DE LIBROS
● El gaditano Manuel Broullón despliega en las páginas de ‘La tonalidad precisa del rojo’, a través de un conjunto de deslumbrantes miniaturas, un paisaje interior colmado de matices
un espacio al que se accede a través de la imaginación.
“Nadie conoce a ciencia cierta cuáles son los orígenes de la ciudad roja” ( La ciudad y el territorio). El lector deambula por la inquietante geografía propuesta por el autor y se siente motivado a discernir el aliento concreto de la urbe que palpita tras las torres, las plazas, las fuentes y las iglesias. Broullón reivindica “el valor de aprender a no ser” ( El tiempo y la fuente) entre las calles atestadas de gente, en el inquietante pasadizo de la noche o entre los lujosos volúmenes de antiguas bibliotecas.
La palabra se yergue como el único instrumento posible para asir la verdad que subyace en lo que somos capaces de percibir a través de los sentidos. Broullón acierta a encontrar los vocablos justos para construir un clima poético de carácter indagatorio: “Caen también por la pendiente las palabras, con su peso exacto, sedimentando en la memoria los caracteres de las personas a las que conocemos y que llegamos a amar” ( El peso de las palabras, entre ciudades simétricas).
En el mundo reconstruido por Broullón desde la experiencia y la imaginación late un constante acercamiento al hecho artístico como modo de aprehender las aristas menos frecuentadas de la realidad. La mirada consciente del autor es capaz de dotar de trascendencia los acontecimientos más sencillos, como ocurre en este fragmento de Una santa muerta: “En vez de a imagen y semejanza del cielo verdadero, este te parece aún más hermoso por la proporcionada inocencia de sus formas”.
La palabra se yergue como el único instrumento posible para asir la verdad