HIJOS DE LA ESPERANZA
EN esta primera papeleta de papel, sucede algo parecido a aquello que acontece de repente en cualquier momento de nuestra Semana Santa y se queda ya impreso para siempre en el aire de tu memoria. O un signo inadvertido en cualquier cuaresma y te hace intuir la promesa que se acerca. Vivir lo inesperado. Porque aquello que te conmueve en estas cofradías nuestras son como la Esperanza única de los mortales: nunca llega, aparece.
Finalizaba el rito de la Ceniza y comentábamos, es recurrente aunque no tengamos todavía la distancia necesaria sobre este desierto vivido, la difícil espera. El vacío que, en parte, se queda por dentro. La vivencia interior a la que abrazarnos este año. En fin, todo esto expresado con sinceridad. Pero tú, Rafa, callabas. Cuánto silencio sonoro podrías expresar en
Sólo sabemos contar etapas si las vivimos entre los tramos y nuestra papeleta
tonces. Cuánto abrazos partidos que sabes no vas a poder dar en tu tramo. Posiblemente, repasabas en la resignación del discurso mientras el corazón te llevaba a Pureza en tarde de diciembre. Y a la plenitud de hijo y de vida con la que me saludaste en su Besamanos…dos años ya. Posiblemente ese silencio, que se nos hizo tan largo hasta que balbuceamos decirte alguna cosa, te llevó a la foto con tu túnica. Tan feliz, tan orgulloso. Dos Madrugadas ya. Y justo cuando brillaban tus ojos porque quizás se humedecían, podíamos comprender que te faltaban hojas en el calendario del alma. Que solo sabemos contar etapas si las vivimos entre los tramos y nuestra papeleta de sitio. Que hemos abrazado la vida y dado gracias por ella y crecido…si guardamos en nuestro corazón lo que más amamos. Vivir es fácil con los cerrados. Y volver a aquel nazareno en la Madrugá, feliz junto a su madre.
Pero no olvides nunca en las travesías inciertas, como esta, de la vida que somos hijos de la Esperanza. Aquella que es ancla cierta en tu vida. Y que esperar es lo primero que aprendemos en sus tramos de la vida.