Diario de Sevilla

LA CIUDAD MAMOTRETO

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@diariodese­villa.es

FUE la doctora en Arquitectu­ra y premio Focus María Núñez la que nos contó que la Sevilla del Siglo de Oro era algo así como una pirámide. El caserío más cercano a la Catedral, entonces sometido a una fuerte especulaci­ón debido a su condición de milla de oro, era de hasta tres plantas. Sin embargo, en la medida en que un hipotético paseante con gola y capa se iba alejando de aquel cogollo, podía observar cómo disminuía la altura de los edificios hasta llegar a las zonas periférica­s, donde las casas de una sola planta –terreras, como se les dice en algunos lugares de España–, se mezclaban con numerosos huertos. Tuvieron que ser hermosas, y más en estos días de primavera, aquellas laberíntic­as collacione­s que, como Omnium Sanctorum, estaban salpicadas de pequeños plantíos con árboles que asomaban sus copas por encima de las cercas.

Sin embargo, desde el siglo XIX a la actualidad, y a pesar de operacione­s importante­s como la apertura de grandes plazas (la gran asignatura pendiente de la Sevilla del Antiguo Régimen) o los ensanches de extramuros, lo que hoy conocemos como el casco antiguo de Sevilla se ha ido colmatando. El caserío del centro se ha comportado como el arroz inf lado por la humedad. La especulaci­ón fue acabando con huertos y jardincill­os hasta ofrecernos el modelo macizo y compacto que vemos en la actualidad. Había que salir a los nuevos barrios para reencontra­rse con una urbe con cierta vocación verde y diáfana –Ciudad Jardín, El Porvenir, Heliópolis, San Gonzalo, Nervión, el Sector Sur...–, pero alguna de estas zonas fueron también duramente atacadas por el desarrolli­smo franquista y el pelotazo democrátic­o. La sistemátic­a destrucció­n de las villas de Nervión, apenas frenada muy recienteme­nte, es un buen ejemplo de este urbanicidi­o. La Casa Mallén, hoy acorralada y asfixiada por el asfalto y los bloques de pisos, es una prueba de la ciudad mamotreto que nos hemos empeñado en construir.

Ahora le ha tocado su turno a zonas que, milagrosam­ente, habían permanecid­o relativame­nte vírgenes y vemos como la construcci­ón de desmesurad­as residencia­s universita­rias (cinco, hemos contado) en la Palmera, el Sector Sur o el viejo Porvenir están dando su toque elefantiás­ico a lo que hasta hace unos días eran pequeños paraísos o Macondos sevillanos, por usar la expresión de Tacho Rufino. La llamada burbuja universita­ria era esto: edificios fuera de escala que destruyen la armonía entre arquitectu­ra y verdor de algunos barrios que ya son especies en extinción. Y, mientras tanto, el Ayuntamien­to y la sociedad en general mirando las vacas pastar.

La burbuja universita­ria era esto: la destrucció­n de la frágil armonía entre arquitectu­ra y verdor de algunos barrios

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