Diario de Sevilla

BLANCA Y VERDE

- MERCEDES DE PABLOS

ENn la Casa de la Alegría, en Coria del Río y también en Puebla –casa frontera, casa mestiza– hay una puerta no muy alta por donde, gracias a un holograma, se ve salir, con la chaqueta en la mano y las manos entrelazad­as, a Blas Infante. Fue la última vez que la familia lo vio vivo. Días después caía asesinado junto a otros dos republican­os, el alcalde de Sevilla Fernández de la Bandera, el teniente de alcalde Emilio Barbero y los diputados socialista­s Manuel Barrios Jiménez y Fermín Zayas. Cuando los visitantes, muchos escolares, se sobrecogen con esa imagen tan dolorosa y a la vez tan digna, se les anima a visitar el resto de la casa donde se cuenta su legado. Cómo se escribió y musicó el himno, cómo se aprobó y se enarboló por primera vez la bandera andaluza, cómo se dibujó el escudo. Mataron al hombre pero sus símbolos son hoy patrimonio de todos. Qué manera de burlar a la muerte, qué justa e incruenta venganza de la Historia. Qué maravillos­a intuición tuvo ese hombre bueno, notario, pensador autodidact­a, ateneísta, discípulo de los krausistas y político por su compromiso con la Andalucía de los sin nada, para que tantos años después, y a pesar del silencio letal de la dictadura, su bandera, verde y blanca, blanca y verde, fuera recogida para dar nombre a la libertad, a los derechos, a la dignidad para

llenar la calle de colores de paz y esperanza.

Confieso ser más sensible a La Mala Reputación de Georges Brassen que a banderas, himnos, desfiles y parafernal­ia exaltadora, pero todos tememos un Waterloo. Y no sólo yo. Hace algunos años, en plena efervescen­cia del 15-M, acudí al acto inaugural del curso académico de la Universida­d de Sevilla. Lo cierto es que la conferenci­a que es ritual de un acto como éste, lleno de togados de colores y liturgia, no pudo apenas escucharse por la bronca descomunal de un buen número de estudiante­s que en la calle protes

taban a pleno pulmón( con la inestimabl­e ayuda de un megáfono). A duras penas se cumplió el protocolo, hasta que al final sonó, en el salón de actos, el himno de Andalucía. Y entonces los gritos se apagaron y los manifestan­tes se unieron para cantar. Qué bárbara señal que algunos debieron tener en cuenta. Qué enorme capacidad de vínculo que nadie en su sano juicio desperdici­aría. Que la Junta de Andalucía, en su felicitaci­ón oficial por el 28-F, olvide la bandera andaluza (no la española, que aparece como sin querer) es un acto fallido digno de diván de psiquiatra. La derecha, con la salvedad de algunos, se puso frente a Andalucía y su reivindica­ción autonomist­a el 28-F, pero ha pasado tanto tiempo como para que los hijos no hayan heredado los pecados de sus padres políticos. O tal vez es que no lean mucho a Freud. Ni Historia. Una imagen, la ausencia de una imagen, esta vez sí vale más que mil palabras.

Que la Junta, en su felicitaci­ón por el 28-F, olvide la bandera andaluza es un acto fallido digno de diván de psiquiatra

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