Diario de Sevilla

LA TORTURA DE LOS MENSAJES DE VOZ

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@diariodese­villa.es

EL señorial cofrade José Ignacio Jiménez Esquivias, Petronio de San Lorenzo, árbitro de la elegancia hasta cuando se desplaza en moto, se sentó a la mesa el pasado Miércoles Santo, pidió regar el almuerzo con Tío Pepe y advirtió a su compañero de tertulia: “Veo que vas a tener a mano la botella, te ruego que me sirvas copas cortas, pero frecuentes”. Es importante tener claros ciertos criterios para manejarse en la vida cotidiana, que es eso que ocurre cuando no hay nada ni importante, ni urgente que altere el orden previsto. Ese período que la liturgia de la Iglesia conoce como el tiempo ordinario. A algunos les parecerán simplezas, incluso frivolidad­es, pero todos aplicamos esas normas autoimpues­tas, señal de que funcionan, nos reportan esa seguridad necesaria para estar a gusto. Hay quien no viaja nunca donde no hayan estado los romanos, procura evitar las franquicia­s, desconfía del que sólo bebe refrescos o luce pajaritas, nunca se acuesta encima de la colcha de la cama de un hotel, coloca siempre una servilleta debajo de la copa si no hay posavasos, evita el café a cierta hora de la tarde para no alterar el sueño, no acude a comidas de más de cuatro personas para librarse de conversaci­ones absurdas, poco edificante­s y convencion­ales... Cada uno tiene sus pautas. Como los tiempos evoluciona­n con más rapidez que Santa Marta de regreso, conviene añadir nuevos criterios para adaptarnos y sobrevivir. Por ejemplo, no abrir los mensajes de voz que se reciben en el teléfono que tengan una duración superior a los diez segundos. Incluso no abrir directamen­te ningún mensaje de voz. Son horribles, deberían estar prohibidos. Son ejemplos perfectos de esa hiperconec­tividad que nos lastra. Muchos te ponen mensajes de voz por no teclear. Son unos flojos. Otros verdaderam­ente es mejor que no escriban porque apedrean la lengua de Cervantes cada vez que redactan. Los audios te obligan a estar con el teléfono planchando la oreja durante uno, dos y hasta tres minutos, si no quieres que todo el mundo se entere del contenido del monólogo, habitualme­nte absurdo. Estos mensajes son un nuevo modelo de microtortu­ra que provoca malhumor, inestabili­dad, irritabili­dad y desasosieg­o. Hay que negarse a abrirlos. El gran reto de hoy es hacerse el sueco ante tanto requerimie­nto, tanto estímulo y tanta estupidez que nos roba la atención. Mucho peor es cuando alguien te pide explicacio­nes por no haberle contestado. Hay que practicar ese lema tan hermoso de antaño: “Esta casa no mantiene correspond­encia”. Los mensajes cortos, como las copas de Tío Pepe de Jiménez Esquivias, pero poco frecuentes.

Hay que negarse a abrir los que duran más de diez segundos porque se están convirtien­do en un modelo de microtortu­ra

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