El espacio y la palabra
Manuel Broullón. Epílogo de Manuel Ángel Vázquez Medel. Kaótica Libros. Madrid, 2021. 122 páginas. 15 euros.
“Cuando viajes a la ciudad roja tendrás primero que desearla: esa es la única vía de acceso”. Manuel Broullón invita al lector a recorrer su particular geografía emocional, sentimental y literaria en La tonalidad precisa del rojo, un conjunto de deslumbrantes “miniaturas”, como el propio autor las llama, que configuran un paisaje interior colmado de matices.
Nos encontramos ante un libro difícil de calificar, que participa de la libertad para hacer literatura al margen de las clasificaciones genéricas al uso. Prosa poética, narraciones breves o dietario personal, la propuesta de Broullón denota, sobre todo, la devoción del autor por la literatura y su firme posicionamiento ante el poder transformador de la cultura. Kaótica Libros inaugura la colección Multiverso “con la potente voz de un autor que nos ofrece el rojo, sus matices y todos los colores posibles para recorrer el enigma de su maravillosa prosa”, según explican la editoras en el pequeño prólogo del libro.
La tonalidad precisa del rojo se articula en cuatro partes – Mapas, Los lugares y los días, Matices: de vivos y muertos y La tonalidad precisa del rojo– que conforman una progresión temporal que afecta al modo de percibir el espacio de “la ciudad roja”, pero también a las emociones que provoca. El recorrido se abre con un viaje iniciático que tiene como destino una ciudad imaginada que parece, sin embargo, construida con los retazos ciertos de la experiencia. Broullón persigue esa abstracción a la que deben aspirar las Artes “si todavía pretenden decir algo”, pero su implícito desapego de la realidad concreta se sustenta en la práctica de lo vivido y de lo sentido. Es por eso que el espacio reconstruido nos remite a imágenes poderosamente precisas, incluso cuando desafía los límites esenciales de la lógica. Es por eso también que el autor elude los alardes estilísticos para concentrarse en el término justo, para construir una prosa limpia y certera.
El viajero se adentra en lo desconocido desde la oscuridad del tren que lo acerca al nuevo territorio y, con la atención puesta en esa misma oscuridad, descubre, a través de la ventana abierta de su nueva habitación, “el fresco aroma a dama de noche” que despierta sus sentidos ante ese primer contacto con la ciudad. Esa ventana abierta se configura como un escenario de revelación que amplía los límites de la realidad concreta hacia