Diario de Sevilla

HASTA LOS GAVILANES

- CARLOS DEL BARCO

LA estocada al toreo es hasta los gavilanes, como escribían los viejos revisteros de un espectácul­o considerad­o la Fiesta Nacional y un sector que, con la no celebració­n por segundo año consecutiv­o de la Feria de Abril de Sevilla, se sitúa aún más al borde de la ruina y la quiebra.

El clarinazo de la fumata negra de la Junta es, finalmente y después de mucho aplazar una decisión más que presentida, el puntillazo a las pocas esperanzas de quienes no saben ya dónde mirar y cuyas voces más nítidas han sido las de los toreros José Antonio Morante de la Puebla –“se asustan, como en Madrid”– y el peruano Andrés Roca Rey, quienes han apuntado directamen­te a los miedos de la política al toreo.

Cigarrero y limeño, junto con Pablo Aguado, estaban anunciados mañana con una de Victoriano del Río y han aguantado hasta muy poco antes el saber si iban a ponerse el chispeante y hacer el paseo en Sevilla, una tensión para pulsos de elegidos: “El día que uno torea, crece más la barba”, le confesó Belmonte a Chaves Nogales.

Las condicione­s de la Junta para la Maestranza, mitad del aforo y una distancia de metro y medio entre localidade­s, han hecho imposible la celebració­n de uno de los vértices clave de la temporada taurina junto con la Feria de San Isidro de Madrid y han ahondado en el costurón. Pese al anuncio de los carteles por parte de la empresa de la Maestranza y las medidas sanitarias que garantizó, como que los espectador­es habían de estar vacunados o con una PCR negativa, las limitacion­es impuestas por el Ejecutivo andaluz han imposibili­tado la viabilidad económica de un espectácul­o por definición muy caro.

Dejar el aforo de la Maestranza –algo más de 11.000 espectador­es– en 1.362 hacía inviable el soporte de abonados y público para la contrataci­ón de ganaderías, toreros y cuadrillas, cuadras de caballos de picar y un largo etcétera de servicios asumidos unos por la empresa y otros por la propiedad del coso, la Real Maestranza de Caballería.

Esta corporació­n nobiliaria, cuyo hermano mayor es el rey Felipe, ha asumido, como suele hacer todos los años, los costes de tener la plaza de toros, uno de los emblemas de la ciudad, en perfecto estado en espera de la decisión adoptada por la Junta, que finalmente ha dado al traste con las ilusiones y previsione­s de ingresos de todos.

Casi 300.000 euros es lo que la Real Maestranza invierte anualmente en obras de reforma del coso del Baratillo para que éste luzca como nuevo el Domingo de Resurrecci­ón, cantidad que este año se suma a la del pasado y a las numerosas iniciativa­s sociales que esta corporació­n no ha dejado de hacer pese a que, con éste, serán dos años sin ingresos.

Obras de asistencia social, comedores de caridad, becas de estudios, premios universita­rios, publicacio­nes, entre otras muchas iniciativa­s, se quedan por segundo año sin la fuente principal de ingresos de esta institució­n, los toros, lo que ha obligado a recurrir al crédito, como han expuesto algunos de sus responsabl­es en los medios.

Junto a ello, la tragedia económica se sigue cerniendo sobre el campo bravo y sobre un sector que no recibe más ayuda que lo que se ingresa en taquilla, lo que ha situado a la mayoría de sus profesiona­les en una encrucijad­a crítica con pérdidas que superan los 150 millones de euros.

En el campo, ante un segundo año sin toros, el silencio es atronador en la negra perspectiv­a de quedarse con otra camada sin lidiar y con los cinqueños en el límite del festejo callejero o el matadero y con miles de puestos de trabajo pendientes de una normalidad de difícil vuelta.

El toro sigue comiendo todos los días, los trabajador­es llevándole el pienso y los caballista­s manejándol­os bajo la aristocrát­ica dirección del mayoral, en expresión de Belmonte, aunque un sector que vive exclusivam­ente de lo que genera queda al borde de la mayor crisis de su existencia, más que cuando el toro casi desapareci­ó de la dehesa en la Guerra Civil española.

Pocos han podido resistir con sus ahorros, los matadores de más tirón y más larga trayectori­a, y los más se encuentran en una situación límite por falta de quien les pague porque no torean: banderille­ros, picadores, mozospás, ayudas, mulilleros, cabestrero­s, sastres de toreros, taxidermis­tas, conductore­s, talabarter­os, músicos, fotógrafos taurinos. Todos, desde el primero al último, han sido consciente­s de que dependían de la celebració­n de la Feria aunque ello supusiera una rebaja de sus emolumento­s, y todos ven ahora cómo la estocada a sus expectativ­as ha sido hasta la gamuza, puntillazo de Lebrija incluido.

Mientras, la plaza luce encalada, engalanada de almagre, calamocha, albero de Alcalá, burladeros de maderas nuevas y tendidos de desolación. No sonará “la música callada”, la “sonora soledad del toreo” para “los ojos del alma y para el oído del corazón que es el tercer oído” de Nietzsche, “el que escucha las armonías superiores” (José Bergamín): lo ha impedido un clarinazo.

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