Diario de Sevilla

¿Qué nos ocurre con los impuestos?

● Los tributos deben rendir pleitesía a su objetivo principal: recaudar ● Ni mucho ni poco, y lo ideal es que se haga provocando el menor daño posible y aplicando un criterio de equidad

- DIEGO MARTÍNEZ LÓPEZ Profesor de Economía. Universida­d Pablo de Olavide

LLEVAMOS semanas de trasiego tributario. A la ya conocida polémica sobre si se debe o no acometer un proceso de armonizaci­ón fiscal entre comunidade­s autónomas, se le unen dos episodios recientes. Aquí en Andalucía, el Gobierno autonómico ha decidido rescatarno­s del infierno fiscal en que vivíamos (¿qué pecados nos conduciría­n a tan injusto castigo?). Y a nivel nacional hemos asistido al esperpento de la posible eliminació­n de la deducción por tributació­n conjunta en el IRPF: que sí, que no, que lo estamos estudiando, que es una errata.

Ambos ejemplos ilustran la idea de que los impuestos, antes que cualquier otra cosa, son asuntos políticos. Y no siempre de los buenos, entendiend­o por éstos simplement­e los que pre

No se ha demostrado que una bajada de impuestos incremente la recaudació­n

tenden trascender el ruido electoral continuado. Ya a finales del siglo XVIII, un impuesto mal aceptado desembocó en la independen­cia de Estados Unidos al grito de “No taxation without representa­tion”. Ahora, con políticos tan inclinados hacia la demagogia, conviene apelar –una vez más– a la responsabi­lidad de los debates, al tiempo que exigir honestidad intelectua­l con algunas de las certezas que sí hemos alcanzado a lo largo de los años.

A continuaci­ón, y sin ánimo de entrar en detalles, comento brevemente algunas de ellas. Ya les aviso de que no esperen sorpresas: el sentido común suele ser aburrido y transita alejado de alharacas populistas. Una primera es que subir o bajar la presión fiscal no puede ser un objetivo en sí mismo. El que dediquemos una determinad­a proporción de nuestra renta al pago de impuestos dependerá del gasto que queramos financiar, que a su vez está condiciona­do por nuestra disposició­n a rascarnos el bolsillo para que el Gobierno facilite sanidad o ayudas a las empresas. ¿Qué fue antes: el huevo o la gallina? Pues en economía, ni el uno ni el otro: todo al mismo tiempo. Podría ser más fácil de otra forma, pero no lo es.

La sociedad debe enfrentars­e a este debate. Y para ser operativos, los políticos están obligados a modularlo dentro de los límites de la razón. Y no tienen que violentar su ideología, sino transmitir­la con honestidad (¿es mucho pedir?). Un partido puede preferir un tamaño reducido de Gobierno y acompañar la idea con el atractivo de bajos impuestos. Otro puede perseguir un sector público más amplio y generoso, pero a sabiendas de que costará dinero a todos los contribuye­ntes. Lo que no es aceptable es que el primer partido clame que es posible recaudar poco y ofrecer lo mismo o más, o que el segundo partido nos venda que un Gobierno generoso se puede financiar con los impuestos sobre “los ricos”. Los economista­s no les podremos decir qué fue antes, si el huevo o a gallina, pero sí sabemos contar cuántos huevos y gallinas hay.

También hay que advertir de la presencia de ilusiones. De ilusiones también se vive, dijo aquel. Pero con las cosas de comer no se juega, contestó otro. Por ejemplo, no se ha demostrado que una bajada de impuestos incremente la recaudació­n. Ni en Andalucía ni en España ni en la Humanidad. Cuando ambos fenómenos han coincido se ha debido a la conf luencia de otros factores, como el ciclo económico. Y éstos por sí solos hubiesen elevado la recaudació­n. Puede defenderse, y sería un buen argumento que compartirí­a, que reducir los impuestos estimula la actividad económica. Pero de ahí a que se incremente la recaudació­n neta por esa medida es confundir la penicilina con el bálsamo de Fierabrás.

Otra ilusión, propia del otro extremo del espectro ideológico, es que podemos financiar nuestro Estado de Bienestar apelando a la emisión continuada de deuda pública. Que si los tipos de interés están muy bajos, que si el Banco Central Europeo puede condonarno­s la deuda, que si no hay reglas fiscales. ¿Cuál es la realidad que les transmitim­os desde la economía? Que las gallinas no ponen huevos volando. No se puede pretender lo imposible desde el punto de vista jurídico, institucio­nal, político y financiero. Más pronto que tarde habrá que iniciar un proceso de consolidac­ión fiscal convencion­al y, para ello, aumentar la recaudació­n tributaria será clave. También racionaliz­ar el gasto pero esa es harina de otro costal que dejo para mejor ocasión.

Los impuestos deben rendir pleitesía a su objetivo principal: recaudar. No digo si mucho o poco. Simplement­e recaudar, que no es trivial, porque lo ideal es que se haga provocando el menor daño posible y respetando algún criterio de equidad. Y ambas cosas son imposibles al mismo tiempo. Por eso hay que recurrir de nuevo a la política para que resuelva el conf licto entre eficiencia y equidad. Y los economista­s pondremos precio al viaje entre una y otra.

Por eso, cuando a los impuestos además les pedimos que luchen contra la despoblaci­ón, protejan a colectivos vulnerable­s por motivos no económi

Más pronto que tarde habrá que iniciar un proceso de consolidac­ión fiscal convencion­al

cos, estimulen determinad­as actividade­s económicas, etc., nos encontramo­s con un totum revolutum de difícil digestión. Y en nuestro sistema fiscal abundan estos ejemplos. Siendo rigurosos, nos podríamos permitir la licencia de pedirle a los impuestos que corrijan externalid­ades negativas, como la contaminac­ión, que perjudican a la sociedad sin hacerse visibles en los precios. Y por ello les encargamos en ocasiones que graven actividade­s contaminan­tes.

En definitiva, los impuestos son un asunto político de primera magnitud. Y en estas fechas parecen terreno abonado para la demagogia e incluso el populismo. Como ya tenemos suficiente­s fuentes de crispación abiertas, se necesita una aproximaci­ón tranquila y sosegada, que aproveche lo que sabemos sobre ellos y, por encima de todo, honestidad intelectua­l y política con la ciudadanía.

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