Tu nombre me sabe a hierba
● La final entre Eintracht y Glasgow Rangers, clubes de honda tradición continental, supondrá otro hito para el Ramón SánchezPizjuán, un estadio con un aura especial para las competiciones internacionales
El destino ha querido que el partido con el que la UEFA homenajea al club que más ha amado hasta ahora la Europa League lo disputen un equipo de la isla donde se inventó el fútbol y otro del país del Viejo Continente más victorioso a nivel mundial. Un cartel entre el alemán Eintracht de Fráncfort y el escocés Glasgow Rangers rebosa solera. Sabe a película clásica de las que uno redescubre en Filmin.
Los descreídos de esta apasionante competición llamada UEFA Europa League, que los hay, se pueden dar un paseo hoy por el casco histórico de Sevilla para comprobar que, en las riadas de aficionados escoceses y alemanes, decenas de miles, muchos sin entrada e impasibles por ello, reposa la mismísima esencia del fútbol. Del fútbol que late al compás del corazón de los hinchas. Del fútbol que cruzó fronteras por su poder cautivador y forzó a la creación de los torneos continentales allá por los 50.
También a finales de esa década, el Sevilla Fútbol Club dio forma al sueño que su presidente Ramón Sánchez-Pizjuán no pudo ver cumplido. Desde entonces, el gran coliseo del barrio de Nervión ha acogido numerosos partidos internacionales de tronío. En sus ya vetustos graderíos, que suscitan un encendido debate en el sevillismo sobre la conveniencia de su demolición para levantar otro sueño, la gente ha disfrutado de partidos inolvidables.
Tal es el aura especial que magnetiza el recinto, que la selección absoluta de España jamás ha doblado las rodillas en esa hierba. Y no ha jugado dos partidos ni diez. Hasta 25 han sido. Veinte los ganó España y sólo cinco los empató, entre ellos uno de tantos con sabor especial, el del 75 aniversario de la Real Federación Española de Fútbol, que jugó en octubre del 88 ante la Argentina de Bilardo y Maradona, entonces campeona del mundo (1-1). O aquel EspañaDinamarca del 17 de noviembre de 1993 que supuso el pase para el Mundial de EEUU 94 con el gol de Fernando Hierro.
En el año 1982, el Ramón Sánchez Pizjuán, que había cerrado definitivamente sus graderíos en 1975 gracias al mayúsculo esfuerzo del sevillismo, estrenó su primera gran remodelación con vistas al Mundial, en la que destacaron la visera de Preferencia y sobre todo el fantástico mural de Santiago del Campo, ante el que hoy se fotografían sevillistas y no sevillistas, futboleros y gente que no distingue un balón de una caja de zapatos.
La ascendencia internacional de Sevilla y el Ramón SánchezPizjuán lo testimonia el hecho de albergar una de las semifinales de aquella Copa del Mundo. Antes, el 14 de junio del 82, acogió el estreno de la selección brasileña frente a la Unión Soviética. Que la Confederación Brasileña vistiera a la mitad de los niños sevillanos con camisetas amarillas con el 10 a la espalda no impidió a los aficionados neutrales reconocer el clamoroso atraco a los soviéticos perpetrado por el árbitro Lamo Castillo y su linier Sánchez Arminio, al anular un gol legal a Shengelia pocos minutos antes de que Eder hiciera el 2-1 definitivo para la Canarinha, ya en el 88. Ese día, ni el aroma del Café do Brasil tapó el hedor de los dólares manoseados.
Cuatro semanas después, la tórrida noche del 8 de julio, el Ramón Sánchez-Pizjuán entró definitivamente en lo más granado de la historia de los Mundiales al tener la dicha de acoger uno de esos partidos que encapsulan todo lo bueno (y también parte de lo malo) de este deporte. Alemania y Francia ofrecieron un bellísimo canto al fútbol y el germano Harald Schumacher, como contrapunto, desafinó con estrépito con su patada de kungfu al galo Battiston, que acabó evacuado en camilla con la mandíbula, dos vértebras y varios dientes rotos.
La Francia de Platini y Giresse se adelantó 3-1 en la prórroga, pero Rummenigge, que estaba tocado y no fue titular, salió para obrar el pequeño milagro de empatar en la prórroga y forzar los penaltis, en los que Bossis falló el primero de la muerte súbita antes de que el gigante Hrubesch metiera a la Mannschaft en la final que luego perdería con Italia en el Bernabéu. Francia deleitó con la finura de su fútbol combinativo, pero Alemania sacó su espíritu campeón y su combatividad, la que forjó su leyenda en los Mundiales. Ese contraste de estilos enriqueció aún más una batalla inolvidable. Una semifinal eterna en la memoria, como aquella entre Italia y Alemania en México 70 (4-3).
Cuatro años después de ese colosal partido al que todo sevillano ya sesentón asegura haber asistido, el Sánchez-Pizjuán fue la sede de la final de la Copa de Europa. Y uno de los aspirantes era español, aunque quienes sembraron el centro de Sevilla de pintadas con la estelada opinaran lo contrario. El Barcelona de Venables era el gran favorito ante el Steaua de Bucarest rumano. Pero ese 7 de mayo de 1986, el gran club azulgrana, entonces con cero orejonas en sus vitrinas, vivió el partido más
Nervión alberga las mismas seis Copas de la UEFA que hay en... toda Alemania