Belleza y precisión de lo político
A menudo asociamos el cine político a las formas realistas o a una estética de urgencia, cautivos de esa inercia que ha hecho de los Loach o los Dardenne los adalides estilísticos del compromiso social y las reivindicaciones de clase. Empero, también puede hacerse un cine radicalmente político y contemporáneo sin pegarse necesariamente al presente ni mucho menos mimetizando una puesta en escena pseudo-documental tantas veces entendida como trasunto de lo real.
Disturbios, el segundo largo del suizo Cyril Schäublin, que inició su andadura en la Berlinale de 2022 y ha cosechado hasta la fecha numerosos reconocimientos, es una buena muestra de que el cine político también puede ser hermoso, riguroso, original y cartesiano en sus formas y no necesariamente didáctico en su desarrollo. La película, que llega a Sevilla junto a su director en un pase especial este próximo sábado a las 20:00 en los cines Nervión Plaza, viaja en sus formas limpias y depuradas, con sus planos distantes y sus diálogos cristalinos y precisos, a la Suiza del políglota y próspero Valle de Saint-Imier en torno a 1875 para mostrarnos las dinámicas del trabajo especializado, el despertar de los movimientos asociativos y reivindicativos del anarquismo y los albores del capitalismo moderno alrededor de las fábricas relojeras que contribuyeron a forjar la imagen de un país de prosperidad, precisión, organización y neutralidad.
Así, entre el impulso del nacionalismo y la toma de conciencia de los derechos de los trabajadores y las mujeres, entre la mirada precisa y detallada a los procesos de manufactura, la organización del tiempo y la naturaleza impasible que circunda los espacios de trabajo, Disturbios va trazando entre secuencias independientes el mapa (moral) de un momento histórico que condensa el germen de un presente donde aún palpamos las consecuencias de un sistema socioeconómico basado en la explotación y los desequilibrios entre las fuerzas del dinero o el poder y las fuerzas del trabajo.
Schäublin observa a los grupos desde la distancia aunque los escucha en primer plano, filma la tecnología y las rutinas laborales con una mirada entomológica, dispone sus escenas siempre desde un ángulo insólito, desdramatiza la dialéctica entre patrones y trabajadores, entre la autoridad y el pueblo, para introducir el paulatino sometimiento a una dinámica de eficiencia y control del tiempo en estrecha relación con el nuevo orden fiscal, la obediencia ciudadana o el derecho a la libre asociación y la democracia.
Una mirada analítica y metafórica que, decíamos, no renuncia a la belleza, a la recreación minuciosa de una época poco representada, mucho menos en estas formas minimalistas, elípticas, episódicas y destensadas que dejan incluso espacio para un singular episodio romántico entre el viajero y cartógrafo ruso Pyotr Kropotkin, que sirve de guía por el lugar, y la trabajadora que se resiste a eternizarse en sus labores en la elaboración de relojes mecánicos para ser exportados a todo el mundo desde aquel pequeño rincón de Suiza.
‘Disturbios’ viaja la Suiza relojera de 1870 como germen del sistema capitalista