Diario de Sevilla

BICENTENAR­IO

- Manuel Gregorio González

No diremos que Baudelaire es el inventor de una belleza nueva, de una belleza romántica, como él mismo la llama; pero sí que es quien la formula en su totalidad, insistiend­o en su carácter demoníaco, vale decir, sagrado. Tampoco es Baudelaire quien introduce en la literatura el poema en prosa, puesto que ha seguido el rastro de Aloysius Bertrand y su hipnótico Gaspard de la Nuit, como forma más flexible de un nuevo interés, de una nueva estética. También en lo que atañe a su dandismo habríamos de remitir a su valedor, el grande y altivo dandy Jules Amédée Barbey d’Aurevilly, como temprano prospector de la imparidad de Brummell. Y en cuanto a su oficio crítico, en cuanto a su categoría de esteta, Champf leury, estricto coetáneo suyo, no es menos perspicaz en su requisitor­ia del arte nuevo. No obstante, es en la figura de Baudelaire donde los diversos ramales de la modernidad conf luyen y se ordenan poderosame­nte, hasta acuñar esa imagen del artista, entre marginal y exultante, “sublime sin interrupci­ón”, que tendría una larga y fructífera progenie.

Esta marginalid­ad deliberada es la que Baudelaire obtiene, como timbre de gloria, como primogenit­ura diabólica, tras l a prohibició­n de Las f lores del mal en 1857 (Nórdica acaba de reeditarla­s, con inquietant­es ilustracio­nes de Louis Joos). Sin embargo, más que un conato de obscenidad provocativ­a, lo que Baudelaire formula en tales poemas es una nueva posibilida­d en el siglo del positivism­o: la posibilida­d, vértebra central del simbolismo que llega a Huysmanns, de que lo sagrado, de que lo ultraterre­no se haya refugiado en lo demoníaco. “¿Has bajado del cielo o eres hija de abismos,/ oh, Belleza?”. Cuestión ésta que implica, necesariam­ente, una vocación de infinitud contraria al naturalism­o y su hijo espurio, la fotografía. Pero implicaba, con mayor evidencia, la necesidad del artista como transmisor, como intérprete, como traductor de una realidad escondida. Una realidad y un arte que incluyen lo monstruoso, como una ínsula extraña y fascinante. Sin embargo, dicha monstruosi­dad no será sino caso particular del cuadro general de las pasiones. Cuando Baudelaire escriba El vino y el hachís y Los paraísos artif iciales, lo hará en cuanto que vías de acceso a lo inefable. Tampoco en esto ofrece una novedad absoluta (varias décadas antes, De Quincey había escrito ya sus Confesione­s de un inglés comedor de opio). Lo cual no obsta para que Baudelaire, prescindie­ndo del carácter confesiona­l del británico, presente

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MOHAMMED BADRA / EFE La tumba de Charles Baudelaire en el cementerio parisino de Montparnas­se.
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ETIENNE CARJAT / EF Baudelaire, que nació el 9 de abril de 1821, en un célebre retrato de 1863.

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