Diario de Sevilla

MARLASKADA

- FERNANDO SANTIAGO

MUY pronto la pulicía podrá cualquier día colarse en tu casa, pues no necesitan ya, ni la orden judicial, y de verdad que eso a mí no me hace ná de gracia”, cantaban El que la lleva la entiende, la chirigota de Selu, Yuyu y Erasmo. Treinta años después, estamos en las mismas, dos ministros del Interior de gobiernos socialista­s, primero fue Corcuera, un electricis­ta bilbaíno versión chiste. Ahora Grande Marlaska, un magistrado vizcaíno de verdad. Vamos a peor, si antes pensábamos que tenía que ver con la poca pericia política y administra­tiva de un sindicalis­ta ascendido a la cúpula del poder por su fidelidad al partido, ahora no hay excusa posible en la ignorancia o el servilismo. Quizás España tiene mala suerte con los ministros del Interior: Serrano Suñer, Camilio Alonso Vega, Arias Navarro, Martín Vila y Fraga en la Ominosa, con diferentes crímenes a sus espaldas. Llegada la democracia Barrionuev­o (condenado), Corcuera (dimitido tras sentencia del Constituci­onal), Asunción (al que se le escapó Roldán), Belloch (que lo recuperó de forma estrambóti­ca), Acebes (el de las mentiras del 11-M), Rubalcaba (el Fouché español, que aquí llaman “servidor público”), Fernández Díaz (el más estrafalar­io, adorador de Villarejo, creador de la policía patriótica, que dijo tener un ángel de la guarda llamado Marcelo que le ayudaba a aparcar). No hemos tenido suerte con quienes se ocupan del orden público. Ahora un ministro magistrado en excedencia defiende que la Policía pueda entrar sin permiso judicial en un piso, con un ariete, en contra de lo establecid­o en el artículo 18 de la Constituci­ón, a pesar de que en el piso no se cometía delito alguno, tan solo una infracción administra­tiva. La excusa es que no era “morada” sino piso turístico. Tan ridículo argumento resulta impropio de un ministro jurisperit­o, se coloca al nivel del electricis­ta de Altos Hornos devenido en tertuliano derechista. La primera excusa es que se pidió la identifica­ción y, como no la dieron, había desobedien­cia y por lo tanto se cometía un delito. No sé cuál de las dos excusas es más ridícula, como si fuéramos tontos. No hay ni que decir que los que celebraban una fiesta privada en el piso eran unos descerebra­dos, alentados por Ayuso y sus mariachis. Pero ser descerebra­do no le priva a uno de sus derechos y, desde luego, no obliga a ofrecer argumentos de nivel intelectua­l deleznable. Afortunada­mente, Grande Marlaska ya no es diputado por Cádiz, así que nos hemos privado de que los palmeros de turno se vean obligados a defender lo indefendib­le. Aquella maravillos­a chirigota concluía su pasodoble: “Presumen de la democracia y la libertad. Y vamos dando, pasitos patrás”.

Un ministro magistrado en excedencia defiende que la Policía pueda entrar sin permiso judicial en un piso

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