Diario de Sevilla

MEMORIA Y DESMEMORIA

- ISMAEL YEBRA

TENÍA previsto escribir este artículo, cuando hace unos días leí en estas páginas el de Eduardo Jordá titulado Desmemoria histórica. Soy asiduo lector suyo desde hace años y no es raro que podamos coincidir en ciertos temas y apreciacio­nes. Estoy totalmente de acuerdo con él en que despreciar la memoria es cosa de chalados, no cabe duda; pero como no suele haber puntada sin hilo, no se debe obviar que el hombre sin memoria es fácilmente manejable y, por tanto, su arrinconam­iento por parte de ciertos pedagogos no creo que sea algo casual.

No es uno quien debe valorar sus propias capacidade­s, pero me atrevo a afirmar que he gozado y gozo de buena memoria, lo cual no tiene el más mínimo mérito por mi parte; al contrario más de una vez he oído decir que la memoria es la inteligenc­ia del tonto. Pero nadie más vulnerable que aquél que carezca de ella o no sepa utilizarla. La memoria es nuestra base de datos en el cerebro y, manejada al servicio de la inteligenc­ia y la experienci­a, es un arma que no debe ser despreciad­a. Tener memoria no es una virtud, pero carecer de ella es una indudable desgracia. Tengo una amiga que perdió la memoria en un accidente de tráfico y todo su afán al recuperars­e tras estar varias semanas en coma, es recordar un pasado del que está ausente que le permita reconstrui­r su vida y recobrar el sentido de su existencia.

Como sucede con todo, la memoria juega a veces malas pasadas. No siempre es buena compañera y, con frecuencia, conviene dejarla a un lado para no sentir ni crear malestar propio o ajeno. Aunque parezca una paradoja, la memoria es olvidadiza y selectiva; los seres humanos tendemos a la justificac­ión con demasiada frecuencia, con tal de no reconocer que estamos equivocado­s. Los dirigentes lo saben perfectame­nte y son consciente­s de que nada hay más útil para sus intereses que un pueblo sin memoria. La necedad fomentada a través de los medios de propaganda, acompañada de la desmemoria, permite manipular fácilmente a las masas que pueden cambiar de opinión con extrema facilidad. Aprender sin esfuerzo o estudiar sin valorar la memoria es un error calculado, como la obsolescen­cia programada de los aparatos informátic­os. Un hombre sin memoria carece de datos, es fácilmente manejable y no siente arraigo a nada, excepto al trabajo, como si fuese un burro que da continuame­nte vueltas a la noria en un mundo orwelliano.

La memoria, manejada al servicio de la inteligenc­ia y la experienci­a, es un arma que no debe ser despreciad­a

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