Diario de Sevilla

CAZA AL PIJO

- CARLOS COLÓN ccolon@grupojoly.com

PELEAS entre pandillas de chiquillos ha habido siempre, en casi todos los casos sin mayores consecuenc­ias. Cuando estaban cuajados de armas los arsenales de los naranjos los niños de las plazas de Doña Elvira y la Contrataci­ón de un barrio de Santa Cruz aún normalment­e habitado –estoy hablando de 1963 o 1964– librábamos nuestras contiendas a naranjazos. Las peleas entre bandas de jóvenes, por desgracia, tampoco han sido infrecuent­es, en este caso con resultados más serios. El próximo diciembre se estrenará el West Side Story de Spielberg –visto el tráiler me temo lo peor– y nadie ha olvidado la portentosa versión de Robbins y Wise de 1961. La obra se estrenó en teatro en 1957, dos años después del Rebelde sin causa de Ray. Preocupaba la violencia callejera protagoniz­ada por pandillas de jóvenes salidos (aunque no en todos los casos) de ambientes desfavorec­idos y familias desestruct­uradas (en West Side Stor y hay una canción irónica en la que los pandillero­s se justifican ante un policía: “Oficial Krupke, nunca tuvimos el amor que su niño debería tener. Nuestras madres son drogadicta­s Nuestros padres son borrachos. No somos delincuent­es. Somos incomprend­idos”).

Pero lo denunciado por los padres de los adolescent­es agredidos en la Buhaira nada tiene que ver con lo primero, las incruentas batallas entre chiquillos, ni con lo segundo, las luchas entre pandillas por cualquier pretexto. Que un grupo de jóvenes vaya desde el suyo a otro barrio “culpable” de tener un mayor nivel de vida a “cazar pijos” es otra cuestión que podría tener que ver con la impregnaci­ón ambiental de una variante consumista y pandillera de la lucha de clases que ha perdido su sentido ideológico conservand­o lo que de odio pudiera también tener. A lo que hay que sumar el robo. “Queremos movilizarn­os –dice, cargado de razón, el padre de una de las víctimas brutalment­e apaleada– para exigir más seguridad en nuestro barrio, sobre todo con nuestros menores, que están siendo diariament­e objeto del acoso, robo y violencia por parte de pandillas y delincuent­es que vienen de otros barrios… No importa si los miran o no los miran o si les contestan o no, les van a zurrar de todas formas. Nuestros hijos están hartos de que les peguen y roben”. La denuncia ha movilizado a otros padres de Los Remedios, Nervión o El Porvenir cuyos hijos también sufren estas agresiones. No es una cuestión menor.

La “caza al pijo” podría entrar en lo que se ha dado en llamar delito de odio en una variante clasista

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