars­e asilvestra­do y como ornamental, aunque en Andalucía se halla mayormente en extensione­s agrarias; en Sevilla está ausente de calles, plazas, parques y jardines públicos.

Muchos acuden a verlo en floración, pues su contemplac­ión genera un impulso anímico que presagia la próxima primavera, el renacimien­to vital, cuando se aguarda el creciente inf lujo del sol que disipará las nieblas de cuerpos y almas. Es una experienci­a cuasi mística introducir­se en el hermoso paisaje de almendros en f lor en campos de la antigua Bética, el cual se asemeja al de los cerezos en el valle cacereño del Jerte, aunque sus delicadas y efímeras f lores marchitan en pocos días.

“Bajo ese almendro f lorido,/ todo cargado de f lor/ recordé, yo he maldecido/ mi juventud sin amor./ Hoy, en mitad de la vida,/ me he parado a meditar./ ¡Juventud nunca vivida,/ quién te volviera a soñar!”

(Antonio Machado).

Es necesario y reconforta­nte tener la posibilida­d de disfrutar en campiñas o sierras del aire frío de la mañana, del arrullo templado del mediodía, de la brisa fresca de la tarde y del resurgimie­nto de la propia vida en la flor de un almendro. Es lo que también desean nuestros mayores, recobrar el aliento sintiendo el nuevo presente y revivir lo que a veces ni recuerdan: las ansiadas primaveras de siempre; las amistades de antes, aunque muchas ya ausentes; y disfrutar del tiempo que resta, pues cada segundo que se extravía de vida plena se pierde de eternidad. El camino que puede conducir a la paz individual, que debería ser el fin supremo de los seres humanos, ha de ser transitado a cualquier edad a través del cariño cercano, no en el aislamient­o de un bienestar frío y aletargado en aras de una supuesta salud de invernader­o que abrasa bajo una capa de soledad que oscurece y quiebra las almas...

“¿Que cuántos años tengo? – ¡Qué importa eso!/ ¡Tengo la edad que quiero y siento!/ La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso./ Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocid­o./ Pues tengo la experienci­a de los años vividos./.../ ¡Qué importa cuántos años tengo!” (José Saramago).

En las medianías de febrero se abren nuevos brotes florales en los almendros del sur

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Doctor en Biología

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