“Trato de ofrecer una novela honesta que no engañe al lector”
● El autor gaditano publica ‘El gran rojo’ (Alianza de novelas-AdN), una historia que se mueve entre los bajos fondos y las altas finanzas de Fráncfort
Benito Olmo (Cádiz, 1980) regresa a las librerías. Lo hace con El gran rojo (Alianza de Novelas), una trepidante novela negra desarrollada en Fráncfort y cuyos personajes, entre los que no falta la ascendencia gaditana, se mueven entre los bajos fondos y las altas finanzas de la ciudad alemana, una urbe de contrastes tan inquietantes como novelísticos. Olmo presentará la obra el próximo martes 4 en la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla (18.00 horas) y el jueves 6 en la Biblioteca Provincial de Cádiz (19.00 horas). –¿Empezar una novela negra en un crematorio es una declaración de intenciones?
–Encierra muchas cosas: crematorio por aquella serie famosa, y es una forma también de presentar directamente al personaje de Ayla, con quien es fácil empatizar porque lo tiene todo en contra: es adolescente, inmigrante, se dedica al trapicheo para sobrevivir... –Parece muy dura con 16 años. –Tiene un punto de sensiblería que no quiere que nadie lo vea, no soporta dar lástima y no deja que nadie la ayude nunca.
–No es casual este comienzo. –No, la presento así, en un crematorio, con su hermano que acaba de morir, con un padre enfermo de Alzheimer, el personal del crematorio que se dirige a ella de forma paternal y ella que en absoluto quiere ese paternalismo; incluso a su padre se dirige como señor Aldemir, no le dice papá nunca. Son detalles que construyen la personalidad de Ayla, un personaje del que estoy muy orgulloso. –Destaca la alternancia narrativa en los capítulos: de la primera persona, con el detective Mascarell, y del narrador, cuando aparece Ayla. Dos historias paralelas destinadas a cruzarse.
–Con Mascarell fue una escritura muy intuitiva, fue el primer personaje que puse cuando empecé a escribir la novela porque yo tenía planes de trasladarme a Fráncfort para escribir la novela y empecé a hacerlo el primer día que llegué allí. Ha sido una escritura muy intuitiva, yo iba por la calle mirando la ciudad, mirando todo y decidiendo: aquí pongo una persecución, allí esta escena, a este tipo de la esquina me lo llevo para otra escena que me interesa. Por eso está en primera persona y en presente. Ha sido muy a salto de mata, a ver qué pasaba, sin yo saber a ciencia cierta a dónde me iban a llevar los pasos de Mascarell. Y luego, el de Ayla, al utilizar un narrador más amplio me permite narrar no sólo lo que piensa Ayla, si
El barrio rojo de Fráncfort me pareció un caldo de cultivo formidable para una novela negra”
no también la percepción a la respuesta de los demás: el paternalismo de uno, el desprecio de otro, el menosprecio de los compañeros, el cariño de algún personaje que otro, como la señora Meyer, de quien la única descripción es que es mayor y huele a pan recién hecho; ¿a qué huele el pan recién hecho? Huele a casa, a calentito, a hogar. Por eso me interesaba ese punto de vista más amplio, más intuitivo, y me permite también ahondar en su personalidad.
–¿Y por qué Fráncfort como escenario, había estado antes?
–Estuve hace casi tres años, fui de vacaciones, hice una pequeña ruta por varias ciudades y Fráncfort me chocó muchísimo. Fráncfort no es bonita, es la ciudad menos alemana de Alemania, dicen, y tiene un barrio rojo miserable y maloliente, tal y como lo describo en la novela, no es nada turístico ni es recomendable pasar por allí. La primera vez que estuve en el barrio rojo, como tanta gente, fue por accidente; estaba viendo la ciudad, los rascacielos, y de pronto me vi en calles con burdeles, con clubs, con chicas. Y en el barrio rojo, además, están las narcosalas, que aparecen en la novela, establecimientos que ha puesto el Gobierno para que los toxicómanos se puedan inyectar su dosis con un mínimo de salubridad, con personal especializado que puede evitar sobredosis, incluso si quieren dejar la droga pueden acudir a ellos. El barrio rojo y las narcosalas están en el mismo sitio, como si hubieran querido concentrar todos los vicios en el mismo lugar, en las afueras se habría convertido en un gueto. Pero está en pleno centro, a la sombra de los rascacielos. En un