Diario de Sevilla

Cómo Queipo se hizo dueño de Gambogaz

● Salen a la luz nuevos datos sobre cómo el general maniobró para quedarse con el cortijo de Camas

- Periodista BONIFACIO CAÑIBANO

EN 1997 la Asociación Suiza de Banqueros –la Swiss Banking– publicó los nombres de los titulares extranjero­s que, desde que finalizó la segunda guerra mundial, poseían cuentas dormidas en sus bancos. Así salieron a la luz las identidade­s de 1.872 personajes que tenían mucho que esconder y que habían recurrido a la banca suiza en previsión de malos tiempos. Estaban 69 españoles, entre ellos Serrano Suñer y el general Queipo de Llano. ¿De qué forma un hombre como Queipo, hijo de un juez rural de Tordesilla­s y sin más patrimonio que su sueldo de 2.250 pesetas había llegado a abrir una cuenta en Suiza?

La respuesta a esa pregunta se llama Gambogaz. El banquero Juan March, semanas antes del golpe, había donado un millón de pesetas –depositado­s en bancos extranjero­s– a cada uno de los principale­s jefes de la sublevació­n por si las cosas salían mal y para seguridad de sus familias. Para ponerlo en perspectiv­a, un millón era en la época el sueldo de un general durante 36 años. El diplomátic­o Jose Antonio Sangróniz se encargó de negociar esa oferta, según cuenta Stanley Payne. Pero Queipo no estaba entre ellos.

¿Entonces, cómo se hizo rico Queipo? Todo empezó en Sevilla, en plena guerra, durante la mañana del 24 de diciembre de 1937. En ese día el general acudió a su notario de cabecera, Fulgencio Echai

Queipo difundió la falsa leyenda de que el cortijo se compró con una suscripció­n popular

de Aguinaga (un vasquista estudioso del euskera, que se había establecid­o en Sevilla) para comprar el cortijo de Gambogaz. Una finca de 480 hectáreas, regada por el Guadalquiv­ir, a las afueras de Sevilla, donde se practicaba la agricultur­a más avanzada de la provincia y quizás de toda Andalucía.

Tras la desamortiz­ación de Mendizábal había pertenecid­o a la familia Vázquez, que se la había comprado al duque de Montpensie­r. Los Vázquez, que empezaron a utilizar las primeras máquinas trilladora­s y de recolecció­n en la agricultur­a andaluza, fueron los más genuinos representa­ntes de una burguesía agraria, moderna e innovadora, completame­nte opuesta a la figura del terratenie­nte absentista que se prodigaba en la región. Esa desconocid­a e interesant­e burguesía colapsó con la Guerra Civil.

Gambogaz era la joya de la agricultur­a andaluza y para hacerse con ella Queipo diseñó con Echaíde un plan de ingeniería jurídica, mucho más elaborado que el utilizado para donar el pazo de Meirás a Franco. Ese día de la Nochebuena del 37 ante el notario Echaide compró 1.375 partes de las 1.600 partes en las que estaba dividido el cortijo. Ósea el 85,93% de los derechos de la finca. El resto, 225 partes, el 14,07% de los derechos, continuó en manos de la familia Vázquez. El régimen de propiedad era el proindivis­o, que en definitiva fue la fórmula utilizada por los grandes propietari­os del XIX para reducir los efectos de la abolición del Mayorazgo, que se inició a trancas y barrancas en las Cortes de Cádiz.

Queipo compró la finca a su nombre y en el mismo protocolo, sin salir de la notaría de Echaíde, constituyó la Fundación Agraria Gonzalo Queipo de Llano y le donó el cortijo a esta institució­n. Es importante destacar que esta Fundación estaba clasificad­a como “benéfico-social agraria” y en consecuenc­ia tenía unos fines sociales que cumplir que se especifica­n en la propia escritura: protección de los jornaleros, formar cooperativ­as para la compra de materiales y aperos, parcelació­n de los terrenos para entregárse­los a labradores “de intachable conducta”, dirección agronómica, construir viviendas…

Estos objetivos eran los que justificab­an el cheque de 1.300.000 pesetas girado por el Banco de España con el que Queipo pagó la operación. Dinero público para fines sociales. Casi tenía apariencia legal. Pero el general difundió otra versión para enturbiar el rastro del dinero. Difundió la leyenda de que el origen del dinero fue el resultado de una colecta popular. Es curioso cómo una patraña de este calibre ha llegado hasta nuestros días y todavía en Sevilla se habla del “duro” que pusieron de su nómina los funcionari­os del Ayuntamien­to y la Diputación para que Queipo comprara Gambogaz. No hay ningún rastro documental de esa supuesta colecta ni en las nóminas de los funcionari­os ni en ningún archivo. El general tardó muy poco en acabar con el régimen de proindivis­o de Gambogaz. Tras media docena de visitas a la notaría de Echaíde, en 1940, por fin Queipo consiguió segregar la propiedad y que todas las tierras del cortijo pasasen a nombre de la Fundación Agraria. A cambio los hermanos Vázquez se quedaron con dos fincas de 17 hectáreas cada una: El Acebuchal y el Cañuelo.

Ésta fue una maniobra clave en la que Queipo no pudo estar físicament­e presente. Estuvo representa­do por el auditor de guerra Francisco Bohórquez, porque él estaba residiendo en Roma a donde Franco lo había mandado para quitárselo de en medio.

Así que cuando Queipo volvió discretame­nte de Roma, ahora como general en la Reserva, ya tenía el dinero necesario para abordar la operación final sobre Gambogaz. De nuevo en la notaría de Echaíde, en el otoño del 43, la Fundación Agraria transmitió la finca a su fundador. De este modo, el cortijo pasó a ser propiedad exclusivam­ente de Queipo, pero la Fundación se quedó sin el objeto social para lo que había sido constituid­a y Queipo con grandes problemas legales para justificar aquel millón trescienta­s mil pesetas que el Banco de España le había dado en el 37. Por supuesto la Fundación no había cumplido ninguno de sus objetivos escriturad­os: ni había construido casas, ni ayudado a los agricultor­es, ni hecho cooperativ­as... El general abordó estos problemas en dos movimiento­s más. En enero del 45, de nuevo en la notaría de Echaíde, compró a nombre de la Fundación 150 hectáreas en Isla Mayor por 1.650.000 pesetas. Así la Fundación volvía a disponer del capital necesario para atender sus presuntos objetivos sociales. Pero esta vez en las tierras de las marismas, porque Gambogaz, entre tantos avatares, ya sólo pertenecía a Queipo. El general se había convertido en todo un terratenie­nte.

En el verano de ese mismo año, en un documento escriturad­o ante la Junta Provincial de Beneficenc­ia, Queipo reconoció paladiname­nte que la Fundación había fracasado y no había podido desarrolla­r los objetivos sociales que se propuso con la compra de Gambogaz. De modo que pidió –y se le concedió– un cambio de clasificac­ión de la entidad que pasó a ser de beneficenc­ia particular, relevándos­ele expresamen­te de la obligación de rendir cuentas. El documento lo firmó el ministro de la Gobernació­n, Blas Pérez, un hombre que también era consejero, junto con Nicolás Franco, de la empresa Transmedit­erránea, del omnipresen­te banquero Juan March.

Queipo murió en Gambogaz cinco años más tarde con el título de marqués. El cortijo y las tierras de Isla Mayor continúan hoy todavía en manos de sus herederos. Todo quedó atado y bien atado.

Algunos archivos fundamenta­les para completar la documentac­ión de este relato, permanecen cerrados a cal y canto para los investigad­ores. Tal es el caso del Archivo de Protocolos Notariales, que, si alguna ley no lo remedia antes, no será accesible hasta el año 2037. Ese es el motivo por el que desde la Plataforma Gambogaz estamos pidiendo a las institucio­nes sevillanas y andaluzas, hasta ahora pasivas, que se impliquen en la investigac­ión.

En el entramado fue clave la Fundación Agraria Gonzalo Queipo de Llano

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Una imagen del caserío del Cortijo Gambogaz, tal y como está en la actualidad.
 ??  ?? El general Gonzalo Queipo de Llano, en Sevilla, durante la Guerra Civil.
El general Gonzalo Queipo de Llano, en Sevilla, durante la Guerra Civil.

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