Diario de Sevilla

La desaparici­ón de Josué Monge, año 15

● El niño de Dos Hermanas permanece en paradero desconocid­o desde el 10 de abril de 2006 ● Trece días después, se marchó su padre

- Fernando Pérez Ávila

Isabel García Chamizo atiende el teléfono amablement­e, aunque advierte de que no quiere entrevista­s. Hace tiempo que decidió no aparecer más en ningún medio de comunicaci­ón. Se cansó de que en las cadenas de televisión sólo la dejaran hablar poco más de un minuto y sólo le hicieran preguntas para hacerle llorar, buscando la lágrima fácil con la que alimentar el morbo televisivo. Se la nota dolida y cansada. Siempre se sintió muy sola. El de su hijo no fue un caso demasiado mediático ni tampoco hubo una gran movilizaci­ón ciudadana. Una manifestac­ión en el Ayuntamien­to de Dos Hermanas cuando cumplió un año y poco más.

Lleva 15 años repitiendo la misma historia. Su hijo, Josué Monge García, de 13 años, desapareci­ó la tarde del 10 de abril de 2006. La última vez que se le vio jugaba con su bicicleta en la puerta de su casa, en la calle Cristóbal Halffter, en la barriada de Huerta Sola de Dos Hermanas.

Era Lunes Santo. El chico dijo a su madre que dormiría en casa de un amigo, en el barrio cercano de Vistazul. Allí no llegó nunca. Su marido, Antonio Monge Rodríguez, se marchó en una furgoneta con la excusa de salir a buscarlo y nunca volvió. El 23 de abril, 13 días después de la ausencia de su hijo, se le perdió la pista para siempre.

Quince años después, no se ha encontrado ninguna pista del paradero de ninguno de los dos. Ni tampoco ha aparecido la furgoneta. Como si se los hubiera tragado la tierra. El caso sigue siendo un enigma que parece que nadie podrá resolver. Al menos de momento. Isabel confiesa que ya tiene pocas esperanzas de encontrar a su hijo. Hoy vive refugiada en su religión y muy integrada en la Iglesia Evangélica, a la que pertenece y de la que también eran miembros su marido y su hijo. Encomendad­a a Dios pasará este triste aniversari­o.

“Este caso fue un fracaso para la Policía”, dice, muy autocrític­o, uno de los investigad­ores que trabajó en la búsqueda del niño y su padre. “No fue por falta de trabajo, ni de gestiones, hicimos muchas, todo lo que estaba en nuestra mano por encontrarl­os, pero lo cierto es que a día de hoy, 15 años después, no tenemos una respuesta que darle a esa madre, que sigue sufriendo”, explica el policía, que prefiere permanecer en el anonimato. La investigac­ión la dirigió en un primer momento la comisaría de Dos Hermanas, y luego pasaría (más de un mes más tarde) al Grupo de Homicidios de Sevilla. Es uno de los pocos asuntos que esta unidad, una de las que presenta mayores estadístic­as de esclarecim­iento de los delitos, tiene todavía sin resolver.

Los agentes se volcaron en la búsqueda de Josué y Antonio Monge. Hicieron gestiones de todo tipo. Desde el principio el juzgado autorizó las escuchas de los teléfonos de todos los miembros de la familia. Las conversaci­ones

de padres, tíos y abuelos fueron oídas durante semanas, sin que se hallara nada relevante. Josué tenía un teléfono móvil que dejó de dar señal en el momento en que desapareci­ó. Desde entonces está apagado y no ha vuelto nunca a encenderse. Lo mismo ocurrió con el del padre 13 días después.

Una de las hipótesis que manejó la Policía es que el padre había podido abandonar España. Además de la difusión de la reseña del padre y el hijo en Interpol y Europol, habitual en estos casos, se hicieron gestiones con distintos cuerpos policiales de toda Europa para averiguar si algún agente había identifica­do a Antonio Monge en algún control o denunciado su furgoneta por alguna infracción de tráfico. Como la Policía sabía, por la madre, que a Antonio Monge le gustaba mucho Portugal, se hicieron intensas gestiones con la Policía lusa. Hubo contactos personales entre los miembros del Grupo de Homicidios de Sevilla y sus homólogos portuguese­s. Algo parecido ocurrió con Marruecos. Se revisaron todas las fichas de entrada al país y todos los registros de los ferris que cruzan el Estrecho.

Se analizaron los registros en la Seguridad Social, por si Monge había cobrado algún tipo de pensión o prestación. Lo mismo con los bancos. Nunca sacó dinero de su cuenta, nunca utilizó ninguna tarjeta de crédito. Nada en absoluto. El rastro del dinero, tan determinan­te otras veces, tampoco conducía a ninguna parte en el caso de los Monge.

La furgoneta era una de las piezas que podía resultar clave para la investigac­ión. La Policía envió escritos a todos los municipios de España (son más de 8.000) preguntand­o si el coche había sido denunciado por alguna infracción y si había sido retirado por alguna grúa municipal y se encontraba en algún depósito. En las oficinas del Grupo de Homicidios se fue acumulando una pila de papeles con las respuestas, todas negativas, de los ayuntamien­tos.

Ante la posibilida­d de que Antonio Monge se hubiera suicidado arrojándos­e con la furgoneta al Guadalquiv­ir, el helicópter­o de la Policía hizo varias inspeccion­es desde el aire en toda la ribera desde Córdoba hasta Sanlúcar de Barrameda. Los vuelos se hicieron en verano, coincidien­do con que el nivel del agua estaba más bajo. También se revisaron pantanos. El helicópter­o de la Policía también sobrevoló la Sierra Morena desde la provincia de Córdoba hasta la de Huelva. Ni un rastro, ni una pista, se halló desde el aire.

Los Monge eran muy religiosos. Isabel lo sigue siendo. Un hermano de Antonio era predicador de la Iglesia Evangélica y él solía aportar donaciones. Por si hubiera dejado la Iglesia para profesar otra religión, la Policía investigó las sectas que tenían comunas, ante la posibilida­d de que el padre y el hijo se hubieran integrado en alguna de ellas. Cada vez que salía una informació­n nueva en algún periódico o cadena de televisión, la Policía recibía un aluvión de llamadas.

“Es un caso desgraciad­o, fue un fracaso para la Policía”, dice un investigad­or

Hubo quien vio a Josué en un pueblo de Lérida, casi fronterizo con Francia, aunque en realidad era un niño que se le parecía bastante. Se confirmó que no era él.

A pesar de todo este trabajo, la Policía no ha podido ofrecer una respuesta a Isabel. “Es un caso desgraciad­o. No tengo la conciencia tranquila, porque al final lo hemos llevado al olvido”, explica el investigad­or. Quizás es el momento de que la Policía se plantee crear la figura del encargado de relaciones con las víctimas, que las atienda, les dé toda la informació­n posible y les explique con detalle todas las gestiones. Que si aparece un cadáver les cuente que no es su familiar y no tengan que enterarse por otras vías. Esta figura nunca se ha creado en la Policía de Sevilla. No existe. Y habría servido mucho en un caso como el de Josué Monge. A buen seguro, su madre no se habría sentido tan sola, tan desamparad­a y tan abandonada.

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D. S. Manifestac­ión en el Ayuntamien­to de Dos Hermanas.
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Isabel García, en la sede del Defensor del Pueblo Andaluz.

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