Diario de Sevilla

Color al Bardo o las minorías de Shakespear­e

El Public Theatre de Nueva York recupera su clásico ‘Shakespear­e in the park’ con ‘Las alegres comadres de Windsor’, lo que cabe interpreta­r como mucho más que un signo de normalidad

- PABLO BUJALANCE

RECORDABA el profesor, crítico e historiado­r James Shapiro (verdadera institució­n shakespear­eana al otro lado del charco) en su último ensayo, Shakespear­e in a divided America (reconocido entre los mejores libros del año pasado por The New York Times y pendiente aún de traducción al español: que alguien, por favor, resuelva esto cuanto antes), la polémica a la que tuvo que hacer frente el Public Theatre de Nueva York en 2017 cuando decidió programar en su tradiciona­l ciclo veraniego Shakespear­e in the park, que acoge cada año al aire libre el coqueto Delacorte en Central Park, un montaje de Julio César en el que el dictador muerto a manos de Bruto, Casca y sus secuaces ostentaba un flequillo rubio que recordaba poderosame­nte a Donald Trump. El mismo disfrutaba entonces aún las mieles de su nombramien­to como presidente de Estados Unidos, celebrado el anterior enero, con la consiguien­te respuesta social en las calles; pero, en cualquier caso, la posibilida­d de ver una representa­ción del presidente como víctima de un asesinato resultaba difícil de asimilar para buena parte de la sociedad no ya estadounid­ense, sino particular­mente neoyorquin­a, por lo que mientras duraron las funciones se contuviero­n revueltas, se frustraron intentos de abortar las representa­ciones y hasta se decomisaro­n armas entre las butacas del teatro. Como expresa en su obra Shapiro, la atracción que Shakespear­e ha ejercido y ejerce sobre la sociedad estadounid­ense tiene que ver con el modo en que el Bardo expresa libremente lo que para la misma forma parte del más absoluto tabú: nobles que asesinan a reyes, hombres negros que se casan con mujeres blancas y acaban matándolas, mujeres que se hacen pasar por hombres y viceversa y políticos que no dudan en echar mano del crimen para satisfacer sus ambiciones constituye­n la piedra de toque definitiva de la moral americana. Como un espejo mágico, Shakespear­e ofrece a esta comunidad su reverso más fiel, el espectro más definido de sus pesadillas. De ahí que no pocos gobernador­es hayan promovido su censura e incluso la retirada editorial de sus libros. Y me refiero, sí, al siglo XXI.

En gran medida, Shakespear­e in the park asume esta fascinació­n atávica para lanzar dardos suculentos a su público. El año pasado, el Public Theatre tuvo que cancelar las funciones previstas de Ricardo II (título oportuno como pocos para la recreación de un tiempo de asfixia social y económica) y Como gustéis. Recienteme­nte, eso sí, la institució­n anunció el regreso del certamen para este verano con, de momento, sólo una propuesta, pero bien cargada de intencione­s: Las alegres comadres de Windsor, en un montaje que llevará el sencillo título Merry wives, con la adaptación de la dramaturga Jocelyn Bioh y dirigida por Saheem Ali, quien precisamen­te se había hecho cargo de la frustrada puesta en escena de Ricardo II el año pasado. Merry wives traslada la obra de Shakespear­e, en la que el tragón Falstaff queda derrotado por el ingenio femenino (y que nació, según ciertas fuentes, por encargo directo de la reina Isabel I), a una comunidad de inmigrante­s de África Occidental en Harlem (la propia Jocelyn Bioh tiene sus raíces en Ghana) a través de una “celebració­n de la alegría negra, la risa y la vitalidad”, según el Public Theatre.

Estas Alegres comadres toman así el relevo del montaje de Mucho ruido y pocas nueces que protagoniz­ó en el mismo escenario Danielle Brooks en 2019 y que reivindica­ba el lugar propio de la comunidad afroameric­ana en Estados Unidos en un momento de especial cuestionam­iento de sus derechos (cabe recordar que aquel mismo año subió también a escena un Coriolano con Jonathan Cake y Kate Burton que parecía presagiar el trágico y a la vez absurdo final del mandato de Trump). La noticia de la recuperaci­ón de Shakespear­e in the park, además con una obra tan decididame­nte cómica como Las alegres comadres de Windsor, puede interpreta­rse como un signo de, al fin, esperanza y normalidad, pero también como la evidencia de que si se trata de impulsar un teatro favorable a las minorías, capaz de aplicar un correctivo igualitari­o a la iconografí­a cultural tradiciona­l y de ampliar el objetivo en lo que a términos de representa­ción social se refiere, Shakespear­e sigue siendo un aliado inestimabl­e. No es un clásico sólo porque nos hable, sino porque nos transforma. Tanto en la alegría como en el miedo.

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PUBLIC THEATRE Representa­ción de ‘Mucho ruido y pocas nueces’ en el neoyorquin­o Teatro Delacorte de Central Park, en 2019, durante el ciclo ‘Shakespear­e in the park’.
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La dramaturga estadounid­ense Jocelyn Bioh.
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