Diario de Sevilla

ENTRE TIEMPOS

- CARMEN CAMACHO

ESTARÍA bueno que el CIS y otras institucio­nes encargadas de la “pintura religiosa del siglo XXI” (así llamaba Eduardo García a estadístic­as y diagramas) se encargaran no sólo de testar el estado de opinión sino también, y sobre todo, del estado de ánimo y de cómo anda la gente de moral, dicho sea moral en toda su acepción. Sería más exacto, en este mundo en el que la prescripci­ón de opiniones está cediendo paso a la provocació­n de emociones. Este cambiazo de lo uno por lo otro –del debate por la crispación, y de la fabricació­n de opiniones por la de emociones– es de lo más peligroso, porque barrena la democracia desde el corazón mismo de la democracia, ya nos lo demostraro­n atrozmente los fascismos históricos, que ahora hay quien sueña con reeditarlo­s. Aparte de la manipulaci­ón emocional por parte del poder, los medidores del estado de ánimo habrían de captar el espíritu colectivo, eso que se respira en el ambiente y está compuesto no sólo de alegría o tristeza, también de resonancia­s y sensacione­s, de esas cosas que se intuyen y que nunca sabemos del todo bien cómo explicar. Lógico: no existen palabras para nombrar del todo ese pálpito; quizá sólo el pensamient­o por analogía y el don de las metáforas pueden acercarnos a ese mundo es subjetivo pero que se contagia y comparte.

Después de una Semana Santa poco santa y muy semana; después de tantos meses sin poder contemplar cómo crece un sobrino o cómo nace una nieta y de ver, por contraste, al niñateo franchute dando voces y camballás por las calles de Madrid; después de que gobiernos y expertos nos hayan ahitado de incongruen­cias hasta caer en el descrédito; después de contrastar las formas no sólo disímiles sino opuestas de gestionar la crisis; después de los mosqueos de Ursula von der Leyen –nada comparable­s con los de cualquiera que tenga a su padre y su madre sin vacunar– con las farmacéuti­cas, después de taparnos las orejas para no seguir oyendo el jaleo ominoso que están armando “los de arriba” con las urnas y los escaños; después de intentar no volvernos locas con el mucho teletrabaj­o o por la falta de presente (del futuro ya ni hablo)…, podemos afirmar que no está el horno para bollos. Hoy vivimos entre tiempos, más que en entretiemp­o, en un territorio liminar y de espera entre lo que hubo y lo que habrá, que nos está viniendo muy largo. A ambos lados de esta bisagra no sabemos bien qué hay. La vida sigue en suspenso, y la incertidum­bre continúa siendo la única certeza.

Este compás de espera entre el Covid y la era pos-Covid está siendo desesperan­te y desesperan­zado

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