LA HORTERACRACIA
ETIMOLÓGICAMENTE el concepto de “aristocracia” significa “gobierno de los mejores”, al menos esto nos enseñaban antes de suprimir el Griego del listado de disciplinas lectivas. Dicho gobierno estaría en manos de una élite intelectual cuyos conocimientos servirían para elevar el nivel de vida del vulgo. Actualmente ocurre todo lo contrario. El gobierno lo detentan aquellos que tratan de empatizar y mimetizarse más con la masa inculta, con la plebe. De ahí lo de extirpar las lenguas muertas o la filosofía de la educación pública. En el campo se escucha una sentencia bastante gráfica al respecto: “Visto el chozo, se ve el habar”. Y es que viendo el aspecto de muchos de nuestros próceres electos se puede predecir perfectamente su posterior gestión.
Los hay con coleta y zarcillos, los que combinan el pantalón marrón con la chaqueta gris; aquellos que nos infligen el castigo visual de las mallas deportivas con camiseta rosa y visera a juego o Adriana Lastra, por acabar con el cuadro. Por supuesto que el aspecto no hace al monje ni al seglar, pero explica muchas de las conductas que emanan de su gestión. El buen gusto escasea como valor político –eso es más verdad que todas las cosas–, y además la chabacanería es considerada un acicate con el que conectar con la masa y por tanto obtener el favor electoral de ésta en las urnas. La gente ya no elige alguien a quien parecerse sino alguien parecido a ellos mismos.
Ahí está el demonio. Estos días en Sevilla vemos muchos ejemplos de actitudes poco edificantes que buscan mas el guiño o el aplauso que otra cosa. Uno en sus escasas luces desconfía bastante de quien no sabe comer bien, vestirse a modo o tiene la mayoría de las hojas del pasaporte en blanco.
Básicamente porque tienden a proyectar sobre el administrado todas las taras que les adornan.
Es absolutamente impensable que hoy día nos encontremos gobernantes capaces de corregir el hábito torpe y la ordinariez del personal porque eso conllevaría, inevitablemente, la desafección democrática. Si hay que autorizar una verbena en la plaza de San Francisco o confitería genital en la calle Cuna en plena Semana Santa y con una decoración absolutamente grotesca se autoriza, faltaría más. Todo para el pueblo que para eso nos paga; lo último es elevar el nivelito, no sea que se den cuenta de quiénes somos, parecen decir. Hasta el noble y milenario arte de la tauromaquia está entre lo desaconsejado para el populacho por impopular valga la incongruencia. Mientras tanto, y por evitar la generalización, un alcalde que no trata de ser el tercer Moranco para ganarse el fervor de sus votantes, ofrece a sus paisanos una feria del libro en vez de una charlotada cateta con guirnaldas y farolillos fuera de sitio. Se llama José Luis Sanz y es de Tomares. Tomen buena nota que diría uno porque bien podría ser alcalde de Sevilla por su aspecto y sus maneras.