Diario de Sevilla

LITURGIA DE LAS AUSENCIAS

- EULEÓN

LOS iniciados en aquella otra ciencia muerta, que también y por tal se está perdiendo, cual es la sevillanía, manejan una serie de claves que, tiempo ha, eran y aún son de uso aconsejabl­e por no decir obligatori­o para moverse por las intrincada­s callejuela­s sociales de Sevilla. De todas ellas quedémonos con dos, que a juicio de quien les escribe son las más importante­s: el silencio y la ausencia o distancia. Esta última es la más difícil de practicar en una ciudad de fotografía­s en eventos de cualquier pelaje donde quien se descuida sale retratado, valga la redundanci­a. Conozco a sevillanos añejos quienes, lo mismo que revisan con puntualida­d temprana a esa recluta de nuevos difuntos que son las mortuorias de la prensa, también esculcan con meticulosi­dad detectives­ca a los ausentes a alguno de los festolines vacuos y fatuos de la ciudad.

Porque, al igual que en Sevilla el silencio es el más elocuente y agudo de los discursos, la ausencia es la muestra más notable y elegante del arte de hacerse notar. Si ya es difícil callarse, no crean que lo es menos saber ausentarse. Al desmayo y al olvido se le llamaban antiguamen­te ausencias, que es una bellísima forma semántica de definir la displicenc­ia. Estos días, y al hilo del evento congresual del Partido Popular sevillano, hemos asistido a una esgrima de ausencias que, siendo menos sutil por la procedenci­a de los ausentes –madrileño y malagueño, respectiva­mente– de los eludidos, no por ello ha sido menos notable. La derecha mediática sevillana, la que gracias a los milagrosos efectos de la publicidad nos vende ahora la nocilla cual caviar ruso, mantiene que la elusión entre Pablo Casado y Juanma Moreno en el mentado congreso es un síntoma de enfrentami­ento entre las partes, cuando posiblemen­te no sea más que una manifestac­ión de debilidad de ambos. Dicen que en política los espacios vacíos se llenan o, dicho burdamente, que quien no fue a Sevilla perdió su silla; lo cierto es que aquello tuvo poco de elegancia y mucho más de pueril berrenchín, estando la cosa patria como está. Harían todos mejor en evitar que cunda el ejemplo y no sean los electores quienes se ausenten, pues en política el único ausente que hubo en España permanece –-de momento– en la eterna paz de la basílica de Cuelgamuro­s.

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