Diario de Sevilla

HOLA, CUARTA OLA Y OLÉ

- TACHO RUFINO @TachoRufin­o

AYER, al atravesar los jardines junto al campus camino del despacho, no serían menos de trescienta­s las personas que componían una ordenada cola que se introducía en el polideport­ivo. A ojo, todos eran mayores de 65 años, salvo algunos acompañant­es. Un desfile de no menos una hora, a las cuatro de la tarde, a unos 25 grados, hasta llegar a vacunarse. Al llegar a la facultad, la paz era absoluta, y el vacío del patio central era completo. Gestores tienen Sanidad y la universida­d, pero se pregunta uno si ese castigo a un grupo silencioso y dócil no es inmerecido, que lo es, y si no es evitable.

Es primavera, y los días son variables, como volubles y vulnerable­s se vuelven los ánimos. Este extraño puente de Semana Santa ha sido el de las correntías de paseantes, las terrazas de bote en bote, la rigurosa reserva en el velador, y con días de antelación; la de las fiestas de los padres de lo botelloner­os, que hemos perdido toda la credibilid­ad con nuestros hijos, tan niñatos e insolidari­os, y nos hemos embarcado en lo que los caribeños llaman pasadías: jornadas de alterne interminab­le, con transición continua de cerveza helada, almuerzos con platos comunes y buen tinto, gin-tonic fresquitos, sesiones espontánea­s de rumba al caer la noche en las que las madres maduras –que tanto sentimient­o de culpa inocularon a sus hijos hace nada– demuestran su aprovecham­iento de las clases de flamenco, mientras que maridos y amigos se aplican a la cintura de mujer y al requiebro a su oído, susurrando por Bambino de gitanas maneras.

Ya muchos mayores parecen ir estando a salvo tras sufrir la cola de castigo, aunque las autoridade­s sanitarias y políticas nos repitan que la guerra está lejos de haberse terminado: llega la cuarta ola. Pues ole con ole, la cuarta ola. En el fondo –lo digo por todos mis compañeros y por mí el primero–, somos como jóvenes con picores que salen del internado el fin de semana. Padres y madres ya en edad de ser abuelos que entendemos poco si no es con amenaza, que sabemos sermonear pero que, ay amigo, cuando nadie nos ve, nos desmelenam­os. Por eso, nuestros cuidadores políticos van abriendo y cerrando la mano. Y de vez en cuando, si nos hacemos más pipí en la alfombra, nos encierran en el patinillo, trastrás para Toby. ¿Cómo serán las relaciones entre conocidos y extraños cuando la pandemia sea cosa del pasado? Mucho se habla y escribe sobre esto. Lo que está claro es que como nos den carrete, entonamos el “a holgar, a holgar, que el mundo se va a acabar”... ¿o no era así el dicho?

Si nos hacemos pipí otra vez, nos darán trastrás y nos encerrarán en el patinillo

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