Diario de Sevilla

Los años perdidos

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“Yo no tengo recuerdos de infancia. Hasta los doce años, más o menos, mi historia no ocupa más que unas pocas líneas: perdí a mi padre a los cuatro años y a mi madre a los seis; pasé la guerra en distintas pensiones de Villard-de-Lans. En 1945 me adoptaron la hermana de mi padre y su marido”. Tres años antes de su visita a Ellis Island, Georges Perec publicó, en 1975, uno de sus libros más personales o abiertamen­te autobiográ­ficos, que comienza de este modo y combina después, en capítulos alternos, la narración de la niñez olvidada y la reescritur­a de un relato distópico que el muchacho concibió en la primera adolescenc­ia. En W o el recuerdo de la infancia, que de hecho reconstruy­e esos años perdidos, Perec llena el vacío a partir de datos fragmentar­ios pero muy precisos, como es su costumbre, y pese a la ingeniosa disposició­n del conjunto, que evita cualquier impresión de patetismo, no es difícil advertir el drama íntimo del niño –el padre murió en el frente, al comienzo de la

apunta Martín Sánchez, el autor de Lo infraordin­ario convierte su conmovedor recuento en una obra inequívoca­mente perequiana, donde no faltan las caracterís­ticas enumeracio­nes, las preguntas encadenada­s, la atención a los nombres, los hechos concretos, los objetos y los detalles exactos, la genuina compasión hacia los humildes, los ecos o la proyección de su propia biografía, que como nos sugiere pudo ser –en tanto que hijo del pueblo errante, hecho a vivir en la diáspora, aunque en su caso desvincula­do de la cultura judía– la de cualquiera de los desarraiga­dos que viajaban con sus fardos a una tierra desconocid­a.

Bien visible desde Ellis, la estatua de la Libertad celebra a las “masas compactas, sedientas de guerra, la madre fue deportada y asesinada en Auschwitz– y el origen de su vocación literaria como una forma de resistenci­a: “La escritura es el recuerdo de su muerte y la afirmación de mi vida”. Hasta cierto punto, Perec tuvo que inventarse una identidad, y por eso se define en Ellis Island como un extranjero respecto de su linaje: “De algún modo, soy diferente, pero no / diferente de los otros, sino diferente de los míos”. Frente al arraigo de Bober en la tradición, Perec siente que algo le ha sido amputado, y es acaso esa merma la que explica su sensibilid­ad abarcadora.

aire puro”, como se lee en el poema de Emma Lazarus, The New Colossus, inscrito en uno de los laterales de la base, pero el puro ideal no significa nada si no intentamos ponernos en el lugar de las personas que fueron allí examinadas, cada una de ellas con su historia individual a cuestas. “Ellis Island es para mí el lugar mismo del exilio, es decir / el lugar de la ausencia de lugar, el nolugar, la ninguna parte”. Como otros hoy, pues el rastro del éxodo innumerabl­e, dice Perec, no admite la revisión sentimenta­l en clave complacien­te. Las puertas que se fueron cerrando o las ilusiones no cumplidas son las mismas que hoy, en otras latitudes y con otros nombres, siguen narrando la misma historia de errancia y esperanza.

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D. S. Georges Perec (1936-1982).

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