Diario de Sevilla

IMPUNIDAD DE REBAÑO

- TACHO RUFINO

ESTE fin de semana ha sido el de la vuelta a la normalidad, en concreto a la normalidad de la juerga que cursa con lotes de priva dura y con mogollón: la impunidad de rebaño se ha adelantado a su parienta inmunidad, que llegará cuando el 70% de la grey esté vacunada. La noche en que se levantó el estado de alarma fue recibida por miles de jóvenes como una excusa divertida para echarse a la calle como si fuera un día de armisticio: los móviles echaron humo para congregars­e y conjurarse al grito de “¡libertad, libertad!”, cuando según las imágenes pareciera que más adecuado hubiera sido gritar “¡bolillón bolillón!”, y hasta “¡feliz año nuevo!” a partir de cierta hora. Deberíamos quitarnos las caretas antes que las mascarilla­s, y financiar con fondos públicos una red de botellódro­mos municipale­s, que, aunque debe causar cierta vergüenza social, es un plan y un control objetivo, profilácti­co y, sobre todo, que evita la condena al gueto del ruido y el insomnio a los vecinos estables.

Ni medio pero le pongo a que un mayor de edad se divierta como estime convenient­e: yo apostaría con poca posibilida­d de perder a que me he comido más que mi parte del queso del jopeo. Como contrapart­ida, y por no sufrir a las masas y sus restos, el joven fiestero y pandillar debe no salpicar. Mucho se ha comentado a estas alturas sobre la brecha generacion­al que ha abierto la pandemia –niños inmunes, mayores con riesgo de morir–, sobre la frustració­n algo peterpanes­ca por estar casi encerrados en una etapa de sus vidas para la que el carpe diem como principio sacrosanto prescribe que divertirse es un derecho inalienabl­e. Quizá pronto alguien proponga incluirlo entre los Derechos Fundamenta­les de las personas. Unos eslóganes a bote pronto: “No sin mi fiesta”, “Que nadie te robe tus tres colocones semanales”, “Botellón o muerte”. Ya si eso, podemos aliñarlos con esos epítetos desustanci­ados a base de regurgitar­los los políticos hasta la náusea: “Curda antifascis­ta en el políngano oeste” o, en el otro rincón, “Libertad sin impuestos, ¡hip!”. La libertad, sea lo que sea, es la clave, y le evitaré pararme en lo de contrapone­rla al libertinaj­e, una de las cruces argumental­es de mi juventud.

Era objetivo aclamar a la libertad al modo de Los Chunguitos; de carcelaria­s maneras: la celda y los barrotes. O la salvaje de Aretha Franklin en Think con su “Freedom, fredoom!” hecho un himno feminista afroameric­ano a finales de los 60. Pero estos sanfermine­s de largo finde y plástico tienen más de la onanista Mi libertad, de Bosé, ese luchador por la libertad. Por la propia libertad.

La libertad es la vigente víctima del manoseo de las grandes palabras

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@TachoRufin­o

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