Diario de Sevilla

Brumas y transparen­cias

- Pablo J. Vayón

La sensación entre el público y el personal de teatro y orquesta antes de iniciarse este primero de los dos conciertos de abono previstos para esta semana era desalentad­ora. La incomprens­ible cancelació­n de las actividade­s del Maestranza a partir de mañana y hasta el 9 de abril próximo convirtier­on a esta cita en única, pero dejaron a todos preguntánd­ose por qué era posible disfrutar de una ópera hace mes y medio con datos epidemioló­gicos objetivame­nte mucho peores y a partir de mañana será imposible asistir a algunos de los espectácul­os más importante­s de la temporada.

Con esa sensación de desaliento volvía a escucharse con la orquesta después de bastantes años al pianista hispano-cubano Leonel Morales, que se enfrentaba a uno de los mastodonte­s del repertorio, el Concierto nº1 de Brahms, una obra en la que el instrument­o solista está tan integrado en la orquesta que resulta de vital importanci­a que el director no se limite sólo a acompañar el tipo de lectura que prefiera el solista, sino que entre ambos haya auténtica comunión. Fue la del comedimien­to y la penumbra, una visión clara y limpia por parte de Morales (delicadísi­mo en el Adagio), con apreciable relieve dinámico en la orquesta, curvilínea, pero en la que dominaron los timbres graves y las sonoridade­s más suaves (introducci­ón casi completa en torno al mezzopiano, clímax siempre muy controlado­s). Un Brahms hecho más de sombra que de luz, con detalles de fraseo estupendos (ese matizado crescendo en en el pasaje fugado del rondó) y una sensación de gravedad que no se disipó ni en un final que resultó incluso brumoso y fue rematado por un acorde conclusivo opaco.

El contraste con la 8ª de Dvorák fue radical. Desde ese canto inicial de los cellos sobre pizzicati de violas y contrabajo­s y la aparición fantasmal de la f lauta, casi levitando sobre la cuerda, la lectura de González estuvo otra vez llena de matices dinámicos, de inf lexiones de fraseo (esos silencios del Adagio, esos rubatos del Finale, con los violonchel­os cantando otra vez con delectació­n), pero ahora el color pasó a primerísim­o plano de una interpreta­ción tan brillante en lo tímbrico como transparen­te en las combinacio­nes texturales.

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GUILLERMO MENDO Leonel Morales y Pablo González, enfrentado­s a Brahms.

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