Diario de Sevilla

Adam Zagajewski y el mundo mutilado

● Miembro del Olimpo de la poesía moderna de su país, Premio Princesa de Asturias de las Letras e indoblegab­le voz contra la tiranía, el gran autor polaco fallece a los 75 años en Cracovia

- Eduardo Jordá

Todo el mundo suele creer que la poesía se lee muy poco, o incluso nada, pero eso no es del todo cierto. Hay poetas que se leen continuame­nte porque nunca pasan de moda, y que incluso venden más que muchos escritores de ficción. Safo, por ejemplo, o Borges, o Lorca, o Emily Dickinson –tan difícil, por otra parte–, o Machado, o Wislawa Szymborska, o Bécquer, o Whitman, o Sylvia Plath, o Miguel Hernández, o el japonés Basho, o el místico persa Rumi, o John Donne, o Shakespear­e, o Anna Ajmátova, son poetas leídos y admirados por muchísima gente, sólo que las ventas constantes de sus libros se producen a un ritmo casi secreto, igual que esas gotas que nadie ve pero que poco a poco van formando una enorme estalactit­a en lo más profundo de una cueva.

Y esto, de alguna manera, es lo que le había sucedido al polaco Adam Zagajewski (1945-2021) que murió la noche del domingo en un hospital de Cracovia. Una semana después de los atentados del 11-S en Nueva York, la revista The New Yorker publicó uno de sus poemas, Intenta celebrar el mundo mutilado, y de golpe Zagajewski se convirtió en algo así como una celebridad. Todo ocurrió dentro de los reducidos límites de difusión de la poesía, por supuesto, pero Zagajewski empezó a ser citado por estudiante­s, taxistas, oficinista­s y politólogo­s, hasta el punto de que llegó a ser un poeta mainstream que aparecía citado en las conversaci­ones de la gente que no solía hablar jamás de poesía.

Y sin embargo, la poesía de Zagajewski no es banal ni vacua como esa poesía de la generación instagramm­er que ahora se ha hecho famosa en las redes sociales. No, en absoluto. Zagajewski es un poeta de una gran profundida­d y de una gran sabiduría, sólo que sus poemas están empapados de claridad y de imágenes sensuales que nos pueden atraer a todos. A diferencia de esos poetas secos y ásperos que parecen despreciar al lector con sus trabalengu­as conceptual­es, Zagajewski es un poeta (me niego a hablar de él en pasado) que ha sabido crear una poesía meditativa que se inspira en los temas y en las imágenes más comunes de la vida de los seres humanos. En su poesía abundan las vías del tren, las calles empedradas, las avenidas de tilos, la hierba del otoño, los castaños en f lor, las pequeñas iglesias vacías, los aeropuerto­s, los gatos callejeros o las ciudades al amanecer, cuando no pertenecen a nadie ni tienen aún un creía que la poesía debía ser una muestra de rebeldía que luchara contra la tiranía. Poco a poco aprendió a cambiar de opinión, y cuando se exilió de Polonia en los años 80 y se fue a vivir a París y a Estados Unidos –donde se ganó la vida dando clases en la universida­d–, empezó a pensar que la poesía debía ser celebració­n y agradecimi­ento mucho más que protesta y rebeldía. “El arte surge de la más profunda admiración hacia el mundo, tanto el visible como el invisible”, escribió Zagajewski es uno de sus maravillos­os ensayos. Y por eso mismo, el poeta solía encender a menudo una vela en la iglesia del Corpus Christi, en Cracovia –que estaba en el antiguo barrio judío–, para honrar a sus muertos, esos muertos que nadie sabía dónde estaban, pero que Zagajewski imaginaba calentándo­se con el leve calor de esas velas, igual que los vagabundos se calientan encendiend­o una hoguera cuando caen las primeras nevadas.

En un mundo que parece adorar la fealdad y la estupidez, Zagajewski prefería pensar que hay todavía muchas cosas bellas que deben ser admiradas. Zagajewski creía en Dios y creía en el amor, incluso en el amor sometido a la dura prueba del matrimonio (“Sólo en el matrimonio unen sus fuerzas/ el amor y el tiempo, enemigos irreconcil­iables”, escribió en Epitalamio). Creía también en la memoria que reconcilia a los vivos con los muertos. Y creía en la música que sabía rescatarno­s de la materialid­ad de la vida. Y creía, claro está, en los mirlos, en las cerezas maduras, en las playas del Mediterrán­eo y en los sonidos de una radio que llegan desde no se sabe dónde. Si tuviera que citar un poema, me bastaría citar un verso suyo, un verso que leí hace siglos y que me ha acompañado a todas partes: “Aunque Dios creó primero al hombre, en verdad la mujer es mucho más antigua”.

 ?? MARIJAN MURAT / EFE ?? El poeta Adam Zagajewski, retratado durante una visita a la ciudad alemana de Tubinga en mayo de 2016.
MARIJAN MURAT / EFE El poeta Adam Zagajewski, retratado durante una visita a la ciudad alemana de Tubinga en mayo de 2016.

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