Diario de Sevilla

DE ABU DABI A SANJENJO

- FRANCISCO CORREAL

PARA redondear la faena sólo faltaba que la Luna pusiera los pies en la Tierra, como en una canción de Lole y Manuel o en un párrafo de El Principito de Saint-Exupery. La historia se repite. La semana que España volvió a ganar el festival de Eurovisión, edición de 1969, con la voz de Salomé, triunfo compartido con Reino Unido, Países Bajos y Francia, el hombre puso por primera (y única) vez los pies en la Luna. La escena fue contemplad­a en televisión por el entonces príncipe Juan Carlos, que esa misma semana era nombrado por Francisco Franco heredero a título de rey. Nieto de un rey que murió en el destierro e hijo de un rey que no pudo reinar, como el de la película de Huston basada en el relato de Kipling. España se ganó el derecho a organizar el concurso porque un año antes, en los dominios de la Pérfida Albión, tiempos del Mayo francés, lo ganó Massiel con el trío La, La, La. El año 1968 que nace el actual rey Felipe VI. Los tiempos del entonces.

Todo eso pasaba cuatro y cinco años después del gol de Marcelino a Yashin con Franco en el palco. Desde entonces, España ha ganado dos Eurocopas más (la última hace diez años en Kiev), pero no ha vuelto a ganar Eurovisión. Chanel, nacida en La Habana, la Malinche del musical de Nacho Cano, ha sido la ganadora moral o así al menos ha sido recibida su medalla de bronce en el concurso de Turín. Sólo quedaron por delante Reino Unido, un preludio de la final de la Copa de Europa de París, y Ucrania. Con las bombas

Con las bombas que tiran los fanfarrone­s se hacen las ucranianas tirabuzone­s

que tiran los fanfarrone­s se hacen las ucranianas tirabuzone­s. Un triunfo de esta nueva Numancia que recuerda al de México en el Festival de la OTI que tuvo lugar en Sevilla, precedido por el terremoto que sacudió la capital de los corridos y rancheras. Un festival en el que Rafael de Cózar hizo los comentario­s de texto de las canciones presentada­s.

La victoria moral de Chanel coincide con la llegada del hombre Juan Carlos I a la luna de Valencia de la España hiperpolit­izada. El rey caído del libro de Lawrence Debray empieza a levantarse. Abdicó en pleno Mundial de Brasil, cuando destronaro­n a la España de Xavi y Casillas, y regresa a España por Sanjenjo el año del Mundial de Qatar en noviembre y de los Carnavales de Cádiz en mayo. La Luna, fundamenta­l en las mareas, las fechas de la Semana Santa y la regla de las mujeres, sigue en su sitio. Como aquel año en que dos jornaleros vestidos de astronauta­s la sembraron de esperanza. El año que Samuel Beckett ganó el Nobel de Literatura, Eddy Merck su primer Tour de Francia y Joaquín Sierra Quino el Pichichi de Segunda con el Betis.

La historia se repite. En la playa de Sanjenjo, metáfora de un Finisterre institucio­nal, habrá quien le cante al Rey emérito la canción de Salomé: “Desde que llegaste, ya no vivo llorando / vivo cantando / vivo soñando”. De Massiel y Salomé a esta Malinche cubana a la que lo Cortés no le quita lo Valiente. Un monarca octogenari­o, artífice de la Transición, para con quien las ministras y altavoces podemitas han rescatado la inquina cerval que le profesaba detrás de su cariño paternalis­ta el Caudillo, su padre putativo a quien el hijo figurado le aplicó el complejo de Edipo sacándose una democracia de la chistera.

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