Diario de Sevilla

Transparen­cia y voluntad, dos claves del arte

● La pintora Laura Vinós sorprende en Di Gallery con su uso del color, de una sensualida­d ordenada pero vibrante, y del trabajo en superficie

- Juan Bosco Díaz-Urmeneta Laura Vinós, ‘La tregua del 3 abecedario’ Di Gallery. Muro de los Navarros, 66. Hasta el 15 de mayo

Llevar al cuadro lo que parecía ajeno al arte (un trozo de periódico, un anuncio, un folleto turístico o la factura de un bar) no fue un capricho. Braque, primero, y Picasso, después, lo hicieron para intentar paliar la distancia, cada vez más amplia y por eso más alarmante, entre el arte y la vida. Si Baudelaire introdujo en sus poemas la palabra vulgar, el quinqué o la persiana, los cubistas incorporar­on a la pintura objetos de cada día. Tal decisión tenía sus consecuenc­ias: el cuadro cambiaba su alcance: dejaba de ser ventana abierta a una realidad ilusoria y se convertía en una cosa que daba que pensar porque barajaba objetos cotidianos.

Todo se complicó algo más cuando cuarenta años después, hacia los cincuenta del siglo XX, asaltaron el cuadro, no ya los objetos, sino imágenes nada poéticas: las del cómic, la revista del corazón, publicidad de hamburgues­as o tostadoras, y fotogramas de filmes no precisamen­te de culto. La opción no era gratuita ni era una rendición al consumismo. Intentaba hacer un arte que no buscara refugio a la sombra de ideas casi religiosas. El arte que recordara continuame­nte la condición trágica del individuo podía quedar varado a la orilla de la experienci­a, sin llegar a tocarla. Por eso se busca un arte que, como decía Jasper Johns, se situara en tierra de nadie de modo que el cuadro no fuera plenamente un objeto ni del todo una obra de arte. En este espacio incómodo, en los interstici­os entre la vida y el arte, como se ha dicho a propósito de Peter Handke, se sitúa la obra de Laura Vinós.

Puede parecer que esta autora que acaba de terminar Bellas Artes en Sevilla y nació en Córdoba, hace 22 años, quede muy lejos de estos supuestos. Ciertament­e su obra es muy personal y sus fuentes muy próximas, pero creo que se sitúa en esta vía iniciada por el cubismo y ampliada por el arte pop.

El espacio de sus cuadros se quiebra en fragmentos diversos. Muchos son referencia­s a juegos infantiles aunque en desorden: el pequeño tiovivo se superpone a las piezas de tangram, el plano de la rayuela (o el teje) aparece sobre un taburete, las figuras de cuerdas formadas entre las manos está sobre un juego de bolos y las tijeras para recortar, sobre fichas de dominó. El desorden es sugerente: hace pensar en rasgos de la memoria que aúnan un laberinto de juegos infantiles. Ese mundo infantil aparece entre el buen recuerdo y la ironía en el cuadro Dos cronopios muy felices: el niño y la muchachita están sumergidos en lo que hacen, no sé si papiroflex­ia o recortable­s. Al incorporar­los a ese grupo de maravillos­os excéntrico­s, los cronopios, la autora enfatiza la capacidad poética de los niños. Pero este cuadro y el antes citado del juego de cuerdas en las manos, titulado Platero, ofrecen dos valiosas notas de la pintura de Vinós. Una, es el color y la otra, el trabajo en superficie.

Esta última caracterís­tica se advierte en Dos cronopios muy felices: la mesa crece hacia afuera, y las dos figuras son siluetas que parecen empujar la ventana del fondo. Las figuras de los demás cuadros, referencia­s a juegos infantiles, aparecen como objetos desperdiga­dos sobre una mesa, rehuyendo la profundida­d. El espacio pictórico se organiza así, en cuidada superficie. La mano ¿de la pintora? que aparece modelada a la derecha del cuadro La lista de la compra quizá sea la única forma trabajada con cierto relieve. ¿Por qué concebir así el espacio pictórico? Suprimir la tercera dimensión, la ilusión de la profundida­d, muestra mejor cuál es la experienci­a de nuestra cultura en la que coexisten objetos e imágenes de cada día, fantasías, sueños, afanes y deseos.

En cuanto al color, basta mirar en Platero el gran campo amarillo que es a la vez la falda de una muchacha y el fondo del cuadro. Hay en Vinós, en su uso del color, una sensualida­d ordenada pero vibrante. Sirva de límites al cuadro o lo invada, el color lo hace vibrar como un bajo continuo: expresivo para dar al cuadro una atmósfera jovial, a veces ingenua, sin llegar a ser dominante.

Aparte de lo dicho, quiero detenerme en dos obras que me parecen significat­ivas. Una se titula Transparen­cia. La joven, rodeada por fragmentos de paisajes y útiles y rincones, quizá del estudio, parece decir: lo que ves es lo que hay. No hay trampa, basta saber mirar. La otra pieza es La voluntad de atravesar una línea: la chica de la gorra roja, a la derecha, no está calculando posibilida­des de éxito sino acumulando fuerzas para dar un paso difícil: es la duda previa al trazo arriesgado. Quizá estas dos obras juntas ofrezcan un modo, valioso, de entender el arte.

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1. ‘La transparen­cia’, óleo sobre tabla de Laura Vinós. 2. ‘La voluntad de atravesar una línea’, óleo sobre tabla incluido en la muestra de Di Gallery. 3. En ‘Platero’ el gran campo amarillo es a la vez la falda de una muchacha y el fondo del cuadro.
3 1. ‘La transparen­cia’, óleo sobre tabla de Laura Vinós. 2. ‘La voluntad de atravesar una línea’, óleo sobre tabla incluido en la muestra de Di Gallery. 3. En ‘Platero’ el gran campo amarillo es a la vez la falda de una muchacha y el fondo del cuadro.
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