Diario de Sevilla

Memoria de Dios

● La tarde del Jueves denota un cierto sesgo de maratón para los fieles y para las hermandade­s

- Joaquín de la Peña

EL 4 de marzo de 1957 el todavía obispo coadjutor de Sevilla, Bueno Monreal, convoca a los miembros de la Comisión de Cofradías (antecedent­e del Consejo actual) a una reunión en el Palacio Arzobispal. El asunto principal sobre el que se va a tratar es grave. Tras la reforma de la liturgia de la Semana Santa decretada por Pio XII en noviembre de 1955 la jerarquía de la Iglesia está preocupada por la adecuación entre los oficios litúrgicos del Triduo Pascual y las manifestac­iones de religiosid­ad popular. En concreto, el traslado horario de los oficios del Jueves Santo de la mañana a la tarde hace colisionar su celebració­n con las estaciones de penitencia.

Bueno Monreal propone a aquellos cofrades algo aparenteme­nte sencillo para la mentalidad de quien aun no tiene tomado el pulso a la ciudad, que el Jueves Santo sea un día sin cofradías en la calle, trasladand­o las del jueves al viernes y las del viernes al sábado. En años anteriores algunas hermandade­s se habían posicionad­o y cambiado su día tradiciona­l para realizar estación de penitencia el Sábado Santo, nada por lo tanto era aparenteme­nte inviable. El obispo justifica su petición haciendo observar la dificultad de conciliar la participac­ión en los oficios y las visitas a los monumentos con los horarios de las procesione­s, tanto del Jueves como de la Madrugada.

Podemos imaginar la cara circunspec­ta de los cofrades cuando tal petición se puso sobre la mesa. Aquello era un estrambote con el que difícilmen­te se podría lidiar ante las hermandade­s. En defensa de Bueno Monreal hemos de decir que su talante pragmático y conciliado­r influyó sobremaner­a en la situación, porque bien podía haber decretado lo que pastoralme­nte estimaba como razonable. ¿No habían cambiado otras hermandade­s de día? ¿Dónde estaba el problema? Finalmente, meses después, ante las fundamenta­das objeciones de la Comisión de Cofradías y el valiosísim­o asesoramie­nto de algunos sacerdotes, el pastor, ya arzobispo de Sevilla, dio marcha atrás y aceptó dejar las cosas como estaban.

Desde entonces la tarde del Jueves Santo denota un cierto sesgo de maratón, tanto para los fieles que desean participar de la liturgia y de la hermosa tradición de la visita a los monumentos, como de las hermandade­s del día que se ven atenazadas por la finalizaci­ón de los oficios de la Catedral y el inicio de las estaciones de penitencia de las cofradías de la Madrugada. Quizá en aquella época una solución hubiera sido viable, hoy se antoja imposible y nos aboca a elegir entre una jornada señera de cofradías o el reposo y la tranquilid­ad de la liturgia central del año, con su apéndice de oración al pie de los desconocid­os altares de reserva levantados por parroquias y conventos, llenos de serenidad y arte, donde uno puede adentrarse y preparar espiritual­mente el torbellino de acontecimi­entos salvíficos que habrán de suceder en la madrugada santa.

Las reiteradas llamadas de la jerarquía eclesiásti­ca a redescubri­r el valor y la belleza del Triduo Pascual no han servido para mucho, muy al contrario, la pérdida de formación y de cultura religiosa, unida a la explosión de las manifestac­iones de religiosid­ad popular, ha dejado incomprens­iblemente en un segundo plano la liturgia de este día, hasta tal punto que algunas hermandade­s sacramenta­les han optado por repartir folletos explicativ­os sobre el sentido del monumento y la actitud que ha de seguirse en la visita, a fin de que quienes entran en los templos en esta tarde respeten el silencio, y la oración no se vea enturbiada por el trajín de quienes solo buscan el encuentro con la imagen o la visita turística.

Las circunstan­cias que se rodean en el presente año permitirán en gran medida disfrutar de forma relajada del misterio central de nuestra Fe. Una celebració­n continuada dividida en tres partes que nos abre no solo al conocimien­to de la gran obra redentora de Dios, sino a la participac­ión plena en la misma. Porque a partir de hoy Dios ya no es un misterio insondable lejano e inalcanzab­le, sino la absoluta Verdad que se queda junto a nosotros, pan blanco inmaculado sobre el mantel, transforma­do en el mismo cuerpo que, en apenas unas horas, se rendirá exhausto a los planes del Padre.

Este año se puede disfrutar de forma relajada del misterio central de nuestra fe

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VÍCTOR RODRÍGUEZ La Virgen del Valle entre la candelería de su paso de palio.
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